Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

viernes, 13 de abril de 2012

El secreto de Christine, de Benjamin Black


A lo mejor aún queda alguien en el mundo que no sepa que Benjamin Black es la personalidad literaria alternante de John Banville cuando le apetece escribir novela negra. Para ti, que aún no lo sabes, va esta nota introductoria. Para todos los demás, la entrada.

Un día leí en las páginas de Babelia sobre Benjamin Black y lo que leí daba ganas de salir corriendo disparado hacia la librería más cercana (Diego Marín en mi caso) y pedir el libro para empezar a leerlo según se regresaba a casa. O, más bien, dado que el Babelia me lo suelo llevar de casa de mi padre al día siguiente y se publica el domingo, lo que sugeriría esa maravillosa reseña sería ni más ni menos que arrodillarse ante los mostradores cerrados y plantar la tienda de campaña para ser el primero que tuviera semejante maravilla.

Los críticos exageran.

(Yo, que lo soy de medio pelo, lo hago.)

¿Banville o Black? Foto de El País tomada de www.elpais.com


El secreto de Christine (vaya título más anodino, por el amor de Dios, con lo bonito que es el original Christine Falls con su juego de palabras a partir de que Falls es apellido pero también significa homónimamente como verbo algo que tiene que ver con la trama) es una buena novela negra. Pero no es el final del mundo. Y no es Los infinitos. No he podido dejar de compararla con Los infinitos, lo siento. Son géneros diferentes, lo sé, pero es que son tan distintas y aquella me gustó tanto que ésta, sin estar en las antípodas, sin ser aborrecible ni fastidiosa ni un peñazo -repito que no es una mala novela- no es tanto como aquella.

Sobre qué trata no debería hablar mucho. A fin de cuentas una novela negra basa parte de su interés y de su mérito literario en la construcción (y reconstrucción) de la trama, con unos sucesos de los que el lector y los personajes saben más bien poco pero que a simple vista no asemejan nada bueno. Únicamente diré que tiene que ver con las investigaciones de un patólogo forense, Quirke, sobre el destino de una chica recién fallecida cuyo informe parece estar burdamente corregido. A partir de ahí, un mundo. (No he desvelado nada nada nada, lo juro.)


Benjamin Black hablando sobre Christine Falls

Una novela negra, a mi juicio, también debe contener una buena ambientación espacial. ¿Christine Falls la tiene? Dublin en los años 50 es la ciudad elegida. Echo en falta una referencia a la guerra mundial, la verdad, aunque mi inclutura histórica me impide tener un fundamento claro de si Irlanda sufrió directamente el infierno de la guerra o no, y no estoy dispuesto a bucear en la wikipedia para pescar un dato que olvide cinco minutos después de publicar esta entrada, al menos un poco de dignidad; de cualquier modo, con Irlanda bombardeada o no, el mundo entero y la historia del pensamiento habían cambiado radicalmente y no creo que la Irlanda de unos cinco a diez años después existiera en una dimensión independiente. Sólo a final de novela hay alguna mínima mención.

Los pequeños decorados también son fundamentales. Aquí hay tabernas, callejones, grandes mansiones frente a un mar amenazador, un mar de denuncia. (Moss Manor es escalofriante.); está el hospital, la luminosa obstetricia y la lúgubre morgue de los personajes que son unos dióscuros de un Zeus que es el juez. ¡Redactando estas líneas me doy cuenta de que este Banville es un enamorado de la mitología! Pero es que también se puede hablar de un Edipo, de una Amaltea, etc.

Los personajes ofrecen luces y sombras. Normalmente están definidos por muy pocos trazos característicos sobre los que el narrador hace un ostinato musical (la cojera y corpulencia de Quirke). No me ha gustado la pobreza de personajes secundarios (aunque sean estupendos hay muy pocos, como Andy y Claire, Costigan, el poeta, Brenda Ruttledge o Philomena, qué bonito el personaje de Philomena) ni tampoco la reutilización constante de personajes para todas las subtramas, que me ha dado la impresión de que los personajes acaben siendo chicos para todo, actores sobreempleados. Psicológicamente se puede decir que son muy buenos. Y muy fumadores y bebedores, jaja. Qué bien que se haya dejado memeces políticamente correctas: todos los personajes fuman -salvo un abstemio que es peligrosísimo, jaja- y beben bastante. Quirke lucha contra su alcoholismo antes que contra ningún complot ni enemigo. Rose es estupenda, Phoebe es muy real como joven contestona. Malachy es pétreo, y Andy y Claire son simplemente magistrales. (Qué maravillosa es su pequeña historia, simplemente no hay palabras para describirla.)


Tráiler subtitulado de Albert Nobbs, con guión de Banville


Banville es un amo de las palabras. Yo esta novela la he leído en traducción, así es que en realidad lo que me he metido al cuerpo ha sido una suma de ideas de Banville, de estructuras de Banville y de palabras de su traductor. (Esto en estudios literarios se llama inventio, dispositio y elocutio, por si a algún depravado le causa curiosidad). La traducción de la novela es buena, pero no brillante. Hay algunas partes donde los significados quedan muy ambiguos (no sé si es la intención de Banville, bien captada por su traductor, pero parece que no crea un efecto muy llamativo, lo que me lleva a pensar en un fallo de traducción), y otras en que se repiten palabras innecesariamente, aunque de nuevo podría ser cuestión de Banville.

