Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

viernes, 23 de noviembre de 2012

Patricia Moon

Un descubrimiento de Discópolis, el programa de José Miguel López de Radio 3. Como poco, curioso. No sé si me gusta la voz de Patricia, pero me llama poderosamente la atención verla tocar el violín y grabar pista tras pista con la pedalera


jueves, 15 de noviembre de 2012

Pick up the change, por Wilco

No es de los mejores discos de Wilco, pero sí es una pequeña sorpresa en un disco que transita de REM al country menos... menos de mi gusto, vaya.




Y, por qué no, una versión en directo.





If it's just your heart talkin', I don't mind 
If you wanna call me, darlin,' that's just fine, that's just fine 
But if it's your mind that's wanderin', it'll fall in line 
When I kiss your cheek, dear, everytime, everytime
 
We used to have a lot of things in common 

But you know now we're just the same 
You always had more than I really wanted 
Oh honey, help me Oh honey, help me pick up the change
 
If it's just your heart talkin',I'll listen every time 

Dear, you can talk my ear off, anytime, anytime 
But if my mind starts wanderin', won't be gone long 
Whenever I hear your heart talkin', it's a song, it's a song

 
We used to have a lot of things in common 

But you know now we're just the same 
You always had more than I really wanted 
Oh honey, help me Come on honey, help me pick up 
Oh honey, help me pick up the change
 

Oh honey, help me Come on honey, help me pick up Oh honey, help me pick up the change
Muy, muy hermoso.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ejercicio de escritura

Ejercicio de escritura

1. Dispóngase del suficiente tiempo para ser perdido.
2. Despliegue un individuo, mezcla de ignorante e impresentable delante de usted, en el uso de un único ordenador compartido para setenta personas.
3. Provéase de algún dolor crónico (de rodilla, de espalda, de cabeza).
4. Retenga los horizontes: usted no quiere escribir una obra (una Obra) literaria. Caso de quererlo, no puede. Simplemente no es capaz.
5. Asista con entereza al repetido clic en el botón del ratón para subir y bajar la página web del diario deportivo más popular en su país. Recuerde -¡como si pudiera no hacerlo!- que el terminal está ocupado por un individuo cuyo sexo, por más que la lengua nos traiciones, es cualquiera de los posibles.
6. Vuelva a poner la capucha a su bolígrafo. Si tiene un muelle, oprima el botón superior. Dé fin a este ejercicio.

(c) El cuentacuentos




El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk

La segunda novelita con la que traicioné mi lectura de El viajero del siglo fue El museo de la inocencia, un libro de Orhan Pamuk de unas seiscientas páginas apretadas de letra pequeña que volvía a uno fanfarrón con la lectura con algunos capítulos -que no todos- breves y fácilmente asequibles. ¿Antes de comer un minuto suelto? Capítulo al buche. ¿Dos minutos con el coche en un atasco? Capítulo al buche. Y así sucesivamente, hasta que uno se da de bruces con capítulos de setenta páginas que le hacen recordar que la lietratura no es un camino de rosas y que como todo arte es en realidad de una exigencia feroz, un lobo disfrazado de caperucita, droga de la que no sube, sólo evita el decaimiento.

El museo de la inocencia es una gran novela que se merecería una mejor reseña que estos diez minutos que esta mañana le puedo dedicar. Y se merecería sin lugar a dudas un mejor reseñador. Se trata de una bella y extensa novela radicada en el Estambul de los años setenta, ochenta y noventa. La ciudad tiene un peso extraordinario, no diré que es el segundo personaje sino que es el tercero del trío amoroso. Los otros dos, Kemal y Füsun mantienen con ella una relación apasionada y duradera hasta el final del relato. De la ciudad se nos describen a lo largo de todo el libro -no solo en los capítulos iniciales, como un decorado cualquiera- sus calles, sus barrios, sus edificios, sus chiquillos, sus personas, su manera de vestir, de pensar, de comportarse con respecto a otros turcos, su acercamiento y alejamiento con Europa en debate permanente, su opinión crítica con respecto a la virginidad de las mujeres, etc.

El libro -es el segundo que leo de Pamuk, e intuyo que va a ser una constante- bebe de Borges y de Pascal en su inmovilismo. Los libros de Pamuk gozan en encontrar una situación metafísica, detenida aunque artificialmente, y demorarse allí todo lo que sea posible. El lector tiene que poder disfrutar de lo que le dan. La novela de Pamuk a veces parece un poco En busca del tiempo perdido o lo que yo he leído de la obra de Proust (el primner tomo, y me gustó, aunque nunca encuentro el tiempo para seguir con los demás): no avanza, se demora con placer en las comidas en casa de Füsun durante páginas y páginas.

Los personajes son grandiosos, son una maravilla, y el cariño con el que el narrador -el mismo Pamuk- no los juzga sino que deja que ellos se expresen y el lector pueda juzgarlos libremente si así desea hacerlo merece una mención particular. Yo creo que algunos estaban equivocados. Pero todos ellos tienen sus motivos y su personalidad peculiar que los lleva a hacer lo que hacen. ¡Qué difícil es hablar en clave, incluso si la novela -esta novela- no es una novela de intriga!

Como comentario especial, dejaré esta web



Y lo explico: resulta que el título de esta obra es -y no desvelo nada- viene del hecho de que el protagonista, Kemal Bey, ha abierto un museo en el que guarda objetos que hayan tenido relación con su vida con Füsun en Estambul (el trío, no se desdeñe nunca la ciudad) y el autor ha aprovechado y ha hecho lo mismo en la realidad con objetos que hayan tenido que ver con la ciudad en estas décadas. Debe ser una maravilla. Otra razón más para viajar a esa seductora ciudad.



lunes, 5 de noviembre de 2012

Saludos, Erixon

Espero que te guste el blog. Si no, en los comentarios a las entradas, siéntete libre.


El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán

A mediados de verano, y a mediados de El viajero del siglo, de Andrés Neuman, novela que compré con mucho gusto en Oviedo creo que fue, ocurrió un imprevisto. Para las personas que, como yo, son inconstantes pero, como a mí,  nos gusta la literatura, una novela de seiscientas páginas es una dulce tortura. Tortura porque estamos deseando empezar otros libros: hay tantos, tan bonitos, tan especiales, tan maravillosos, en todas partes, en las librerías, en la biblioteca, en las tiendas digitales, en la red, libros caros, baratos o gratuitos, legales o ilegales, que son un insoportable canto de sirena para nosotros. Dulce, segunda parte del oxímoron -un oxímoron es el efecto que resulta de juntar dos palabras que por su significado son casi incompatibles, para quien no lo sepa; lo importante no es saber su raro nombre, sino ser capaz de percibirlo y disfutralo, muerte a los pedantes-, porque si la novela es bella, cada página es un tesoro que se hace brillante y desaparece entre los dedos de nuestra atenta lectura, que muere en el momento de ser leída.




(Imagen tomada de The Continental Library)






Pues eso me pasó con El fondo del cielo. Buscaba autores jóvenes y contemporáneos para mi tesis y me llevé el libro de Fresán sólo porque su nombre me sonaba de alguna Qué Leer que me haya dejado Juan Antonio. Miento. Me llevé El fondo del cielo porque su título era acojonante, y su portada no era para menos. Es así.


(Imagen tomada de la web El placer de la lectura)



(Luego no me sirvió.)

