Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

sábado, 31 de diciembre de 2011

Todo fluye, de Vasili Grossman

Redacto estas líneas justo unos minutos después de acabar la última línea de esta novela-ensayo que muy lejanamente me recuerda a la concepción de Unamuno de la novela: novela para transportar ideas, novela-excusa.

Debo confesar que comencé la lectura de esta novela como un pequeño juego literario. Habiendo leído el nombre de Grossman en unj suplemento literario, sus reseñadores me debieron de persuadir de su lectura, así es que un día, con la realidad-excusa de regalárselo a un familiar, lo compré.

(Dejo para otro día las historias de las devoluciones de préstamos de biblioteca, y en honor a Grossman y a la historia y literatura rusas, a esa entrada la llamaré Crimen y castigo; lo anoto aquí para no olvidarlo.)

El pequeño juego literario pasaba por que una querida compañera del trabajo me había prestado la novela Todo se desmorona, de Chinua Achebe, novela espléndida que pronto reseñaré por aquí, y el contraste con el título de este otro libro estaba claro. Pero mi ingenua torpeza se frustró cuando crucé la página veinte del libro, el capítulo tercero. A esa altura la novela comenzaba a volverse macabra y no sé por qué enseguida tuve la intuición de que ese viento espiritual dostoievskiano e incluso tolstoiano se negaba a regresar. La novela no iba a acabar bien. Para colmo, a treinta páginas de acabar la de Achebe, el desmoronamiento aún no ha llegado: ¿alguien ha confundido títulos? ¡Que me devuelvan mi dinero!








Es imposible que Todo fluye acabe bien por una razón: Todo fluye es la novela de la dictadura soviética, y me explico, porque en esa frase está condensado todo, y todo es mucho. La novela de Vasili Grossman contiene una mínima excusa de ficción, hermosa y consistente (el regreso de un hombre encarcelado en un gulag, después de treinta años de trabajos forzados), su reintegración en la sociedad y sus meditaciones sobre la historia rusa, sus líderes Lenin y Stalin y el carácter nacional ruso. Desde ese punto de vista, nos encontramos con distintas partes narradas desde distintas perspectivas, como puede ser el comienzo (un viaje en tren, con un protagonista al que no conocemos inserto en una masa que mantiene relaciones internas efímeras), el segundo capítulo (narrado desde la perspectiva del intelectual delator Andréyevich), los capítulos narrados o focalizados en el protagonista, Iván Grigórievich, y unos poquitos narrados por la mujer de la que crepuscularmente se enamora, Anna Serguéyevna.

Hay una pequeña ficción realista, pero desde la mitad del libro nos encontramos con largos capítulos que consisten en las reflexiones de Grigórievich sobre la historia rusa de la primera mitad del siglo XX: la revolución y la dictadura del proletariado. Por ello, la verdad es que dudaría de considerar este libro un libro de ficción pura; más bien pienso que su naturaleza es un poco intergenérica: algo de ensayo y algo de novela. En algunos capítulos hay más de lo uno y en otros más de lo otro, aunque en general, cuando la novela se asienta y cobra su auténtica intensidad, se ha convertido en ensayo. ¡Pero no de manera irreversible! Las demoledoras reflexiones de Grigórievich se apoyan en brevísimas -e intensas- líneas sobre lo que le sucede -puesto que no es un hombre muerto ni acabado-, que no diré aquí porque yo siempre he defendido a capa y espada que contar los sucesos avanzados de un libro es ser un idiota integral.


El tema principal de la novela es la reflexión sobre la libertad y su ausencia, para lo cual su autor realiza recorridos macrohistóricos (la historia de Rusia), intrahistóricos (la pequeña vida de las pequeñas personas rusas de antes y después), la suprahistoria rusa (el carácter nacional), la biografía crítica de los líderes rusos (de Lenin y de Stalin; mención especial merece la biografía de Lenin y el análisis de su personalidad disociado del de sus actos).



La traducción al comienzo cuesta un poco. Pero según se progresa en la lectura de la novela, parece que es coherente, de donde los rasgos de estilo que puedan resultar un poco chocantes tal vez se deban al propio escritor ruso. Lo que más me ha llamado la atención a mí ha sido la presencia de pequeñas oraciones-resumen a cada poco tiempo. Me imagino a Grossman arrojando su pensamiento y descansando en pequeños escalones como las piedras por donde se vadea un río; y esas piedras serían las frases en que Grossman guarda su pensamiento antes del siguiente salto, como los descansos de un trapecista cansado. (Cabe decir, además, que éstas tienen un enorme poder persuasivo, porque balizan el discurso lógico de Grossman).

De los personajes, sobre todo, destaco a Andréyevich. Muchos son menos soporte ideológico que ficción, pero la redondez de este personaje secundario es deliciosa; y la de su burguesa mujer, igual. 