Pues eso es todo; por el momento prefiero a Banville antes que a Black, pero no es un mal libro, vaya que no. Las primeras cien páginas cayeron en una tarde relajadamente en casa, y tras esto ha acabado leyendo mientras paseaba a la perra por la calle, en la sala de espera de un hospital, en la playa... Quizá necesité menos luz y más humo, frío y whiskey. El caso es que pienso que ¡con la ley antitabaco complicado va a ser!




jueves, 12 de abril de 2012

Trouble and Strife, por The Hillbilly Moon Explosion

Descubrimiento de D. Ángel Carmona y de D. Diego RJ, cortesía de Radio 3.






lunes, 9 de abril de 2012

Equivocado sobre Japón, de Peter Carey

Me encantan los cómics, pero prefiero el americano y sobre todo el europeo al manga, que siempre me ha resultado un poco extraño. Me intriga Japón, aunque no me apasione. ¿Por qué empecé a leer este libro cuya portada es un dibujo estilo manga y cuyo título contiene la palabra Japón?

Puede ser -estoy decidiendo que va a ser- material para otra entrada, una enteramente dedicada a la BRMU o Biblioteca Regional de Murcia.

Acababa de leer HHhH, arriba reseñada, y necesitaba otra lectura que no me vapuleara tanto en ningún sentido, ni en lo estiístico ni en lo temático ni en lo estructural ni en nada. Quería algo ameno y tranquilo. Y aquí lo encontré. Quiero decir, aquí coincidí con ello. En realidad, secundando a algunas personas que me han enseñado bastante, afirmo que cuando no se sabe lo que se busca, nada se encuentra. Por ello debo hablar de coincidencia y no apuntarme el tanto de descubrimiento alguno. Al César lo que es del César, y yo al menos esta vez no lo soy.

Equivocado sobre Japón es un libro de viajes actual. El libro de viajes, en un mundo empequeñecido por la inmediatez de los medios de masas, de internet, etc. es un género que ha envejecido con dificultad. Cualquier página web y cualquier foro destripan las novedades que un libro de viajes podría proporcionar, de modo que si algún interés tienen hoy en día, éste no cae apenas en lo descrito sino en la mirada del viajero que es lo único que difiere de un medio a otro.

(Imagen tomada de la web http://www.abc.net.au)

En Equivocado sobre Japón asistimos a una perspectiva principal -la de un escritor adulto de éxito- confrontada con otra, muy bien comprendida y aprehendida por la principal que es la del hijo de este, un joven de doce años con muchas ideas muy claras pero pese a todo adolescente. Ambos emprenden un viaje a Japón basado en unas entrevistas como excusa (con los creadores de Gundam o de Mi vecino Totoro entre otros), y sus encuentros y desencuentros, sus diálogos y diferentes impresiones son posiblemente lo más valioso del libro (quizá hay algo de El Quijote ahí, si no de las Cartas persas o de ambos). Los episodios con los lugares, personajes y acontecimientos variados dependen en gran medida de que el lector tenga algún conocimiento sobre el asunto, porque el libro, pese a no exigir un lector muy especializado, sí necesita poder establecer unas mínimas premisas o lazos entre escritor -y materia japonesa- y lector.

El libro derrocha una actitud dialógica, democrática y polifónica. Asistimos a diferentes culturas, diferentes ideas sobre culturas, diferetes intereses, diferentes mitos tumbados y mitos nuevos erigidos. Es muy enriquecedor si ya se poseía algo. Si no, un capítulo entero dedicado al gatobús de Totoro (exagero) y otro a las armaduras de Gundam pueden resultar excesivos.

En definitiva, un bonito diálogo, una interesante incursión sobre un país demasiado mítico y una ingeniosa renovación del género.




HHhH, de Laurent Binet


Antes que nada: gracias Diego (¿o debo decir Alfonso?), gracias papá, gracias Juan Antonio. Qué buenas novelas me dais...

¡Qué gran novela!

HHhH, el libro que quiero comentar hoy, tiene un nombre verdaderamente curioso. Cuando la recomiendas, la gente siempre vuelve a preguntar para cerciorarse de que han (o no han) oído mal. ¿Cómo que "hache hache hache hache"? Jeje... El propio título recibe atención en uno de los capítulos de la novela. ¿Y por qué se habla del título de la novela? ¿No debería simplemente leerse y ya nosotros, los lectores, encontraríamos una relación más o menos clara con el contenido, como en los títulos decimonónicos, o metafórica -se me viene a la cabeza el breve cuento de Cortázar "Continuidad de los parques"- de alguna parte de él? Pues no, y eso es por la especial importancia que en ella tienen un auto y una meta: la autoficción y la metaficción.