Empecé a leerla con mucho cuidado. Leí en ella páginas con veinte párrafos que empezaban todos con las mismas palabras, narraciones en primera, segunda y tercera persona, creo recordar (la leí en agosto, esta entrada es una farsa escrita sin el libro abierto delante de mí). Al contrario que en Rayuela -a la que le debe bastante- pronto me reencontré. Leí fragmentos en los que sucedían muchas cosas, y páginas y más páginas en las que suceder no sucedía nada, pero las palabras eran escandalosamente bellas. Sus personajes son muy fuertes aunque su descripción sea puramente metafórica, e incluso aunque no tengan nombre. Quizá el libro me decepcionó un poco en su tercera y última parte de la que no desvelaré su contenido, por ser demasiado lírico cuando había muchos sucesos en el aire como para no esperar algún tipo de desenlace más concreto. La escena del mono y la tibia de 2001 Odisea en el espacio es me parece que está al principio, no al final, no sé si logro explicarme con claridad. Y sus auto-comentarios del final, con agradecimientos incluidos, como si de una película se tratara, no tienen precio. Estoy deseando tener un rato para leer Matadero 5 de Kurt Vonnegut, de la que se confiesa amante. Por la propiedad transitiva de los números, aplicada a las letras, me parece que a mí también me va a gustar.

Esta es una novela sobre ciencia ficción. No -de ningún modo- de ciencia ficción. En esta novela, la ciencia ficción no es un género, o no lo es con todas las convenciones del mismo. Es un tema. Es una novela dedicada a la ciencia ficción. Pero una ciencia ficción muy poéticamente integrada en la historia de la humanidad. Y sin embargo, en ella caben numerosísimos guiños y senhales que un amante de la ciencia ficción puede entender. Por desgracia, sociológicamente no son dos tipos que a menudo coincidan -el amante de la poesía y el amante de la ciencia ficción- por lo que se me ocurre que el "lector modelo" de esta novela es una rara avis. Yo lo soy. Yo la gocé.







Silencios blogueros

A continuación escribo la primera muestra de las reseñas breves que por motivos de tiempo tengo que hacer para quedar "en paz" conmigo mismo y con quien/es tenga/n interés en estas letrujas informáticas. Si queréis más extensión, más palabras, más ideas (bueno, en la medida que me sea posible, se hace lo que se puede y de donde no hay más no se puede sacar más, aunque vid. infra), pedidle responsabilidades a nuestros ineptos gobernantes españoles (a la mayoría de ellos) que no conocen las más elementales nociones de matemáticas y creen que más es menos. Está claro que soy funcionario, y que soy funcionario de educación, que soy profesor y que doy más clases a más alumnos por menos dinero en aulas con menos calefacción, y que según algunos esto debe conducir inevitablemente a que aprendan más y/o a que en las olimpiadas educativas europeas llamadas también Informe Pisa.

Ojalá todo fuera diferente.


domingo, 7 de octubre de 2012

Pour some sugar on me, de Deff Lepard




Que no se diga, un poco de dulce Rock and Roll para desengrasar y en nada empezamos a subir las critiquillas de andar por casa que pueblan el blog.




¡Uf, qué pereza!

Con el ordenador roto y muchas más clases por semana que el año pasado, con mis curcunstancias vitales y con la cantidad de personas que dependen de mí...

¡Uf, qué pereza ponerse a redactar unas palabras de los novelones del verano, de El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk, de El viajero del siglo, de Andrés Neuman, de El último encuentro, de Sandor Marai!

¡Uf!




domingo, 26 de agosto de 2012

El país del miedo, de Isaac Rosa

Una más que le debo al buen Juan Antonio.


Estaba en Burgos -ciudad que tiene una buena proporción de librerías por habitante, cosa que no puedo decir, de otras en las que he vivido como, por ejemplo, de Antequera- buscando El viajero del siglo en bolsillo. Quería reforzar el género novela de mi equipaje, puesto que, cuando estoy de viaje, sólo tener libros de un género me pone un poco nervioso. Así es que, con mi perra Raspa y con la señora Cuentacuentos, me di unas vueltas por la ciudad, cámara en mano. Y en la primera librería que me topé, desordenada y evocadora, como no tenían la de Neuman, me llevé la de Rosa. (Luego entré en otra y también me llevé la de Neuman, joder, 20 euros por decenas de horas de grandeza, con los libros sales ganando siempre.)

(Imagen tomada de la web y tienda online casadellibro.com)


Pues debo decir que esta novela ha sido, ante todo, adictiva. No es una novela-thriller, o no lo parece, pero no puedes parar de leerla. Al menos yo no podía. Su escritura es muy especial: parece sencilla, parece clara, sobria... Pero en realidad no lo es, en absoluto. Contiene en cada uno de sus breves capítulos una de estas dos posibilidades: la primera, una micro-meditación sobre alguna de las facetas del miedo (los distintos miedos, los distintos sufridores del miedo, los distintos causantes del miedo, la naturaleza del miedo, etc.) expuesta de una manera breve y tan completa -a veces parecen catálogos de los horrores, como Homero hacía con los catálogos de los héroes de Troya que uno se sorprende leyendo ese tratado tan interesado como si fuera la propia ficción. La segunda, la propia ficción, interesante y muy depurada, con un mínimo de personajes, algunos de ellos sin nombre pero con muchos interrogantes, tiempos y espacios.

De los capítulos y de su estructura también hay que decir un par de cosas. La primera de ellas es su concisión, que facilita la lectura. Hace mucho tiempo que la mayor parte de mis lecturas constan de capítulos breves. No es que los considere algo bueno o malo, ni mucho menos, al igual que no pienso que una novela de mil páginas sea peor que una de trescientas o un cuento de diez mejor que una novela. Simplemente es un hecho el que, con una vida un tanto agitada como la que muchas personas llevamos, una segmentación más frecuente resulte en un mejor acceso a la Literatura. Hablando en plata: cuando no tengo tiempo para ver El padrino, me pongo un capítulo de The wire. No digo que una sea mejor que la otra. (Aunque, con toda la competencia que hay en el mundo del cine, tal vez aún deba llover un poco para saber si The wire alcanza en su mundo las cotas que El padrino ha alcanzado en el suyo). Cuando sí lo tengo me pongo El padrino. O Camino a la perdición.



La segunda observación sobre los capítulos es su bipolaridad, como adelantaba arriba. Con la disculpa de no tener el libro delante (los libros hay que dejarlos, sobre todo los de bolsillo, ¡menos fetichismo y menos racanería!) y la posibilidad de equivocarme, diré que todos los capítulos impares tratan sobre una historia de ficción y todos los pares (o viceversa) conforman una tratado psico-sociológico sobre el miedo.




¿Es El país del miedo una novela de tesis sin tesis? Jeje, vaya tontería de idea, podéis pensar. Pues quizá... Isaac Rosa no parece tratar de convencernos de nada (si acaso, un no excesivo poso ideológico interesante), de ninguna tesis. Sin embargo, su hombrecito-marioneta no deja de resultar un fuerte argumento para sus ideas, o al menos un modelo o un ejemplo. Como quiera que sea, ambas partes de la novela funcionan juntas a la perfección.



La entrada a la historia principal resulta magistral. Es lenta, falsa, pausada, oscura... Esa demora de unas veinte páginas es de un maestro narrador. Seguramente Rosa puede o debe aún escribir su gran novela, aunque esta ya sea realmente interesante y original. Estoy a la espera de tener un rato para leer esa otra que escribió sobre el mundo del trabajo y de los trabajadores en el trabajo -no como hacía Galdós, que le aburría narrar a sus personajes dando un martillazo-. Si es al menos tan buena como esta, va a merecer mucho la pena.