En fin, una novela dura. Muy crítica con el comunismo, al que no concede ningún valor (o ninguno que yo haya leído). Mi opinión, personal, claro, es que Grossman obvia algunos logros de la dictadura comunista (no voy a maquillarla llamándola sobriamente "estado"), que está claro que fue cruel e inhumana y que sustituyó la tiranía de unos por la de otros, pero (y está claro que lo que diré no compensa a lo anterior, ni a los gulags, ni a las deportaciones ni a los exterminios) también propuso algunos avances sociales que podrían destacarse. Para mí, independientemente de todo, ha sido una buena lectura.





miércoles, 28 de diciembre de 2011

Los infinitos, por John Banville

Parezco un abuelete cuando empiezo a contar historias relacionadas con mis libros y mis lecturas (debo confesar que -sólo o ya- tengo treinta y cuatro años, pronto treinta y cinco), la primera de las cuales es el uso reiterativo de la primera persona, el yo que no me abandona. También debo confesar que no es una filantropía pura lo que me mueve a emplear unas pocas horas de mi vida en glosar libros y escribir inanes intentonas literarias, sino que, antes bien, lo que persigo no es otra cosa que intentar saber algo más de mí mismo. ¿Y por qué lo hago público entonces? Bueno, esa es una gran pregunta que me hice la primera vez que leí a Espronceda y se me ocurrió pensar que era un exhibicionista. ¿Por qué no escribe sólo para él? A día de hoy no tengo una clara respuesta a esta pregunta, pero sí que sé por qué y para qué escribo estas palabrillas mudables: para tratar de conocerme un poco mejor a mi mismo. Es la misma razón por la que leo: para, conociendo a otros, reales o no, tratar de conocerme mejor a mi mismo. Egoísmo puro.




(Imagen tomada del blog Historias clínicas)



Quien más quiero me regaló Los infinitos pocos días después de que la detuviera en una librería y le insistiera en lo muchísimo que prometía el planteamiento de esa novela. Y es que éste es, en su artificiosidad descarada, totalmente brillante: una familia altoburguesa, británica, de patriarca moribundo -intelectual en coma-, que se reúne en las últimas horas de éste. Nada nuevo, salvo que dicha novela está narrada ni más ni menos que por Hermes. ¿Cómo? Sí, por Hermes. Los dioses griegos. Zeus rijoso, Hera madraza, Helena -humana, ya- irresistible, Pan enloquecedor y Hermes engañoso, como buen narrador.

¿Dioses en medio de un conflicto humano? ¿Alguien dijo Shakespeare? Sí, la novela tiene algunos momentos dignos de Sueño de una noche de verano, y por momentos alcanza muy buen sentido del humor. Necesita que se conzcan las referencias, está claro. Es una novela que encuentra su lugar en el panteón literario, quiero decir, que encaja espléndidamente bien en la tradición por sus guiños, sus citas, su estructura y sus contenidos e ideas.

Los personajes de esta novela son magníficos, los que tienen voz y los que no la tienen; e incluso aquellos cuyo estatuto de "realidad de ficción" es más que dudosa. En la novela dudamos de si Zeus existe, pero (hablando de abueletes) no deja de ser un personaje impresionante, una Dulcinea de primer orden. Hermes es maravilloso: se trata de un narrador que observa y comenta, con voz pausada y muy reflexiva, a los de abajo.

El título de la novela proviene de las ideas físicas de la multiplicidad de universos (y con ella, las relaciones a su vez infinitas que surgen entre la infinitud de infinitos) que en una vida anterior a su colapso cerebral ha tratado de demostrar el gran patriarca familiar Adam Godley, un hombre inteligente y sensible pero excesivamente pragmático -tanto que considera inútil aprender el nombre de las personas, existiendo pronombres. Éste sabio Adam Godley, como es lógico, tiene una progenie que no está a su altura: una hija -¿cuyo nombre, Petra, también está en clave religioso-trascendente?- mentalmente desquiciada y un hijo sensible pero pacífico, sin mordiente, Adam Jr., una segunda mujer a la que queriendo en exceso ha anulado, una primera mujer cuyo recuerdo no desaparece, una nuera, Helen, a la que desea como un Zeus a sus hijastras mortales, etc. Adam Godley es un personaje extraordinario, y su acceso a la voz narradora es un hallazgo que tardamos unas pocas páginas en disfrutar.

Cada personaje posee su propia historia, hasta el perro Rex. Cada reflexión sobre cada personaje trata de desentrañar el imposible problema de qué o quiénes somos. Como Godley, la búsqueda arrogante y el encuentro con la suma pequeñez, el hecho de que no somos más que contingencia, impregna toda la novela. Los dioses mismos se consideran ridículos. Esa búsqueda nunca hallará final, pero el mero intento es lo que al parecer nos confiere nuestra grande y a la vez -una vez más- ridícula humanidad, como la de Adam siendo subvencionado.
Posiblemente es uno de los libros más hermosos que he leído en el último año. Es una delicia como pocos libros he leído, y en él me he reencontrado con el placer de la traducción. A veces, al leer un libro que se atranca en las palabras, uno no sabe si el traductor es un patán, si el escritor es un inútil o si ambos se están dando un festín con los indignos veinticinco euros que a uno -o a sus seres queridos- le han sacado por esas trescientas paginas-. Pero cuando lees una maravilla como la que hoy reseño, uno no sabe si el maestro Banville es un genio -que parece que sí-, si el maestro Gómez Ibáñez es un genio -Benito Gómez Ibañez, quiero citar su nombre entero- o si ambos están tomándose una copa por esa maravilla que entre ambos han pergeñado y que a día de hoy ya está viajando de mis amigos a mis familiares y viceversa.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Maremoto, por Los Coronas

No hay verdad más allá del Rock and Roll.


jueves, 8 de diciembre de 2011

Vergüenza

Qué lamentable, qué roja se me ha puesto la cara al ver este vídeo. Dudaba sobre si pegarlo o no. Qué lástima da occidente, con sus mentiras a occidente y al resto del mundo. Es la peste de esta mañana soleada. Ojalá no lo hubiera visto.


jueves, 1 de diciembre de 2011

Throwing stones, de Imperial state electric

Enloquecedor ese bajo Thunderbird. De Mr. Nick Royale no hablamos mejor.







