Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

sábado, 31 de diciembre de 2011

Todo fluye, de Vasili Grossman

Redacto estas líneas justo unos minutos después de acabar la última línea de esta novela-ensayo que muy lejanamente me recuerda a la concepción de Unamuno de la novela: novela para transportar ideas, novela-excusa.

Debo confesar que comencé la lectura de esta novela como un pequeño juego literario. Habiendo leído el nombre de Grossman en unj suplemento literario, sus reseñadores me debieron de persuadir de su lectura, así es que un día, con la realidad-excusa de regalárselo a un familiar, lo compré.

(Dejo para otro día las historias de las devoluciones de préstamos de biblioteca, y en honor a Grossman y a la historia y literatura rusas, a esa entrada la llamaré Crimen y castigo; lo anoto aquí para no olvidarlo.)

El pequeño juego literario pasaba por que una querida compañera del trabajo me había prestado la novela Todo se desmorona, de Chinua Achebe, novela espléndida que pronto reseñaré por aquí, y el contraste con el título de este otro libro estaba claro. Pero mi ingenua torpeza se frustró cuando crucé la página veinte del libro, el capítulo tercero. A esa altura la novela comenzaba a volverse macabra y no sé por qué enseguida tuve la intuición de que ese viento espiritual dostoievskiano e incluso tolstoiano se negaba a regresar. La novela no iba a acabar bien. Para colmo, a treinta páginas de acabar la de Achebe, el desmoronamiento aún no ha llegado: ¿alguien ha confundido títulos? ¡Que me devuelvan mi dinero!








Es imposible que Todo fluye acabe bien por una razón: Todo fluye es la novela de la dictadura soviética, y me explico, porque en esa frase está condensado todo, y todo es mucho. La novela de Vasili Grossman contiene una mínima excusa de ficción, hermosa y consistente (el regreso de un hombre encarcelado en un gulag, después de treinta años de trabajos forzados), su reintegración en la sociedad y sus meditaciones sobre la historia rusa, sus líderes Lenin y Stalin y el carácter nacional ruso. Desde ese punto de vista, nos encontramos con distintas partes narradas desde distintas perspectivas, como puede ser el comienzo (un viaje en tren, con un protagonista al que no conocemos inserto en una masa que mantiene relaciones internas efímeras), el segundo capítulo (narrado desde la perspectiva del intelectual delator Andréyevich), los capítulos narrados o focalizados en el protagonista, Iván Grigórievich, y unos poquitos narrados por la mujer de la que crepuscularmente se enamora, Anna Serguéyevna.

Hay una pequeña ficción realista, pero desde la mitad del libro nos encontramos con largos capítulos que consisten en las reflexiones de Grigórievich sobre la historia rusa de la primera mitad del siglo XX: la revolución y la dictadura del proletariado. Por ello, la verdad es que dudaría de considerar este libro un libro de ficción pura; más bien pienso que su naturaleza es un poco intergenérica: algo de ensayo y algo de novela. En algunos capítulos hay más de lo uno y en otros más de lo otro, aunque en general, cuando la novela se asienta y cobra su auténtica intensidad, se ha convertido en ensayo. ¡Pero no de manera irreversible! Las demoledoras reflexiones de Grigórievich se apoyan en brevísimas -e intensas- líneas sobre lo que le sucede -puesto que no es un hombre muerto ni acabado-, que no diré aquí porque yo siempre he defendido a capa y espada que contar los sucesos avanzados de un libro es ser un idiota integral.


El tema principal de la novela es la reflexión sobre la libertad y su ausencia, para lo cual su autor realiza recorridos macrohistóricos (la historia de Rusia), intrahistóricos (la pequeña vida de las pequeñas personas rusas de antes y después), la suprahistoria rusa (el carácter nacional), la biografía crítica de los líderes rusos (de Lenin y de Stalin; mención especial merece la biografía de Lenin y el análisis de su personalidad disociado del de sus actos).



La traducción al comienzo cuesta un poco. Pero según se progresa en la lectura de la novela, parece que es coherente, de donde los rasgos de estilo que puedan resultar un poco chocantes tal vez se deban al propio escritor ruso. Lo que más me ha llamado la atención a mí ha sido la presencia de pequeñas oraciones-resumen a cada poco tiempo. Me imagino a Grossman arrojando su pensamiento y descansando en pequeños escalones como las piedras por donde se vadea un río; y esas piedras serían las frases en que Grossman guarda su pensamiento antes del siguiente salto, como los descansos de un trapecista cansado. (Cabe decir, además, que éstas tienen un enorme poder persuasivo, porque balizan el discurso lógico de Grossman).

De los personajes, sobre todo, destaco a Andréyevich. Muchos son menos soporte ideológico que ficción, pero la redondez de este personaje secundario es deliciosa; y la de su burguesa mujer, igual. 