El largo y cálido verano

Como veréis, este verano he desaparecido. No voy a excusar ni pretextar nada, en parte porque ya estoy -valga el invento- textando directamente que no he estado escribiendo nada. ¿Pereza, desidia, ocupaciones variadas, desgracias inesperadas? Bueno, quién sabe. Si esto fuese un blog puramente vitrinal -segundo palabro en menos de diez líneas-, entonces lo contaría y seguramente, al acabar de leerlo, quien lo leyera tendría la contundente impresión de haber estado perdiendo su tiempo. Como yo no quiero que eso llegue a suceder, me ahorro la crónica de mi vida y paso directamente a la crónica de mis lecturas.

Trilogía de New York, de Paul Auster. Seguramente no la reseñaré porque a estas alturas, quien no lee mucho ha leído a Paul Auster; quien lee mucho, empezó leyendo a Paul Auster hace casi veinte años; quien es lector de fe, confía en las recomendaciones que le han hecho y ha hojeado las páginas de Paul Auster. Otras veces he tenido humor para hacer lo que llamo "descubrir la rueda" o "descubrir la bicicleta". Esta me parece que no.

El país del miedo, de Isaac Rosa. Este sí es un buen candidato. Cuando tenga un ratito, quizá incluso hoy, le dedicaré unas líneas.

El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán. Una extraña y asombrosa novela que por supuesto estoy deseando darle unas palabras.

Tengo la vaga idea de que he leído algo más (aparte de poemas de José Agustín Goytisolo y de John Keats, que cada día me gustan más), pero ahora mismo no recuerdo qué podría ser.


Espero que vosotros también hayáis pasado un hermoso verano. Pasado. Porque esto se acabó.




viernes, 13 de julio de 2012

Love, love, love, de The Queers

Otra de música, otro bombazo, o al menos eso creo. Que os guste.


Trouble! Trouble! It was all she was looking for!




martes, 10 de julio de 2012

Thunderstruck, de AC/DC


¡Ahí va eso!



¡Yujú!

Todo es silencio, de Manuel Rivas

Escribir sobre libros ya presupone que la materia sobre la que decir algunas palabrillas tiene una variedad tal que resulta casi infinita. (Pese a todo, Borges decía que ser inmortal no merecía la pena porque un hombre inmortal escribiría dos veces la Odisea.) Hoy me apetece a mí hacerlo sobre una novela gallega de un autor gallego: Todo es silencio, novela escrita por Manuel Rivas.

(Imagen de alfaguara.com)



Además, escribir sin pretensiones de lectores, como simple entretenimiento que me permite hilvanar dos y a veces tres ideas concernientes a la misma obra literaria, es algo que te facilita hablar si quieres sobre el Gobierno, sobre la Iglesia, sobre el todo y sobre la nada. A mí a veces me apetece compartir impresiones sobre el hecho de leer libros. Hoy va una de esas impresiones, dado que sobre Todo es silencio no voy a comentar mucho. ¿Cuál? La incompatibilidad.

Las novelas de Manuel Rivas son centelleantes. No son muy extensas, no son grandilocuentes sino que suelen referirse a vidas anónimas de personajes menores o secundarios; son un poquito intrahistóricas (sólo un poquito) a pesar de que todos sus personajes sean un poco especiales, o lo que es lo mismo, que ninguno sea sólo ejemplo -porque los ejemplos a veces se tornan ejemplarizantes, y no suele ser esa la intención de Rivas en sus novelas- sino, más bien, que todos ellos configuren una visión del mundo por la cual nadie (hecho de ficción al menos) es absolutamente carente de interés. Si me equivoco, que venga Rivas y diga unas palabras.




Yo he leído El lápiz del carpintero y ahora Todo es silencio. En un futuro no muy lejano leeré Qué me quieres, amor, que creo recordar era la base del guión de La lengua de las mariposas, aquella preciosa película. Tenía muchas esperanzas cuando empecé Todo es silencio, sobre todo porque venía de un novelón genial como Los enamoramientos, y creí que continuaría por ese camino. Pero en ocasiones las cosas no resultan exactamente como nosotros nos habíamos propuesto; nada más lejos entre las oraciones de Marías, de media página, y las de Rivas, de seis palabras -no todas.




¿Estoy diciendo que Todo es silencio es una novela mediocre, poco aprovechable? No, en absoluto. La bipartición en dos libros, relacionada con los periodos vitales de los protagonistas, ya es un éxito y nos dice mucho sobre la idea de la vida de Rivas. A día de hoy no sé si Todo es silencio es una traducción o auto-traducción o bien si está escrita directamente en castellano. Como quiera que sea, su estilo, en muchas ocasiones, no es simplemente bueno sino que es completamente poético. Algunos finales de sección o incluso de capítulo son casi shakespearianos. Es muy chocante una novela sobre el narcotráfico en las rías gallegas escrita con un estilo tan metafórico; al lector le exige un poco, más seguramente que en El lápiz del carpintero. Lo que sí es cierto es que la verbalización del texto es una auténtica maravilla, que si la novela tiene un buen esqueleto estructural (la bipartición del libro, la terna de personajes, el triángulo amoroso, los secundarios, las uñas de los pies de Mara Doval y las de Guadalupe, los símbolos geniales como la escuela de los indianos, el esqueleto descarnado y la maniquí, los desechos del mar, los guantes del capo local, etc.), su plasmación en palabras y frases es enorme.



Manuel Rivas, José Luis Cuerda (su director) y los actores que representarán a Fins Malpica, Nove Lúas "Leda" y Víctor Rumbo "Brinco" en su versión cinematográfica. Imagen tomada de la web http://es.outletvictims.com/


Pero a mí no me ha llegado. Yo me he quedado fuera. No sé si es que no me enloquecen las historias policiales o cuál es la razón, pero me habría encantado quedarme sin aliento al leer el fin de la novela y no me sucedió. Qué putada, joder. Así que paro de escribir sobre esta buena novela, empiezo a darle vueltas a la cabeza para justificarlo y justificarme, y lo que sigue de la entrada es lo que se me ocurre.

A mi parecer, ningún gran lector es capaz de disfrutar el cien por cien de las grandes obras literarias, y esta incompatibilidad resulta por varias razones. Voy a ir enumerándolas para que no se me esfumen en el aire:

- Qué es artístico y qué no lo es resulta argumentable y variable con el tiempo, como ya dijo Baudelarie hace tiempo.

- Cada lector tiene sus horizontes de expectativas, sobre todo aplicados a las lecturas inminentes. Si acabo de leer algo, ese algo recién leído influirá en lo que empiezo a leer acto seguido estableciendo términos de comparación, por ejemplo.

- Se puede ser consciente de que se está desperdiciando un buen libro leyéndolo mal, sin ganas, sin esfuerzo, sin aprovechamiento, y no querer o poder hacer nada para cambiarlo, una lectura cínica.

- Cada lectura, incluso cada sesión de lectura, es un acto concreto y contextualizado. El mejor Petrarca no se puede gozar a 42ºC con el aire acondicionado roto -y también un pie roto.

- Por mucho que se diga, a veces los temas resultan más cercanos, o más lejanos o simplemente más o menos interesantes; igual sucede con los argumentos y las tramas, y con los motivos, con los mitos, etc.

- A veces, los lectores, sencillamente fallamos.




lunes, 9 de julio de 2012

Mientras vivimos, de Maruja Torres

Qué bonito es leer unos libros que te hablan sobre otros libros, escritos con hasta diez años de diferencia. La entrada anterior de este blog era una reseña de la novela Los enamoramientos, de Javier Marías. En ella, una idea interesante, creo reordar que la apunté, tenía que ver con la capacidad que tienen las novelas para evocar situaciones, conflictos y dilemas, que podían llegar a ser universales al margen de la anécodta concreta de esa obra literaria, y cuya resolución podía -o no- quedarse en el margen de lo coyuntural mientras que la problemática de origen, la premisa, seguiría en el imaginario de las personas.