Qué maravilla.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El último minuto, de Andrés Neuman


Tener a un escritor como Neuman en la lista de cabecitas de la derecha supuso para mí no sé si un honor o una sorpresa o ambas. Cuando se lo contaba a mis amigos -que, como es obvio, no leen mi blog-, les decía directamente que "un tío que publica en Anagrama se ha metido a seguir mi blog". Ellos me preguntaban entonces qué era Anagrama y nuestra conversación terminaba ahí: los habría matado, o algo peor... Una tarde de domingo, ya sin amigos alibrescos, me dije que era hora de leer otro de Neuman, y opté por los cuentos de El último minuto.

El último minuto me ha gustado menos que Bariloche. Pero eso no es algo necesariamente malo. Si un día en un restaurante comes un delicioso guiso y al día siguiente comes un notable churrasco no vas a decir que al restaurante le falte calidad; y si lo dijeras, tal vez sería porque tu memoria se está viniendo a pique o porque tu juicio crítico ya lo ha hecho. Bariloche me hizo disfrutar como un enano en cada palabra, en cada metáfora, en cada capítulo y en su conjunto. La unidad a El último minuto yo no se la he visto de manera tan clara. Mi lectura, por razones personales, ha sido bastante rayuelesca, de arriba abajo y tiro porque me toca, y no le he podido prestar al conjunto la atención que sí le he concedido a las partes y que en el caso de Bariloche resultaba, por el género elegido (aunque no mentaré mucho la palabra "géneros" en una reseña de Neuman porque, como he podido leer en el apéndice teórico al final de su libro, no parecen gustarle en exceso), la novela, daba más pie a ello.


(Tomo la foto de la web de Alfaguara, donde también publica este autor)

El último minuto es una colección de cuentos formada por treinta relatos, un apéndice teórico, unos agradecimientos y cuatro estupendas citas. Es un libro muy recomendable que, como todos los suyos -esto decía en la entrevista que dejo vinculada-, Neuman prefiere que no se lean mientras se hace bici estática. Neuman es un cachondo que derrocha sentido del humor, y eso puede leerse en (algunos de) sus libros.

¿Hay algo común al estilo de todos los cuentos? Bien, se dice que el estilo es una marca de personalidad, un rasgo caracterológico-esencialista que aquellos que creen que lo mejor de la literatura son los escritores consideran innegable y que aquellos que creen que los libros aparecen en el mundo como la dualidad huevo-gallina consideran innecesario y falso. Un día podríamos hablar de la literatura femenina (¿qué es, literatura escrita por mujeres, para mujeres, filtrada por mujeres?), la literatura juvenil (¿qué es, literatura escrita por jóvenes, para jóvenes, filtrada por jóvenes?), la literatura gay (¿qué es...?, etc.) y tantas otras. Hoy por hoy el tema es otro, no tanto una digresión sobre el estilo, una parrafada que seguro que no interesa a nadie, sino ojear qué me voy encontrando yo por las ricas páginas de los libros de Neuman. Para empezar, me encuentro con delicadeza. Las palabras son escogidas con sumo cuidado; o Neuman tiene un talento de tomo y lomo y al primer borrador ya ha parido un monstruo maravilloso o tiene que corregir y corregir, porque el tejido de palabras que cubre y arma sus cuentos es extraordinario. Tiene un léxico impresionante, y al contrario que muchos otros escritores, cada frase suya es una caricia que te transporta de acá para allá como lo hace la poesía. Pero ojo, impresionante no significa pedante y aburrido. Significa que incluso en el registro limitado de un lector con una cultura media o media-baja (con baja cultura no se lee) sabe llevar la lengua literaria de paseo y explorar todas sus posibilidades gramaticales y léxicas. Por eso, leer un cuento de Neuman no te hace aburrirte jamás.

Neuman decía en una entrevista, en el  programa del 1 de noviembre del programa En la nube de Radio 3 (http://www.rtve.es/podcast/radio-3/en-la-nube/ o si no http://www.rtve.es/alacarta/audios/en-la-nube/nube-hacerse-muerto-01-11-11/1238304/ para descarga directa) que se declaraba admirador de autores como Julio Cortázar. En su apéndice teórico del libro que reseño hoy, anota que un cuentista debe cuidar los finales para que no sean demasiado efectistas. No siempre sucede eso en los cuentos de Neuman, pero es que yo no estoy del todo de acuerdo... Neuman en ocasiones se va de efectista, ¡pero es que hay que ver cómo se va! Algunos cuentos tienen un final que te deja sin palabras un rato.

