Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

lunes, 9 de julio de 2012

Mientras vivimos, de Maruja Torres

Qué bonito es leer unos libros que te hablan sobre otros libros, escritos con hasta diez años de diferencia. La entrada anterior de este blog era una reseña de la novela Los enamoramientos, de Javier Marías. En ella, una idea interesante, creo reordar que la apunté, tenía que ver con la capacidad que tienen las novelas para evocar situaciones, conflictos y dilemas, que podían llegar a ser universales al margen de la anécodta concreta de esa obra literaria, y cuya resolución podía -o no- quedarse en el margen de lo coyuntural mientras que la problemática de origen, la premisa, seguiría en el imaginario de las personas.




(Imagen tomada de la web www.planetadelibros.com)


Cuando uno está en una casa de vacaciones y ha acabado sus lecturas, y resulta que no puede moverse por cierta mala fortuna que concluyó en la fractura de una de sus extremidades, hace cierto aquello de que a caballo regalado no se le mira el diente. En esa casa había una colección de Premios Planeta. ¿Y qué son en verdad los Premios Planeta? A mi parecer, aunque otro día podría escribir sobre eso, los premios son básicamente de dos tipos: políticos o autopromocionales. El Planeta, con su vanidoso premio y sus en numerosas ocasiones mediocres ganadores -libros y autores- pertenece al segundo tipo. Pero esto no desmerece para que nos podamos acercar a él como me sucedió a mí, tanto para vislumbrar cuál era la literatura superventas de esos años como para analizar sociológicamente el perfil y gustos de sus lectores. Un análisis que no sostiene rigor ninguno, está claro.

Pues sucede que leí Mientras vivimos, de Maruja Torres, conocida periodista de El País. La relación de los periodistas con la Literatura es siempre llamativa: algunos han garabateado bodrios ridículos mientras que otros han parido las más bellas obras de arte. Así pues, gustándome más algunos párrafos que otros de los artículos de Maruja Torres, y también más algunos artículos que otros, abrí el libro.

¿Más el conjunto, menos, partes? Una novela es en parte como una película, y un cuento como un corto. Un buen director es quien sabe mantener la coherencia en el largo todo; un buen cortometrajista es quien pega un fogonazo efímero que nos deja cegados con su momentánea belleza de tres minutos. Recién acabada, pienso que -para mí- la novela de Maruja Torres es discontinua. Algunos párrafos son, estilísticamente, más bellos que otros, aunque en general la novela se mueve en un grado medio, apta para un consumo no demasiado exigente. Quizá me emocionó más el capítulo dedicado a Teresa y sus cartas, donde vi un inicio de un debate ideológico además de un emotivo canto a la vida ética. Otro sí se lo dedico a Regina, y otro no a Judit, personaje que queda en el aire, con muchos personajes secundarios adscritos y lugares aludidos y descritos para nada. ¿Quizá esta novela necesitaba cien páginas más, algún regreso? El final no me ha gustado, sinceramente. No lo comentaré pero me parece una concesión fácil. Y el epílogo es aún peor.





Esta es una novela sobre ambición, integridad, creación literaria y mujer. El feminismo es uno de los temas más interesantes que hay en la actualidad. Incumbe a muchos miles de millones de seres humanos (la mujer no es una minoría). Y además es un problema falto de solución, y un debate intelectual de primer orden. Por citas y alusiones, Maruja Torres parece que tenga una conocimiento amplio, pero sus conclusiones no son sino superficiales y fragmentarias (autocrítica, resumiría), y en ningún momento desarrolladas. Claro que, cuando uno escribe estas cosas, parece que en su reseña lo que anota son los datos para la novela que él habría -pero no ha- escrito. Por ello siempre aprovecho para reivindicar la humildad de la crítica.

 Y para acabar, regreso al principio. ¿Cuál es ese germen maravilloso que sugiere la novela Premio Planeta de Maruja Torres? La escritura parásita. Los escritores en simbiosis aprovechada de los escritores, que ya no son necrófagos sino algo aún peor: depredadores. Una idea magnífica, eso sí.



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