(Imagen tomada de la web www.planetadelibros.com)


Cuando uno está en una casa de vacaciones y ha acabado sus lecturas, y resulta que no puede moverse por cierta mala fortuna que concluyó en la fractura de una de sus extremidades, hace cierto aquello de que a caballo regalado no se le mira el diente. En esa casa había una colección de Premios Planeta. ¿Y qué son en verdad los Premios Planeta? A mi parecer, aunque otro día podría escribir sobre eso, los premios son básicamente de dos tipos: políticos o autopromocionales. El Planeta, con su vanidoso premio y sus en numerosas ocasiones mediocres ganadores -libros y autores- pertenece al segundo tipo. Pero esto no desmerece para que nos podamos acercar a él como me sucedió a mí, tanto para vislumbrar cuál era la literatura superventas de esos años como para analizar sociológicamente el perfil y gustos de sus lectores. Un análisis que no sostiene rigor ninguno, está claro.

Pues sucede que leí Mientras vivimos, de Maruja Torres, conocida periodista de El País. La relación de los periodistas con la Literatura es siempre llamativa: algunos han garabateado bodrios ridículos mientras que otros han parido las más bellas obras de arte. Así pues, gustándome más algunos párrafos que otros de los artículos de Maruja Torres, y también más algunos artículos que otros, abrí el libro.

¿Más el conjunto, menos, partes? Una novela es en parte como una película, y un cuento como un corto. Un buen director es quien sabe mantener la coherencia en el largo todo; un buen cortometrajista es quien pega un fogonazo efímero que nos deja cegados con su momentánea belleza de tres minutos. Recién acabada, pienso que -para mí- la novela de Maruja Torres es discontinua. Algunos párrafos son, estilísticamente, más bellos que otros, aunque en general la novela se mueve en un grado medio, apta para un consumo no demasiado exigente. Quizá me emocionó más el capítulo dedicado a Teresa y sus cartas, donde vi un inicio de un debate ideológico además de un emotivo canto a la vida ética. Otro sí se lo dedico a Regina, y otro no a Judit, personaje que queda en el aire, con muchos personajes secundarios adscritos y lugares aludidos y descritos para nada. ¿Quizá esta novela necesitaba cien páginas más, algún regreso? El final no me ha gustado, sinceramente. No lo comentaré pero me parece una concesión fácil. Y el epílogo es aún peor.





Esta es una novela sobre ambición, integridad, creación literaria y mujer. El feminismo es uno de los temas más interesantes que hay en la actualidad. Incumbe a muchos miles de millones de seres humanos (la mujer no es una minoría). Y además es un problema falto de solución, y un debate intelectual de primer orden. Por citas y alusiones, Maruja Torres parece que tenga una conocimiento amplio, pero sus conclusiones no son sino superficiales y fragmentarias (autocrítica, resumiría), y en ningún momento desarrolladas. Claro que, cuando uno escribe estas cosas, parece que en su reseña lo que anota son los datos para la novela que él habría -pero no ha- escrito. Por ello siempre aprovecho para reivindicar la humildad de la crítica.

 Y para acabar, regreso al principio. ¿Cuál es ese germen maravilloso que sugiere la novela Premio Planeta de Maruja Torres? La escritura parásita. Los escritores en simbiosis aprovechada de los escritores, que ya no son necrófagos sino algo aún peor: depredadores. Una idea magnífica, eso sí.



martes, 3 de julio de 2012

Los enamoramientos, de Javier Marías

Hace algo más de un año decidí dejar de poner títulos dobles a las entradas. La verdad es que, aunque de un gusto un tanto anticuado, confieso que me gustaba hacer como las novelas de los siglos dieciocho y dieciniueve, que eran del tipo X o Y. Por ejemplo, Frankenstein o el moderno Prometeo. Me habría gustado retitular esta entrada como Los enamoramientos o hablar para pensar.


(Imagen de Alfaguara.com)



Sócrates paseaba con sus casi contertulios (al fin y al cabo, él era el maestro, maestro preguntador pero maestro al fin y al cabo), y Montaigne se inventa un género -el ensayo- en el que, para llegar al destino marcado, el tema sobre el que se propone descubrir algo, no hay que dirigirse en línea recta y decisión sino divagar, dar vueltas, circundar, volver..., para entonces darse cuenta de que el tema mismo, fuera el que fuera, acaba siendo el propio paseo mental. Los enamoramientos, la novela que acabo de leer, es así.

¿Ensayística? Bueno... Cuando se dice de una novela que es ensayística caben dos posibilidades, siendo la primera que toda la obra de ficción no sea más que un triste argumento que da un leve peso a una tesis previa y fuerte. Es lo que se llama una novela de ideas, o de tesis. Cabe una segunda posibilidad, que es la de que en el texto nos encontremos con pequeñas digresiones, como pueden ser reflexiones del narrador al hilo de ciertos asuntos o temas que se deriven de manera más o menos directa de la acción de los protagonistas.

La novela de Javier Marías, sin embargo, es completamente ensayística por otros motivos. Su ficción, sus invenciones y aventuras, sus personajes tienen peso y valor en sí, con lo cual ese primer tipo de novela-ensayo que solo sirve para dar por válido un apriorismo se descarta. Y en realidad, de esa segunda especie de novela ensayística tampoco podemos hablar por la razón de que no hay algunas páginas dedicadas a algunos temas, más o menos desgajadas de la acción principal de los protagonistas de ficción... ¡Toda la obra es elucubración y pensamiento! En Los enamoramientos, los duelos no son a espada, ni a pistola; a veces ni siquiera de palabra, sino duelos mentales. Es una novela muy chejoviana, muy de acción interior. (Por ahí, en el blog, hay algo escrito sobre Chejov.)

Como acabo de decir, los acontecimientos que se esperan en toda novela, en Los enamoramientos no son muy cuantiosos, pero sí muy jugosos. En términos claros: pasan pocas cosas, pero las que suceden son muy ricas en interpretación. De hecho, esta es una novela que trata sobre interpretar, sobre leer. Su protagonista, María Dolz, es una maravillosa analista-intérprete de la vida. De hecho, trabaja como -creo recordar- traductora en una editorial, de donde ya su oficio justifica esa capacidad de inmersión. María proporciona sentido -un sentido personal- a todo aquello que vive y también a todo aquello a lo que asiste como espectadora, que en su caso es un poco decir lo mismo. 

Y puesto que la novela trata sobre leer, Marías ha hecho del mundo de la lectura y de la escrituras otro espacio subsidiario al de las meditaciones de María (¿no hay un pequeño seudobiografismo en esto, habiendo sido Marías también traductor y siendo en la actualidad escritor?). En esta novela hay editores lavayos, escritores miserables y asociales, universitarios, jóvenes blogueros que crean su oportunidad por la adulación y la aquiescencia sin sentido crítico, etc. Uno de los personajes secundarios resulta realmente sorprendente para los que, como yo, hemos estudiado filologías y estudios humanísticos.