Por mencionar algunos de los cuentos, puedo decir que he disfrutado con "La hipnotizada", que me recordó a Pedro Antonio de Alarcón; y "El ahogado", que me llevó a Poe, en una clave quizá política. Los cuentos de este libro son muy sugerentes y algunos de ellos no contextualizan su marco espaciotemporal, ni sus personajes, de manera deliberada. "Un cigarrillo" es un cuento sobre la profesionalidad y el diálogo de la frialdad en lo grande y la humanidad en lo pequeño. "La bañera" es un bellísimo cuento que tiene una frase tan grandiosa y pura como aquel "y la llenó de Aquiles" de las Metamorfosis referido a Peleo y a Tetis, concretamente la última. "Bianca" me pareció previsible, pero tal vez por ello se reforzó el sentimiento de lo humano en lo inhumano de la chica que da nombre al relato. "Anita" es un relato de surrealismo circense al que si le quitamos el circo (hay más de un relato circense en este libro) tendremos un bonito homenaje -o al menos a mí me lo ha recordado así- a la "Carta a una señorita en París" de Cortázar. "Ars volandi" me recordó a un diálogo entre lo platónico y lo sanchopancino. "Nieves" no me gustó demasiado. "S.o.s. Dios" es un relato divertido sobre el exceso de candor. "Continuidad de los infiernos" me hizo reír un rato por razones personales; el título le sonará a los lectores de Cortázar. El relato es bastante interesante, y un tanto desestabilizador. "El último poema..." es un precioso cuento clásico, un poco chejoviano. Y frente a ése, tenemos "Tú no eres quién", cuento que es cuanto tenga un rato haré leer a mis alumnos, dado que enseñar literatura, como dice Orejudo, es hacer leer, y este cuento lo logra, o al menos esa es mi apuesta. "Carne pasada" es una crítica familiar muy comedida, nada hiperbólica. "Mi otro nombre" parece un Edipo rey, y como éste es escalofriante; ¡con ese cuento se me erizó el vello de la espalda! "Pas de deux" tampoco me volvió loco, aun cuando reconozco que es un buen cuento. "Los cordoni" es una maravilla saramaguesca-circense. "Las víctimas" es también un buen cuento, aunque personalmente disfruté más con el anterior. Posiblemente son para mí los dos mejores cuentos del libro."Jingle bells" parece otra crítica burguesa desde la mirada desaliñada del existencialismo. "Mademe Néné" no me gustó mucho; éste es un ejemplo de cuento que está extremadamente bien redactado pero al que, para mí, le falló el qué. "El discípulo" le tiene que haber gustado a Orejudo, seguro... "El postre" es un cuento cuando menos curioso sobre la deconstrucción de las morales del lector aplicado a la relación de un comensal grosero, machista y prepotente con una camarera cansada.En "Su pierna sobre mis hombros" leemos sobre unos restos físicos, la corporeidad aplicada al recuerdo, a la esencia de su portador. "La chaqueta" es un estupendo cuento que no hará historia, pero que al leerlo uno lee mucho más de lo escrito. "Los comediantes" es el tercer relato circense del libro, y me recordó a la película Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, si bien el tono es totalmente diferente. "Rebobinando" es un cuento construido en torno a un artificio narrativo (narrar "hacia atrás") que ya había visto en Alejo Carpentier, y que me ha parecido interesante. A veces me pasa que no entiendo el título de un relato, por mucho que piense en ello, y eso me pasa con "El pulso", otro de los relatos que tienen que ver con la mutilación; esto no quita que me haya parecido un cuento bastante bueno, con una tensión muy importante. "El umbral" y "El pianista holandés" tampoco me cautivaron, aunque como de los demás, diré que está muy bien redactados y compuestos."Aire" es un imposible narrativo (tanto como lo sería que un ser del futuro o un ser del pasado hablase) muy bueno; pero la perla de la segunda mitad del libro es "Amor ruso", donde hay humor acumulativo como el los viejos cuentos, y donde al acabar el libro te quedas con una estupenda sonrisa.

Dije algunos y acabé tocándolos todos... Pero es lo que tiene Neuman, que todo Neuman vale entre mucho y algo. Y eso es lo que merece la pena de este libro, que desde luego es posible que guste entre mucho y algo. Y para mí que eso es ser un buen escritor vivo. Los muertos no tienen mérito.



PS. Por si queréis algún otro enlace, el primero que he encontrado ha sido el de una entrevista en Página Dos (de la Dos de TVE) con motivo de su novela El viajero del siglo.





lunes, 7 de noviembre de 2011

Bienvenida, Pilar

Un placer que decidas seguir este blog. Espero que te gusten algunas de sus entradas. Nunca coincidimos totalmente con los demás.




La buena letra, de Rafael Chirbes

Le debía mucho a Rafael Chirbes, aunque él no lo sepa, o no se acuerde, o nunca haya significado nada para él. Quizá no recuerde que una vez vino a Mérida y que allí estuvo hablando a unos chicos de bachillerato, más de literatura que de lengua, y más de lengua que de matemáticas. Y quizá tampoco recuerde que tras la charla en el IES Albarregas dos profesores de ese instituto de secundaria lo invitaron a comer, con dinero del instituto, o de la Consejería, o de la Junta, o del ministerio. No mucho, porque tampoco comimos de lujo; no logro recordar si incluso lo hicimos de menú, pero para no volver el recuerdo demasiado pintoresco diré que no, que hasta pedimos de la carta. Pero seguramente cada comensal no le costó a quien quiera que pagase mucho más de doce o quince euros. Como escribí unas líneas arriba, los comensales éramos tres: una profesora encantadora y nada explosiva, ni en su manera de expresarse ni en su manera de pensar, pero con seguridad mucho mejor que cualquier rotunda estrella; un profesor atontado y joven, capaz de renunciar a una baja anual porque le había cogido cariño a los alumnos de su grupo; y un enorme escritor que no vendía demasiado.