(El joven escritor en su lugar de trabajo; foto tomada de http://www.parismatch.com)


¿Empiezo con la primera? Adelante. No puedo dejar de relacionar esta novela con otro libro -aquél creo que incluso un poco más intergenérico que HHhH- que era Anatomía de un instante, de Javier Cercas o incluso con Un momento de descanso, de Antonio Orejudo. Quien haya leído la de Cercas recordará aquellos sentidos y bellos pasajes en los que Javier Cercas comentaba el suarismo de su padre, cómo éste era incondicional a aquel político y la relación que el autor de la novela había tenido con él -con su padre, no con Adolfo Suarez- en vida. Al fin y al cabo, post Jorge Manrique, cuando uno habla de su padre sin que nadie le mire a los ojos, siempre le sale de la boca una bella elegía, aunque éste aún viva. Pues la novela de Binet ahonda en esa idea. Binet nos escribe quién le acompañaba cuando buscaba el material de la novela, dónde pasó su infancia, cuánto y por qué ama las calles de Praga, quiénes fueron sus padres y cómo le educaron. En tres palabras: quién es el. En su novela hay una pulsión de verdad, una adicción a la autenticidad en todos los aspectos, y para poder escribir sobre algo -en este caso un emocionante episodio de la segunda guerra mundial, cuando no el corazón de la misma-, Laurent Binet siente la necesidad de aclarar quién es el yo escritor para que los lectores puedan despegarlo (o integrarlo, pero no fraudulentamente) de los sucesos que se narran. La labor de perspectiva, pues, es fenomenal. Binet escribe y duda y rescribe -es un tanto borgiano- y se desmiente con el sincero apasionamiento de quien quiere cambiar el mundo -y la literatura- con sus letras -en eso no es tan borgiano.

(Ahora que lo pienso, no sé si el concepto ficción es muy válido para HHhH, pero está claro que esta duda daría para una gran tertulia. En tanto, seguiré usándolo.)

Pues entonces continúo con la última de las ficciones, la metaficción. La novela de Binet sí es metaficcional -o al menos metaliteraria- en tanto que la construcción de ella misma es tenida en cuenta como tema literario. Por poner un ejemplo, que nos entendamos: el primer capítulo de la novela trata sobre si a Milan Kundera le parece bien inventar nombres propios para sus novelas (La insoportable levedad del ser, El libro de la risa y del olvido, etc.), esas que tienen tanto de finura psicológica como de historia ideológica. ¿Es moral inventar nombres de personajes? ¿Es moral y/o útil y/o productivo añadir diálogos, pensamientos y acciones que el narrador nunca ha podido presenciar ni se han podido documentar? ¿Cuáles son los límites de la adjetivación cuando se trata de novelar un suceso real sobre el que a priori el autor afirma un valor innegable? ¿Se puede permitir el novelista-historiador la selección de materiales -siendo estos materiales vidas-, aunque le perjudique de cara a la economía narrativa del relato? Todas estas cuestiones son apasionantes, y también lo es que el suceso histórico que Binet novela ya se ha llevado al cine y a la literatura en otras ocasiones, por lo que él procede a comentar estos materiales y a redactar pequeños ejercicios de literatura comparada entre estos y con respecto a su obra.

La narración además es muy novedosa. Binet habla sobre el asunto de su novela y sobre mil otras cosas más; parece mentira cómo no desperdicia ni una página aunque hable sobre, por ejemplo, el videojuego Call of Duty). (Pero por favor, ¡que no se compare esta maravilla comprometida y lúcida con la payasada tarantinesca de Malditos bastardos!)

¿Cuál es ese suceso? El asesinato por parte de un paracaidista checo y uno eslovaco -Gabcik y Kubis- de uno de los hombres más importantes del régimen nazi: Reinhard Heydrich, el gobernador de la república checa y diseñador del plan de exterminio de los judíos en los campos de concentración. Este suceso viene desarrollándose en el tiempo, desde las respectivas infancias -en esto Binet es clásico- hasta el presente, pero de manera.puntual y fragmentaria -en esto Binet no es clásico. Ahora, apenas pueda no deja cabos sueltos a pesar de que su novela contenga una buena cantidad de personajes -de la resistencia y del nazismo- y de historias individuales. En ese sentido, en cierto modo me recordó La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.

Los personajes y su narración y descripción son apasionantes. La novela no es un experimento literario, ni un laboratorio de tubitos. Lloras con ellos y con su tragedia.

 (Gabcik y Kubis. Foto tomada de http://www.holocaustresearchproject.org)

Me queda para acabar una pregunta que me vengo haciendo después de haber acabado las novelas de Cercas y de Binet. ¿Es egoísta este tipo de escritura? El pronombre de primera persona no deja de aparecer cada cuatro páginas o menos. Binet escribe sobre lo que Binet siente y piensa cuando escribe -o escribiera- sobre otros asuntos. Se puede decir que sí y a la vez que no: sí es egoísta novelar la propia emoción dejando en un casi segundo plano el suceso histórico; no lo es el exponer hasta los últimos términos quién es el escritor.

En todo caso, una de las mejores obras que he leído en bastante tiempo.




miércoles, 4 de abril de 2012

A la niña que llevas dentro de ti...

... la anciana que llevo yo dentro de mí le manda un saludo. Espero que te gusten algunas de las entradas que hay por acá.