 Pero no quiero perderme de la idea que originó esta pequeña reseña sobre esta enorme novela. (Enorme de calidad, no estoy hablando de la trilogía Tu rostro mañana, que sí es quizá también enorme de calidad -habrá que leerla- pero seguro de tamaño). Esta es una novela en la que el pensamiento se efectúa en la palabra. Los personajes mantienen largos diálogos, que se extienden por varios capítulos -si bien los capítulos no suelen exceder las diez-quince páginas- con larguísimas intervenciones, de varias páginas por turno de palabra que a veces copan un capítulo entero, intervenciones en las que se intercalan largas ideas de la narradora entre las palabras del resto de los personajes, incluso entre las de ella misma. Su extensión llama la atención, y yo no quiero hacer excesivo hincapié en ella porque sé que hoy en día, que queremos acumular lecturas, visionados de películas o escuchas de discos, esto resulta gravoso. Gente cercana a mí, con mi misma formación, apenas es capaz de dejar el Lazarillo en pie de todo el Siglo de oro; la que no por larga, por anticuada o por retórica. Pues anda a tomar por culo: como dicen en las series: "devuelva placa y pistola". Sin embargo, es en este fluir de la conciencia -monólogo interior gramatical, no caótico- por las palabras donde los pensamientos se hilvanan, se basan, se matizan, se fundamentan. El año pasado leí casi toda la obra de Robert Walser, y mi idea sobre él era parecida -si bien la mente de Walser era más huidiza- a la que me suguiere este Los enamoramientos.Afirmo además que no es una novela de tesis, como apuntaba por ahí arriba, por la razón de que los pensamientos hacen errar, resbalar, cambiar, desdecirse, avergonzarse, profundizar. Los personajes de esta novela son en su mayoría su pensamiento y uno o dos rasgos (la maravillosa prudencia de Dolz, la tristeza y los labios de Díaz-Varela, la bella serenidad de Deverne y Luisa) de carácter o físicos. Si son físicos, en algunos casos es por su valor simbólico -los labios del seductor-. En general, para poder disfrutar de la novela, uno debe poder disfrutar de dos factores: el primero es el discurrir acuático de las ideas converidas en palabras, que a veces se remansan mostrando muchos matices de un mismo asunto, a veces corren llevando de un lugar a otro y de unas conclusiones a otras alegrando al lector con pocas pero generosas sorpresas narrativas, a veces se bifurcan necesitando de la cooperación de quien lee y de la capacidad de formarse esquemas mentales o bien de pasar de reflexiones importantes a pequeñas ocurrencias pasajeras -también jugosas y agudas- y por fin, otras ideas regresan: a la misma idea se vuelve numerosas veces desde diferentes ópticas. Algo parecido al Canzoniere de Petrarca y a sus 365 poemas dedicados, a lo largo de más de veinte años de vida, al mismo fracaso amoroso.


(Presentación de Los enamoramientos en el Círculo de Bellas Artes. Subido por Aviondepapeltv)



No hay en la novela regreso más importante que el que se efectúa a la imagen del principio, que no estropearé en esta entrada de blog, salvo tal vez los que se hacen a unos pocos textos franceses e ingleses: la múltiples cazas, capturas y ejecuciones de Milady de Winter (Anne de Breuil) en Los tres mosqueteros, las citas de Macbeth con sus difíciles traducciones ("He should have died hereafter", por ejemplo) y por supuesto la novela corta El coronel Chabert, de Balzac. No puedo decir ni media palabra sobre el argumento de este librito porque estropearía la lectura de la novela que estoy reseñando, y dado lo muchísimo que me ha gustado, no le deseo en absoluto a sus lectores que pasen por eso, pero sí puedo hacer un guiño al libro diciendo que en cierto momento de la novela Díaz-Varela juzga menor el desarrollo de un relato frente a su planteamiento y que, en cambio, María Dolz rompe una lanza por los finales de las intrigas; y también quiero agradecer a la editorial Alfaguara que, al menos en la edición que yo compré -o que, más bien debería decir, me regalaron- se incluyera en edición no comercial la novelita francesa junto a la de Marías. Creo que es un acierto tremendo que los aficionados a la literatura comparada y sus estudiosos agradecerán, y también un gesto de la comunicación de culturas, incluso si estas ya son cercanas.

Suelo dejar para el final el estilo de la novela. El estilo de esta novela es la novela misma. Es la idea misma de la novela. Modular ideas también sirve para cincelar sus acabados. El uso del castellano es fantástico; en ocasiones parece un poco áulico, pero es que en esta novela la misma lengua es objeto de revisión y de interpretación. Qué demonios, esta novela es una poética de si misma. Es una maravilla. Me ha gustado un montón. Pierdo las palabras, qué le voy a hacer.

 No sé si hay muchas más novelas de este tipo en el panorama narrativo español contemporáneo: no soy especialista en ello, soy solo un lector al que le gusta compartir sus impresiones o que, de manera similar -salvando las distancias gigantes- a los personajes de Marías sólo logra la compleción, el acabado de sus ideas en la enunciación de las mismas. Por eso pensé en que esta entrada, anónimo homenaje a esta novelaza, pudiera retitularse de ese modo, hablar para pensar.



domingo, 24 de junio de 2012

Should I stay or should I go, de The Clash, por Mick Jones



¡Venerable Mick Jones! ¿Cuántos años tenía en el 77, unos veinte? Madre mía, qué bien. Bendito Mick. Y sobre todo, bendito Joe: por ti, creería en el cielo. Un día subiré algunas canciones tuyas que ya todo el mundo conoce.



sábado, 23 de junio de 2012

Mamá, de Joyce Carol Oates

Mamá, un bonito nombre para una novela. Incluso para regalársela a la propia madre. Pero, ¿qué esconde tras sus tapas, incluso si son tapas blandas de una edición barata con letra minúscula, como ha sido el caso?

(Imagen tomada de alfaguara.com)



Lo primero que esconde ese sucinto título es un argumento que no se podría prever. Ni siquiera leyendo la contraportada del libro. (Las contraportadas son como una droga de probadas consecuencias nefastas: sabes que es malo leerlas pero sigues haciéndolo.) Empecé a leer Mamá porque pensé que era un título que ahondaba y afinaba en las emociones de la relación maternofilial. Es más, que lo haría, como diría Petrarca, in vita e in morte. (Para quien no lo sepa, una parte de los poemas del Cancionero del poeta toscano del Renacimiento Francesco Petrarca -uno de los peces gordos, vaya- está escrita mientras la amada está viva y la otra después de su muerte; algo parecido sucede en la novela de Oates. Pero tranquilos por esta información, y que nadie afile sus cuchillos: ¡es la primera frase de la novela!)
Pues como veis, la novela trata sobre cómo Nicole Eaton, protagonista presente de la novela, ajusta y afina sus relaciones con todas las personas que tuvieron relación con su madre recién fallecida, Gwen Eaton anteriormente Gwen Kovach (preciso: me parece fuertemente machista que en los países anglosajones la mujer adquiera el apellido de su marido), que es la protagonista ausente. Con sus amigos y amigas, con sus familiares cercanos y lejanos, en las pequeñas cosas de su vida diaria, con sus relaciones sentimentales anteriores al matrimonio, con sus secretos, cómo fue de verdad la vida con su marido Jon Eaton... Son esos claroscuros, esa investigación edípica sobre las propias raíces, lo que centra el interés de la narradora, que es la propia Nicole Nikki Eaton.

El abismo que se abre ante los pies con la muerte del padre o madre es un tema literario que ya tiene bastantes antecedentes. De hecho, no es nada original, pero sí es muy sugerente. Cuando mueren los padres y de ellos apenas sí quedan unos pocos recuerdos, se alza ante el individuo la pregunta de siempre, la problemática: ¿quién soy yo? Y con ella también las demás: ¿de dónde vengo? ¿Adónde voy? Y adónde voy, además, solo. La soledad, la orfandad, el abandono, el silencio de Dios... Existencialismo puro: Heidegger, Camus, Sastre, (a veces) Beauvoir), etc. Una novela que si no habéis leído y queréis hacerlo, que además os recomiendo porque no sólo está muy bien escrita sino que además tiene una densidad de ideas apabullante es El extranjero, de Albert Camus. A mí Sartre, como creador de ficciones, me gusta menos.