En fin, una novela dura. Muy crítica con el comunismo, al que no concede ningún valor (o ninguno que yo haya leído). Mi opinión, personal, claro, es que Grossman obvia algunos logros de la dictadura comunista (no voy a maquillarla llamándola sobriamente "estado"), que está claro que fue cruel e inhumana y que sustituyó la tiranía de unos por la de otros, pero (y está claro que lo que diré no compensa a lo anterior, ni a los gulags, ni a las deportaciones ni a los exterminios) también propuso algunos avances sociales que podrían destacarse. Para mí, independientemente de todo, ha sido una buena lectura.





miércoles, 28 de diciembre de 2011

Los infinitos, por John Banville

Parezco un abuelete cuando empiezo a contar historias relacionadas con mis libros y mis lecturas (debo confesar que -sólo o ya- tengo treinta y cuatro años, pronto treinta y cinco), la primera de las cuales es el uso reiterativo de la primera persona, el yo que no me abandona. También debo confesar que no es una filantropía pura lo que me mueve a emplear unas pocas horas de mi vida en glosar libros y escribir inanes intentonas literarias, sino que, antes bien, lo que persigo no es otra cosa que intentar saber algo más de mí mismo. ¿Y por qué lo hago público entonces? Bueno, esa es una gran pregunta que me hice la primera vez que leí a Espronceda y se me ocurrió pensar que era un exhibicionista. ¿Por qué no escribe sólo para él? A día de hoy no tengo una clara respuesta a esta pregunta, pero sí que sé por qué y para qué escribo estas palabrillas mudables: para tratar de conocerme un poco mejor a mi mismo. Es la misma razón por la que leo: para, conociendo a otros, reales o no, tratar de conocerme mejor a mi mismo. Egoísmo puro.




(Imagen tomada del blog Historias clínicas)



Quien más quiero me regaló Los infinitos pocos días después de que la detuviera en una librería y le insistiera en lo muchísimo que prometía el planteamiento de esa novela. Y es que éste es, en su artificiosidad descarada, totalmente brillante: una familia altoburguesa, británica, de patriarca moribundo -intelectual en coma-, que se reúne en las últimas horas de éste. Nada nuevo, salvo que dicha novela está narrada ni más ni menos que por Hermes. ¿Cómo? Sí, por Hermes. Los dioses griegos. Zeus rijoso, Hera madraza, Helena -humana, ya- irresistible, Pan enloquecedor y Hermes engañoso, como buen narrador.

¿Dioses en medio de un conflicto humano? ¿Alguien dijo Shakespeare? Sí, la novela tiene algunos momentos dignos de Sueño de una noche de verano, y por momentos alcanza muy buen sentido del humor. Necesita que se conzcan las referencias, está claro. Es una novela que encuentra su lugar en el panteón literario, quiero decir, que encaja espléndidamente bien en la tradición por sus guiños, sus citas, su estructura y sus contenidos e ideas.

Los personajes de esta novela son magníficos, los que tienen voz y los que no la tienen; e incluso aquellos cuyo estatuto de "realidad de ficción" es más que dudosa. En la novela dudamos de si Zeus existe, pero (hablando de abueletes) no deja de ser un personaje impresionante, una Dulcinea de primer orden. Hermes es maravilloso: se trata de un narrador que observa y comenta, con voz pausada y muy reflexiva, a los de abajo.

El título de la novela proviene de las ideas físicas de la multiplicidad de universos (y con ella, las relaciones a su vez infinitas que surgen entre la infinitud de infinitos) que en una vida anterior a su colapso cerebral ha tratado de demostrar el gran patriarca familiar Adam Godley, un hombre inteligente y sensible pero excesivamente pragmático -tanto que considera inútil aprender el nombre de las personas, existiendo pronombres. Éste sabio Adam Godley, como es lógico, tiene una progenie que no está a su altura: una hija -¿cuyo nombre, Petra, también está en clave religioso-trascendente?- mentalmente desquiciada y un hijo sensible pero pacífico, sin mordiente, Adam Jr., una segunda mujer a la que queriendo en exceso ha anulado, una primera mujer cuyo recuerdo no desaparece, una nuera, Helen, a la que desea como un Zeus a sus hijastras mortales, etc. Adam Godley es un personaje extraordinario, y su acceso a la voz narradora es un hallazgo que tardamos unas pocas páginas en disfrutar.

Cada personaje posee su propia historia, hasta el perro Rex. Cada reflexión sobre cada personaje trata de desentrañar el imposible problema de qué o quiénes somos. Como Godley, la búsqueda arrogante y el encuentro con la suma pequeñez, el hecho de que no somos más que contingencia, impregna toda la novela. Los dioses mismos se consideran ridículos. Esa búsqueda nunca hallará final, pero el mero intento es lo que al parecer nos confiere nuestra grande y a la vez -una vez más- ridícula humanidad, como la de Adam siendo subvencionado.
Posiblemente es uno de los libros más hermosos que he leído en el último año. Es una delicia como pocos libros he leído, y en él me he reencontrado con el placer de la traducción. A veces, al leer un libro que se atranca en las palabras, uno no sabe si el traductor es un patán, si el escritor es un inútil o si ambos se están dando un festín con los indignos veinticinco euros que a uno -o a sus seres queridos- le han sacado por esas trescientas paginas-. Pero cuando lees una maravilla como la que hoy reseño, uno no sabe si el maestro Banville es un genio -que parece que sí-, si el maestro Gómez Ibáñez es un genio -Benito Gómez Ibañez, quiero citar su nombre entero- o si ambos están tomándose una copa por esa maravilla que entre ambos han pergeñado y que a día de hoy ya está viajando de mis amigos a mis familiares y viceversa.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Maremoto, por Los Coronas

No hay verdad más allá del Rock and Roll.


jueves, 8 de diciembre de 2011

Vergüenza

Qué lamentable, qué roja se me ha puesto la cara al ver este vídeo. Dudaba sobre si pegarlo o no. Qué lástima da occidente, con sus mentiras a occidente y al resto del mundo. Es la peste de esta mañana soleada. Ojalá no lo hubiera visto.


jueves, 1 de diciembre de 2011

Throwing stones, de Imperial state electric

Enloquecedor ese bajo Thunderbird. De Mr. Nick Royale no hablamos mejor.







Qué maravilla.