Rafael Chirbes era el escritor; el nombre de la jefa del departamento lo callo porque no tengo su permiso (ni la negación de éste, se entiende) para hacerlo; el joven tonto soy yo. Aunque ya no soy joven. Pero un poco tonto sigo siendo. Rafael Chirbes era el escritor que había hablado de ética y del valor del hombre ante un montón (más bien una montonera) de jóvenes hormonados que sin embargo callaron para oírlo bien, porque lo que decía era bueno y se intuía importante. Y quien le escuchaba, también era yo. Y quien en la comida preguntaba si al otro le gustaba escribir era Rafael Chirbes. Y quien contestaba era yo. El mundo al revés.

Debía mucho a Chirbes, porque ese fue un día mágico, de esos que no se olvidan.


(Imagen del blog soloplumas.blogspot.com)




Y para pagárselo me hice con una novela suya, La buena letra. Y la leí.

La buena letra es una novela de susurros. No sé si bebe del Pedro Páramo en ese aspecto, pero es impresionante la lectura de una novela corta en microcapítulos de una página. En cada página sucede algo, algo cambia para siempre, cambios que parecen lampedusianos pero que no lo son, sino que suturan mal una herida que la vida ha dejado en los protagonistas.

Los protagonistas de la novela son supervivientes de la guerra civil. No es una novela que transcurra durante esta, sino que se centra en la supervivencia de los años de la posguerra, los cuarenta y los cincuenta, años que mis familiares me han contado una y otra vez pero que sólo puedo vislumbrar con una cierta claridad en novelas como la que acabo de leer. Quiero leer la novela de Muñoz Molina sobre la guerra, y saber qué tal. Me entran ganas de saber si en extensión logra lo que ésta en intensión; si lo hace, será mucho.

En la novela no hay una gran historia, en absoluto. Está la historia de una vida muy vulgar, pero narrada de una manera muy personal, que nos hace pensar en la gran generosidad del novelista que puede considerar cada vida como algo único. Decía Hemingway que antes de empezar a escribir una novela que trasncurría en un pueblo (refiero de memoria), escribía una ficha o relato sobre cada uno de los habitantes de ese pueblo (y que muchos, claro está, nunca serían llevados a la novela final). Chirbes parece sentir ese mismo amor sincero por la humildad.

Los personajes son un yo y un tú, de los cuales sólo circunstancialmente se conoce su nombre. Es una novela-discurso de la soledad que un yo dirige a un tú que difícilmente lo leerá, con un narrador bien definido y un narratario que también al final de la novela será esbozado. Algunos de ellos (por ejemplo la "mis") son memorables; cómo la narradora entiende por una dialéctica hegeliana que nunca podrá ser su amiga es un capítulo precioso, realmente bello.

La novela trata de ser ordenada, no habiendo por tanto grandes saltos temporales en el discurso; sin ella delante, no estaría seguro de decir que sea totalmente lineal, pero la verdad es que así es como la recuerdo. Lógicamente, narrada empezando desde el final y saltando al principio, momento desde el cual se progresa linealmente hacia el final-principio.

El tono es absolutamente sobrio. Hasta las metáforas, pocas pero dolorosas, son sobrias. Los sentimientos sí se pueden comunicar, o al menos Chirbes sí sabe cómo hacerlo. Tal vez algunos poetas necesiten cientos de versos, pero Rafael Chirbes resuleve ese problema en escasas cien páginas. Sentimientos, que hay que decir, no se alejan de los márgenes de una desesperanza existencial y una alegría temerosa. Pero, ¿para qué más? La concisión es impresionante en esta novela.

La buena letra es una novela magnífica. A mí me ha impactado bastante. Ojalá la hubiera leído en aquel entonces, pero como dije, antes era joven y tonto. Y ahora, ya sólo... 




sábado, 29 de octubre de 2011

Rabos de lagartija, de Juan Marsé

Acabo de terminar esta novela de Juan Marsé. Mis amigos y yo hemos hablado en numerosas ocasiones de las deudas literarias. "Qué vergüenza me da no haber leído a...", "Es un fallo no haber cogido aún un libro de...". Donde, en dichos huecos, cada uno puede y debe anotar sus carencias, su "siempre he querido pero nunca he movido un dedo para". A todos nos encantaría haber leído La muerte de Virgilio de H. Broch y el Simplicissimus de Grimelhausen, pero la verdad es que no lo hemos hecho. Confieso no haber leído nada de Marsé ni de Martín Santos, y confieso también que la realidad haber cacareado sus nombres muchas veces examinándome de ellos y examinando a otros de ellos. Y de ello, de la verdad y de la realidad, trata esta magnífica novela.