La novela está dividida en cinco partes, creo recordar. Cada una de ellas está separada en capítulos no numerados pero sí titulados, que mantienen una cierta linealidad temporal. La fragmentación y los pequeños saltos temporales son frecuentes, incluso dentro de capítulos, y en ocasiones nos encontramos con fragmentos que se relacionan con otros casi únicamente por asociación de ideas. Casi se puede decir que es una novela detectivesca.

Los personajes están muy bella y morosamente dibujados: la narradora, una periodista, se toma mucho tiempo en darnos todos los detalles sobre ellos. Así, la descripción, que suele ser estática e inamovible, se convierte en algo temporal e incluso narrativo. Es una idea un poco compleja, a ver si me explico: en ocasiones los lectores, sobre todo los más impacientes, los que quieren consumirse sucesos, al toparse con algo que parece una descripción sin lugar a dudas saltan páginas por un motivo: piensan que se aburrirán. Una descripción es una foto, un momento parado en el tiempo, en el que el cambio, la alteración, el suceso, están descartados. Pero si a lo largo de un libro, como hace Joyce Carol Oates, la descripción queda abierta (por ejemplo, la descripción del padre de la protagonista y narradora, Jonathan Eaton), los sucesivos aspectos descritos y los sucesivos matices que se nos dan van trazando una relación entre sí y nos van dando una información no escrita que nosotros los lectores podemos interpretar y darle aún más sentido a la obra. Explico el ejemplo -aunque con algunos datos de la novela, quien quiera leerla sin ninguna intromisión, que se salte el resto de este párrafo-: en el caso de la descripción del padre, los primeros aspectos que se describen de él son su capacidad de trabajo y su integridad. Luego se habla de sus aficiones, entre ellas las lecturas históricas. Más tarde, de su prestigio dentro de la familia. A continuación, la protagonista le regala a su amante uno de los libros de historia del despacho de su padre, cuyas páginas ni siquiera estaban cortadas -seña inequívoca de que no se había leído- y poco después se nos relata que en los días en que hubo un simposio sobre historia americana en su ciudad (comento de memoria), el tal Jon Eaton adujo para no acudir que no tenía tiempo que perder allí. Por último, sabemos de él que desprecia a la familia de Gwen Kovach, su mujer, que considera a estos familiares como personas de baja condición social y que no le gusta que ellos vayan a casa, cortando así las relaciones con las raíces de ella. Además, sabemos que él sí pero ella no se casa totalmente enamorada, y que Gwen Kovach nunca tiró sus cartas de amor con su primer novio del que tuvo un aborto.

El estilo de Oates, incluso traducida, es bastante bello. Regresa con ella el placer por las frases sin verbo, contemplativas. Los adjetivos son de una rara adecuación, prácticamente en cada página. Y sobre todo, las palabras que me acuden a los dedos son "espontaneidad" y "frecura". Lo cual no quita que posiblemente esta novela tenga lecturas y relecturas -y escrituras y rescrituras- por parte de su escritora, pero lo que es el acabado da la impresión de una frescura espectacular. Es una novela que en su escritura no aburre al lector para nada, sino al contrario, que lo sorprende y sacude.

Qué decir... Me lo he pasado bastante bien leyéndola, la verdad. Me gusta encontrarme con libros así, sabiendo tan poco de ellos.



jueves, 21 de junio de 2012

Me llaman Calle, de Manu Chao

Después de poner un tema de Eugene Hütz y sus muchachos del Burdel Gogol, hoy toca volver al (pequeño) maestro. Este vídeo es precioso.







miércoles, 20 de junio de 2012

Estupor y temblores, de Amélie Nothomb

Segunda reseña que le hago a la francesa. Veamos qué hay por aquí...

Ante todo, voy a confesar que mi lectura de esta novela está terciada por el fastidio de no encontrarla en bolsillo. Bastantes de los que leemos solemos acudir a la biblioteca (algunos lo hacen a internet, pero de eso no hablo porque es ilegal, tanto como las personas en las fronteras pueden ser ilegales) o a otros medios para conseguir esos libros que, sin levantarte mucha expectación, tienes que leer o debes leer o por algún motivo sabes que van a desnudarse ante tu vista. Eso me sucedió con Estupor y temblores, pero no hubo modo, y menos en las fechas agitadas del final de curso, de modo que tuve que recurrir al último remedio: adquirir el libro original de ciento cincuenta páginas a tipo doce por quince euros. Una buena -como lo son todas- edición de Anagrama, lo cual no significa que dejase de ser cara, que también lo es.


(Imagen tomada del blog Angels of the night)




Pues así fue que cogí el libro un poco receloso. Pero al empezar a leerlo me cambió el humor. Ante todo, debo decir que Estupor y temblores es un libro divertido. Más de sonrisa socarrona que de carcajada, pero divertido. ¿Qué hace reír en este libro? Bien, muchas cosas, entre ellas su argumento inverosímil, su laconismo, su ironía 

Vale, pero, ¿de qué va? ¡Ansias! Bueno, hablando sobre libros hay que tener siempre un poco de cuidado. La letra escrita, pase lo que pase, nunca pierde su cierto carácter arcano, peligroso. La literatura es el arte de la palabra, y, con el tiempo, de la escritura. La escritura vence al tiempo. Y el tiempo es aquél que mata más que la bomba atómica. Así que, bien mirada, la escritura es algo que, aunque no se frecuente, se respeta. Y los que son capaces de jugar con la escritura son seres de otras galaxias. Digo todo esto porque siendo tan malos los estereotipos populares, los tópicos de la élite cultural no son menos nocivos. Y aquí llego al origen: uno de los primeros credos que se topa uno cuando empieza sus estudios literarios es el esnobismo de decir que los argumentos no importan. ¿Cómo que no importan? ¡Pues será a usted, señor pagado de si mismo a quien no importan, porque a mí sí! Así pues, al grano: ¿de qué va Estupor y temblores? De una escritora francesa que trabaja en una empresa nipona a la cual van degradando progresivamente sus cuatro jefes, cuatro personajes para echarles de comer -sobre todo al señor Omochi- aparte, hasta que acaba su año de contrato. Eso es, ni más ni menos.


Además se me ocurre otra idea, que igual servirá para ir desgranando esta novela de Estupor y temblores: ¿Amélie Nothomb es una escritora de método? Sólo he leído dos novelas suyas -Ácido sulfúrico está reseñada también en este blog-, pero los parecidos entre ambas son tan grandes que no termino de atreverme a usar la palabra "estilo". (Otro día hablaremos del estilo, de las idiosincrasias y de Platón, vaya mamarrachada eso del estilo...). Veamos:

Ambas novelas son cortas.
Ambas novelas hacen poco hincapié en lo descriptivo -un poco más Estupor y temblores.
Ambas novelas aborrecen la digresión.
Ambas novelas concentran la acción en muy pocos personajes. Estos están definidos por muy pocos trazos que se hacen recurrentes
Ambas novelas tienen un elevado sentido de la moral -aunque el humor de Estupor y temblores rebaje este sentido trágico de la existencia.
Ambas novelas parece que exponen sin tapujos la personalidad de su escritora, disipando un poco la categoría ficticia del narrador -si bien en Ácido sulfúrico, una distopía, esto es menos patente que en Estupor y temblores, una pseudobiografía.

Amélie Nothomb arrasa con la idea del honor, lleva al absurdo la idea de la existencia contemporánea japonesa (vivir para trabajar en la empresa, no trabajar en la empresa para vivir), se mofa del revisionismo histórico y del racismo-chauvinismo japonés con buenas dosis de cinismo. Se ríe de ella misma como personaje de auto-ficción (en el tramo final del libro coge mucha fuerza este motivo). E incluso se postula, de nuevo a sí misma -sí, es muy egocéntrica, está claro- como cordero masoquista que sacrificar a la belleza de su compañera-jefa Fubuki Mori.

(Muy divertido el capítulo del cuarto de baño masculino.)

Es una novela bastante interesante. Me gustó algo más Ácido sulfúrico por mis gustos personales -prefiero lo trágico a lo cómico-, pero pienso que esta novela es más interesante desde un punto de vista general. Se la recomendaría a cualquiera que la encontrara en una biblioteca (la señora Nothomb publica a ritmo de libro por año: si no encuentra una, encontrará otra) pública. Por quince euros...


PD. ¡Ay! ¡Buscando una imagen para esta entrada lo he decubierto en bolsillo, en Quinteto!




miércoles, 13 de junio de 2012

Masaje

Masaje


-No, Laura. Esta tarde no. Tengo fisio.
-...
-Las cervicales. Es el que me aconsejó Leo. Estoy fatal. A veces me dan mareos y casi me caigo al suelo.
-...
-De verdad, esta tarde es que tengo la cita. Búscate a otro. María José creo yo que podrá; es más joven, no tendrá tantos rollos.
-...
-Tengo que ir. No me quiero pedir la baja. Y ya sé que no hay ningún problema, pero yo prefiero no pedírmela.
-...
-Y si vas muy apurada me puedes pedir el favor más adelante cuando quieras.
-...
-Pues ahí me has pillado. No sé qué hacer con ellos, por ahora, porque es que son muy pequeños.
-...
-No, mis padres murieron.
-...
-No pasa nada.
-...
-No, tampoco. Trabajan hasta tarde; todo el edificio es de gente que trabaja todo el día. Hay un chico nuevo, pero no lo conozco como para dejárselos.
-...
-Tuve malas experiencias.
-...
-Nada, una chica con la mano un poco larga y amistad por lo ajeno.
-...
-La verdad es que sí. Es una locura. Por ahora no sé qué hacer con ellos. Y... Espérate que piense... ¡Esa noche tengo junta de vecinos!
-...
-Ya, si no voy casi nunca, pero es que hay un vecino que no paga y la cosa está un poco tensa. Manuel no puede ir, vuelve más tarde a casa.
-...
-Madre mía, la junta de vecinos, no había caído, qué olvido.
-...
-Déjalo. Voy yo. Ya se me pasará solo.


(c) El cuentacuentos




lunes, 11 de junio de 2012

Sun is on my side, de Gogol Bordello




Me encantan Bad Religion, pero me irrita demasiado la razón por la que he enlazado su vídeo. Aquí va algo para olvidar a esos canallas (¡no me refiero a Bad Religion, no!), y empezar a ver la vida con otros colores. Bellísima.



Operation Rescue, de Bad Religion






Dedicada a los mentirosos.




domingo, 10 de junio de 2012

Un millón de luces, de Clara Sánchez

Tras escribir sobre Calvo y su Jardín Colgante, llega el turno de la segunda lectura que elegimos para el club de lectura. Que se trata de una autora a la que tenía ganas después de haber visto pululando por mi ambiente otra novela de su misma autora, Clara Sánchez, en este caso Lo que esconde tu nombre.

Pero la que elegimos para el club fue Un millón de luces. En parte, porque en el club nos nutrimos de los libros que la maravillosa Biblioteca Regional de Murcia (yo sólo he tenido buenas relaciones con ellos, ya pasados los años vago-rebeldes en que me buscaba unas penalizaciones de diez meses por tardanza en la devolución), y en el catálogo de la BRMU la que tenían era Un millón... De modo que alguien la pidió, alguien la recogió en una maletita y al día siguiente se empezó.

No me ha gustado Un millón de luces. Pero bueno, me voy convenciendo ya de que la palabra de admiración es tan natural como la de desagrado. Esto se aprende casi más en un club de lectura que en cualquier otro lugar. De cada uno de los aspectos que allí hablamos, en la reunión sobre el libro de Javier Calvo, siempre hubo alguien a quien le había gustado y alguien a quien no. De donde, en un medio tan democrático como un pequeño blog literario de reseñas, no me parece que esté haciendo real esa aseveración de Bacon ("El conocimiento es poder") puesto que, aunque tenga una acreditada formación filológica, no me encuentro en situación de hacer crítica analítica, científica, sino entretenida crítica impresionista. Por eso digo que (mi) conocimiento no llega a ser poder.







No me ha gustado por varias razones. No me gusta el tema. No creo que dé ya demasiado de sí, después de Shakespeare y de los otros grandes. La búsqueda del poder y la controversia sobre los medios para alcanzarlo pienso que sólo llegan a ser un tema potente en un entorno trágico y/o en un tono diferente, tal vez mágico, tal vez intimista.

Pero antes de que siga adelante, diré de qué trata la novela: una narradora en primera persona, novelista en ciernes (ufff, las parabiografías, qué horror, el quiero y no puedo cobarde) con una relación sentimental recién cerrada entra a trabajar en una gran empresa recomendada por esta expareja como recepcionista. Pronto ascenderá dentro de la empresa e irá conociendo a muchos personajes de la misma o relacionados con la misma cuyas vidas conocerá y contará, anteriores o simultáneas a su paso por la empresa.

El tono de esta novela es bastante superficial. La idea de narrar en presente, con verbos en presente, es interesante y se adapta muy bien a la idea propia de la obra, lo cual me permite formularme la siguiente pregunta: si esta es una novela banal que trata sobre un mundo -el de los negocios- banal también, ¿No es incluso posible que la autora lo haya planeado así? La respuesta es, como advertí al comienzo, simplemente opinatoria. No sé si lo ha querido hacer así o no; sencillamente, no me gusta lo que resulta.


En esta novela hay algunos tópicos y algunas ideas interesantes; desde un punto de vista sociológico, el personaje del ejecutivo está bastante bien caracterizado en el contraste entre las anteriores generaciones y las modernas (la comparación entre los amoyores como Emilio Ríos y los jóvenes como los hermanos Alexandro y Jano o Conrado Trena, el hijo de Sebastián Trena y lo que es más importantepeliagudo: lo que pese a todo tienen en común). Los tópicos, sin embargo -la relación de la mujer del jefe con el chófer apuesto, las charlas en los servicios- están bastante manidos. Los personajes masculinos son más interesantes o al menos más dignos, pero los femeninos, salvo por momentos, resultan más caricaturescos. Y en cuestión sexual, siempre me gusta más la escritura feminista que la que no es feminista o la que es antifeminista o machista.

Un millón de luces resulta así desde su título un panóptico de historias de seres humanos entrampados en una fraudulenta y alienante vía hacia la felicidad, que es la gran empresa. Pero cuando yo pienso en bonitos panópticos humanos se me vienen a la cabeza las películas Smoke o Noche en la tierra; espero que no se me aparezca nunca esta novela en el imaginario. Un panóptico cae en lo inaprehensible si las historias observadas no mantienen relación semántica ninguna. De haberla, yo no la he visto. Veinte páginas contando la vida de un personaje que no va a reaparecer ni a tener importancia ninguna en la trama principal (de la cual aún tengo dudas sobre su estatuto de trama principal) resultan muy caras en la atención del lector, o al menos en la mía.

Sin embargo, leer Un millón de luces no es tampoco triturar el tiempo como sería ver Casi 300 u oír a Alejandro Sanz desgañitarse creyéndose flamenco. En esta novela hay algo de cervantismo, como por ejemplo el placer voyeurista de las miradas a las historias ajenas, el amor a la narración o la duda sobre la veracidad del narrador. Además de que -no en todas- en algunas páginas la prosa llega a ser notablemente bella, con algunas frases a modo de conclusión que a uno lo dejan quitándose el sombrero. Porque, a ver, prevenidos estamos, la protagonista es o quiere ser novelista. ¿No hay un sinónimo más grande de mentiroso? Pues no nos mienta con novelas como esta, doña Clara, y escriba la gran novela de la que da muestras de lo que usted sería capaz.



sábado, 9 de junio de 2012

Vídeos caseros. Sail, por Awolnation

Primero, el original.