Los hay que piensan que una cosa es la realidad y otra la verdad, y tú eres uno de ellos. Eres un peligro, hijo mío...


Esa oración es la condensación de una ética invencible. Es una maravilla que vale por toda una novela de extraño ritmo, tan libre como difícil de leer. El protagonista de esta novela es lo inverosímil. El narrador de la novela es un feto que aún no ha nacido que puede hablar con su madre y con su hermano, ambos supervivientes de la guerra civil española en los años 40 y 50. Hay numerosos personajes que sólo tienen una existencia imaginada, como el aviador O´Flynn, Víctor Bartra, el perro Chispa y otros de los que se nos proporciona una rica y variada caracterización pero de los que sólo de segundas conocemos el nombre (la pelirroja, el guripa Galván). El narrador se permite numerosos comentarios y una participación activa en el relato. Por cierto, la pelirroja es como para enamorarse de ella.





Rabos de lagartija

(Tomo la imagen de la galería pública de Flickr de Rodolfoto, donde podéis encontrar otros divertidos fotomontajes en la serie "Libros bestiales"; para ello, pinchad el enlace)


La novela es crítica con el régimen franquista (que fue una dictadura, y como todas las dictaduras, de derechas e izquierdas, una bazofia), pero más que tener compromiso con el antifranquismo, quiere tener compromiso con la realidad, por lo cual todos los personajes reciben una revisión crítica, una fuerte y no siempre irónica crítica. Y sus acciones igual. O´Flynn es una patraña, Bartra otra, la pelirroja otra, David y Paulino otra...
En Rabos de lagartija encontramos algunos símbolos muy fuertes: el barranco seco, la oreja del despacho del otorrino en la pared, los cigarrillos y el café, la Penélope que espera a su Ulises ridículo, etc.

La recreación de la época me parece muy buena. Algunos nombres de marcas y de objetos se me han escapado. La memoria y la imaginación de Marsé son poderosas.

Debo decir que me ha dejado un sabor de boca muy bueno. Ahora a por las demás. Coño, ¡qué bueno es esto de leer clásicos y entender por qué se han hecho clásicos! Si siempre sucediera así...

viernes, 28 de octubre de 2011

Reto literario "Constituyen pandemia"

Es una tonta idea que se me ocurrió y que mi amiguete Pedro López Manzano (creeloquequieras.blogspot.com) ha comenzado con dos enormes (y minúsculos) relatos. Para más información (y más y mejores cuentos que el que hay abajo), pinchad en su blog o AQUÍ.




Constituyen pandemia III. Perversa Pandemia

Perversa pandemia

Constituyen pandemia mis deseos de verte, sólo una vez cada mes; pandemia de mis pensamientos y de mis actos; constituyen pandemia las toxinas que libera en mi cuerpo el no tenerte cada tarde en nuestra alcoba; constituyen pandemia los ánimos repetidos y las repetidas autoinoculaciones de ánimo tras cada palabra de ánimo que los demás me dan.

Pero también constituyen pandemia las miradas que no puedo evitar a los otros hombres; pandemia los futuribles pánicos de una hembra fuerte y valiosa como yo; pandemia las mañanas de sábado masturbándome ante el espejo, en el baño, abrazada por increíbles cualquieras. Constituyen pandemia las paralelas de mi pensamiento que confluyen en la triste idea de que no te amo a ti, sino que amo al Hombre.



(c) El cuentacuentos

lunes, 24 de octubre de 2011

La escafandra y la mariposa, de Julian Schnabel

Por lo menos tres personas diferentes me han animado en las dos últimas semanas a que me acerque al cine a ver El árbol de la vida. Se han quedado entre intrigadas y fascinadas por un cine que no cuenta historias. ¿Es eso posible? Pues sí.

Terrence Malick es el mismo director de La delgada línea roja, una película narrativa, que contaba una historia, pero que en determinados momentos abandonaba esa necesidad de comunicar hechos para volcarse en la necesidad de comunicar ideas y sentimientos, incluso sólo estéticos. Esto ya ha sucedido en otras películas, en muchas otras. Se me viene a la cabeza una película depreciada por muchos y alabada por otros que es La fuente de la vida, que también contaba con una importante parte de su metraje de esta manera. Esto, que el viejo Eisenstein llamaba cine-poesía, en contraposición con el cine-novela, es un género (o supergénero) que fue devorado por su hermano mayor todopoderoso, el cine como relato de sucesos.

Pues bien, la película que se me ocurre comentar, o más bien sugerir, esta mañana, es un ejemplo de cine-novela con numerosos fragmentos de cine-poesía, y se llama La escafandra y la mariposa en honor a una novela que cristaliza la historia que Julian Schnabel, su director, decide contarnos. Hace unos años, al parecer, un importante periodista de una revista de modas, sufría un accidente que le dejaba absolutamente invalido (incapaz de mover todo su cuerpo) pero sin pérdida de inteligencia. Digo todo pero no es exactamente así: podía mover uno de sus ojos y parpadear. (Y es escalofriante que salvo en las retrospectivas de la película, el actor que representa al protagonista sólo mueve el ojo izquierdo). Y de ahí la idea de ese "síndrome de reclusión".