Luego, el impagable (y mucho mejor) casero.



¡Juzguen ustedes!

jueves, 7 de junio de 2012

Never come back to me, por The joykiller

He aquí un grupo que no le gustaba prácticamente a ninguno de mis amigos (y mira que todos mojamos en el punk melódico de los vástagos de Epitaph), pero que a mí me volvía loco, con ese sonido de guitarras tan especial, ¡una auténtica fuzz-box!




Dejo, además, una web desde la cual podéis seguir todos sus vídeos en youtube.com.



Espero que os guste un poco ese sonido crudo, un poco a la manera de un Jack White acelerado.




miércoles, 6 de junio de 2012

Despedida

Hasta mañana, Ray.




El jardín colgante, de Javier Calvo


Hace unos días rompí el silencio bloguero con un pequeño y a mi juicio algo torpe comentario sobre una novela de Zarraluki por la que se había llevado, sin embargo, un premio importante. Un día de estos, si no lo he hecho ya –ahora no puedo consultar, porque a la redacción de estas líneas no tengo conexión a Internet; ya subiré la reseña en otro momento-, debería escribir algo sobre los premios literarios, pero esta tarde (estoy hablando de un 3 de junio) no lo haré.

Nota: continúo la redacción de esta reseña después de la fecha mencionada.

Aunque no escribiera en el blog, he seguido leyendo, eso sí, aunque a menor ritmo. Y como resultado de esto, me encuentro con algunos comentarios que aún tengo que redactar. Hoy voy a echarle un ojo a una novela que tiene mucho en común con este blog: literatura y rock and roll. Con todos ustedes, ¡El jardín colgante, de Javier Calvo!

(Imagen tomada de renfeblog.com)



El jardín colgante ha sido una novela que el impagable Juan Antonio recomendó para leer en un club de lectura como los que se comentan en el artículo de la entrada de arriba. Por tanto me puedo permitir hacer una reseña menos individual y más colectiva. Esconderé nombres y sexos, eso sí. Al fin y al cabo, de espías se trata, ¿no?

El señor gato opinaba que era una novela interesante, en lo formal y en el contenido. La comparó con otras novelas leídas en el mismo club de lectura y destacó sobre todo su estilo. El señor gato es un lector veloz acostumbrado a desayunar Bolaños y cenar Cortázares, así es que si le gustó la novela, ya es algo que hay que destacar.

El señor canario por su parte no mostró disfrutar con la lectura de El jardín colgante. A su gusto los personajes femeninos sólo tenían dimensión erótica. La visión histórica, según él, no es correcta. Pese a todo, afirma haberse reído en la escena en que Arístides Lao empieza a hilvanar ideas mientras su señora madre espera que le fría dos huevos para la merienda. El resto de señores animales también se lo pasó bien en la lectura de esa escena, y debo decir que todos -incluido yo, otro lector animal- se rieron bastante recordándola. Es una farsa estupenda, es divertidísima. Pero como todo lo que tiene que ver con Arístides Lao, resulta escalofriante. El señor canario, además, comentó mucha información conocida de primera mano sobre los años setenta y sobre la financiación de los grupúsculos terroristas asociados a la parte de la izquierda que se mostró contraria a las concesiones de Carrillo y el PCE.

El señor cacatúa se quedó un poco en el aire. La construcción de personajes le parecía interesante, pero no tanto el asunto que se trataba. Le dejó un poco frío, y se notó en que no intervino con pasión en el debate.

El señor mandril se llevó una muy grata impresión de la novela. Decía que podía leerse como si fuera una película de los Cohen, con violencia y crueldad yuxtapuestas a humor y/o delicadeza. Al señor mandril le llamaron también la atención las metáforas musicales y el paso desde el protopunk (Patti Smith, Iggy Pop)  al punk nihilista (Sex pistols) como metáfora del final de todo (también el final de la era de Sirio, que como sabemos es el nombre en clave del espía Arístides Lao). En España también acaba todo (un régimen dictatorial vetusto) y empieza algo totalmente nuevo (la democracia transicionista).

El señor pelícano no había podido terminar la novela, pero de todos modos acudió al club y comentó sus impresiones en general positivas sobre los primeros capítulos. Aunque se le desvelaron algunos hechos que iba a leer despúes (¡haber acabado la novela a tiempo!) participó como todos los demás en el debate, y avisó de que ya intuía que el poder (odioso) no iba a dejar de practicar una connivencia (odiosa) con el mal terrorista (odioso). De hecho, fue el señor pelícano quien nos previno de que el título de la novela era una canción de The Cure.

El señor caniche se quedó muy fuertemente impresionado con las escenas de violaciones y de torturas. Pero las comparó con las de La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa y éstas segundas le parecieron aún más desagradables. Destacó las descripciones. La descripción obsesiva y esperpéntico-expresionista de Arístides Lao ante todo, aunque las descripciones de su compañero Melitón Muria no le fueran a la zaga.

El señor salamanquesa destacó cómo estaba construida la novela (con capítulos breves, saltos espaciales y elipsis temporales) y nos contó a todos que el bar Texas (en el que Sara Arta y Teo Barbosa siguen charlando a la salida del envuentro sindical) existe. También destacó su carácter algo paródico de las novelas de espías, para empezar con los nombres de los personajes (Melitón Muria, el mismo Lao, Ponce Oms, tanto los espías gubernamentales como los terroristas cuyo nombre en clave es el de personajes de los cuentos infantiles)




Esto, por supuesto, es un resumen del que se excluyen las bromas, los chistes sobre compañeros de trabajo, los comentarios políticos que engarzan el libro con el presente -y que fueron largos, apasionados y fecundos como Dios manda (los adjetivos, no los comentarios políticos)-. Debo decir que todo el zoológico se lo pasó estupendamente, y una reunión de amiguetes-compañeros que en principio no iba a durar más de una hora se prolongó durante más de dos. Los camareros nos odiaban.


Me han comentado que Calvo es un melómano rockero, y que es un hombre al parecer dispuesto a disparar nombres de bandas sin límite de las cuales uno no suponía siquiera su existencia. Yo de esto la verdad es que no tengo constancia, aunque en su blog sí se ven enlaces y participaciones con largos artículos profesionales sobre grupos "raros" como The killing joke. Hace bastantes años, entre el final del instituto y los primeros dos o tres años de carrera, yo también era así, un consumidor de la Spiral, la Mondo Sonoro, la Rock de Luxe, la Ruta 66 e incluso, cuando me la dejaban (porque me gustaba menos), la Kerrang, que podía oír músicas inauditas para los demás. Qué coño, hoy sigo disfrutando con algunos solos de distorsión –y cuando digo distorsión, no digo de melodía con distorsión, sino ruido crudo- de los discos de Sonic Youth. Pero está claro que a otro ritmo; estoy más tranquilo. La melomanía de Calvo en esta novela, como decían los señores mandril y salamanquesa, es fundamental. Y por eso os enlazo con el blog del autor y con la revista electrónica en la que escribe.





No me cambiará la vida, pero afirmo rotundamente que he pasado muy buenos momentos -de risa, de tensión, de emoción- leyendo esta novela (de acuerdo, no soy el señor canario), y que he tenido algunas experiencias estéticas bastante interesantes. Así es que, por qué no, echadle un rato que no os arrepentiréis.