Es una película bella, íntima, preciosa, llena de reflexiones personales, de hermosos momentos, sin concesiones a los extremos. Está plagada de imágenes evocadoras, como por ejemplo las de las metáforas de la mariposa y de la escafandra, pero también de planos expresionistas y angustiados. La visión en primera persona, la cámara subjetiva que se desenfoca como la mirada pobre del protagonista, tiene un valor narrativo (pero también lírico) extraordinario, las miradas al final de las faldas que nunca podrá sino anhelar, a los paisajes que configuran una nueva vida contemplativa, los comentarios en off de un personaje al que sólo una logopeda da una pequeña esperanza de comunicación... Es de una belleza, y me reitero, extraordinaria. Y si alguien quiere empezar por el cine-poesía, podría ser una buena manera de iniciarse.




jueves, 20 de octubre de 2011

Préstamos perezosos

Impolítico comentario el que se me ocurre, puesto que mis seres queridos me dejan con bastante frecuencia libros y cómics. Espero que se sonrían un par de veces pensando en que cuando yo les dejo libros a veces también ellos se miran entre sí y suspiran discretamente.

Hace unos días se me ocurrió pensar que un libro, además de un texto, una historia, un mundo imaginado y medianamente real en sí, era un proyecto personal. Por lo tanto, también es una elección personal. Cuando elijo un libro me encanta pensar en las razones que en ese momento me mueven a leer esas palabras concretas y no abrir otro lomo. Pero, ay amigo, ¿qué pasa cuando alguien se te acerca por detrás, con malas intenciones, una sonrisa perversa y un taco de casi mil páginas con letras muy comprimida?

-Toma, Andrés. ¿Te acuerdas que el otro día estuvimos hablando de XXXXX?
-Pues...
-Je, je, qué memoria. Sí, hombre, casi diez minutos, y me dijiste que estaría muy bien saber algo más de ese autor y sobre todo leer algunas páginas suyas.
-Sí, claro, claro.
-Pues bien, aquí te he traído este libro que es el mejor que ha escrito hasta este momento. Es genial, es una obra maestra. Yo cuando me lo acabé, yo no sabía qué hacer, anduve toda esa tarde como perdido...
-Ah, muy bien, lo que pasa es que últimamente...
-No, tranquilo, sin prisas. En tres semanas me lo devuelves, no lo necesito por el momento.
-¡!

Cuando uno elige un libro lo hace por razones muy variadas. Y una de ellas es la morosidad que puede emplear para leérselo, o la rebeldía en sentido inverso, la velocidad inusitada. Cuando leía Los detectives salvajes... ¡Coño, aquello parecía que estuviese leyendo a los detectives de Agatha Christie, no podía parar!

-Pero no, no lo estás leyendo bien, tiene muchísimas referencias que te tienes que estar perdiendo si vas tan rápido.
-Lo sé, ¡pero es que no puedo parar!

Otra, claro, son los autores de los libros. Mi amigo Pedro-creeloquequieras.blogspot.com, cuando cata uno de Joseph Roth no se lo deja arrancar de las manos ni con violencia. Igual puedo decir de Juan Antonio con Orejudo o de Suto con algún volumen de Canción de hielo y fuego o de aquella saga cyberpunk que leíamos de adolescentes, Cuando falla la gravedad.

-No lo entiendes. Es que es muy bueno.
-Ya, pero no me gusta.
-No te puede no gustar, si es bueno te tiene que gustar. Si no, ¿para qué has estudiado tanta literatura?

¿Y los lomos, las páginas, los colores de las portadas, los dibujos, las maquetaciones? Los libros de Anagrama bolsillo me atraen hasta que los abro. Entonces me encuentro con esos escaneos de calidad malísima y vuelvo a dudar de mi elección.

-¿Quince euros por esto? Debes de estar de broma.
-Pues haz una desiderata a la biblioteca. Con lo que ahorres puedes dar la entrada de la hipoteca.

Pero no nos dispersemos. Llega tu madre y te da un libro, te lo pone en la mano, recién sacado de algún recóndito estante. Te mira y sonríe. Sabes que su corazón espera respuesta. Ella lo ha leído y le ha gustado, o incluso le ha apasionado. Si te apasiona, estarás más cerca de ella, la querrás más. Pero tú sabes que ese libro no te gustará, conoces a ese autor y sabes que emplea una retórica oral que está muy alejada de tu gusto por los libros formales, asentados, decimonónicos. O simplemente, la portada es fea.

-Me encantó. Te gustará.
-(Glup).

Llega tu alumno especial y te trae a clase el libro que leyó en vacaciones y que cambió su vida: Vampiras y amigas:

-Me leí la Carta a una desconocida, y luego me leí este. Me gustó mucho, es mejor que el que tú me dijiste, y te lo he traído por si te gusta y lo quieres poner de lectura para otros cursos. ¿Lo quieres leer?
-Pueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeessssssssssssssssssssssssssssssssss...

A veces te lo estás buscando. Porque los que las dan las toman. ¿No te has sentido entendido, comprendido, oído, escuchado, al hablar de libros, te has crecido, has querido más a ese compañero del trabajo y... le has llevado un libro? Pues el que a hierro mata, a hierro muere. Y además, a veces, si no quieres caldo, tomarás dos tazas.

-No era necesario, si ya me dejaste tú uno...
-Ya, pero como empezaste tú con Los cuadernos de don Rigoberto y después de que yo te dejara La fiesta del chivo tú me trajiste Manual de inquisidores, que me encantó, pues ahora te he traído éste, que a mí me ha gustado mucho...
-Rabos de lagartija... No, no he leído nada de Marsé.

Marsé me está gustando un disparate. Pero es que en la misma semana me llevé a casa del orden de seiscientas páginas con compromiso de lectura. Lo cual sumado a las páginas que tengo que leer por trabajo y las que tengo que leer por formación académica -y las que quiero leer por mi cuenta- acaban con mi tiempo de todas todas.

¿Y los préstamos a destiempo? ¿Qué opináis de dejarle el Barrabás de Pär Lagerkvist a un niño de ocho años? Qué cosas tiene mi tío...

-Buenísimo. Si te gusta leer...
-Sí, me gusta mucho.
-Si te gusta leer, tienes que leer libros buenos.
 
Son las encantadoras anécdotas de los préstamos de libros. Se me ocurren muchas más, pero no acabaría de escribir nunca, y desgraciadamente siempre tenemos más cosas que hacer y menos tiempo para ello. La solución, quizá, pasaría por no perderlo escribiendo palabras tontas como estas. Al fin y al cabo, el que te deja un libro te deja un pedacito de sí porque ya lo ha hecho suyo. Y por eso, a las malas, es mejor leerse un par de capítulos y devolverlo a hacerlo dejándolo virgen.





miércoles, 19 de octubre de 2011

Las ausencias probadas

Las ausencias probadas

La suciedad que se acumula en las recónditas esquinas bajo las teclas de tu ordenador me hacía pensar en unos seres invisiblemente maleducados, que desarrollaran su vandalismo en el más desoído de los silencios y que comieran inadmisibles bocadillos de atún sobre mi herramienta de trabajo intelectual. Esos otros, que en realidad no necesitarían más que unos instantes de comprensión y abrazo o castigo y ejecución -tan simple se muestra a veces la respuesta a un tan gran mal-, me han hecho especular sobre las ausencias probadas.



(c) El cuentacuentos





martes, 18 de octubre de 2011

Bienvenida/o, Tatty

Siéntete a gusto en este blog. Si algo te gusta, escríbelo. Si no, escríbelo más. Pica a la anciana y tranquila/o, que contestará.

Espero verte por aquí a menudo. Eso será buen señal.

La verdad sobre la lengua de Shakespeare, por The Piestasters

Pues no es otra que, al ser una lengua, no es mejor ni peor que otra, que tiene dialectos y que se usa, hablada y escrita, con mucha más variedad de la que los globalizados ciudadanos pensamos. He aquí un ejemplillo divertido a la par que, quizá, misógino. (Otro día hablamos sobre lo moral y la literatura.)






wish I could count on you, I wish I could count on you.


(chorus: I can't stand it, I can't stand it [can't take it girl], I can't stand it, I can't stand it)


Fussin' and fightin' all day long Tossin' and turnin' everything seems wrong


(chorus)


Gal you get me ma ma madda madda mad and crazy
Gal you get me ma ma madda madda mad and crazy
ma ma madda madda mad and crazy
Gal you get me Gal you get me Gal you get me
You come inna de venue talkin bout you on the list
when it nah dea same time the drama commense
I saw you tried to tempt the gateman by carressin his chest
and when him nah impress den you gi him french kiss
slide thru the gate now with your smudged lipstick
try fe get backstage talkin bout you with the press
tellin the promota dat you bad no bitch
Pietasters is a band dat nah romp wi dis
Come


You go West, I'll go South
All I know is that I'm checking out of here


(chorus)


Well I seen gal from east and I seen gal from west but I must confess you is
the biggest mess yet
With your oversized breast, undersized dress
Give it a rest cause, were not impressed
Take your oversized breast gal and shook dem in
Your causin a disturbance upon the ska scene
Gal like you coulda neva be my queen
Could neva Selah or neither Steve
Gal you get me ma ma madda madda mad and crazy
Gal you get me ma ma madda madda mad and crazy
Gal you get me Gal you get me Gal you get me



Edito: With your oversized breast, undersized dresses parece lo que en la facultad llamábamos paronomasia. ¿O era antítesis? Como quiera que sea, tiene su gracia.

miércoles, 12 de octubre de 2011

El contexto, de Leonardo Sciascia

Me han gustado a mí las novelas de Leonardo.

Después de echarle mano a El consejo de Egipto, me quedé con hambre de más. Y la novela con la que me hice fue El contexto. Se trata de otra novela corta, de no más de ciento sesenta páginas, con una tensión mantenida a lo largo de sus páginas que lleva a una lectura cómplice. "Cómplice" es uno de esos palabros que en una crítica literaria (aunque lo sea sin trascendencia ninguna, como esta) son muy útiles, porque lo dicen todo y no dicen nada. Personalmente aborrezco -aunque las use tanto como el que más- esas palabras, así es que como ejercicio de sinceridad voy a decir qué significa hoy, aquí y ahora.

Leonardo Sciascia escribe una novela negra, con un detective que investiga un caso de un asesino en serie que está matando a altos cargos del sistema judicial de una sociedad seudoitaliana. Su detective es un intelectual, por añadidura. La sociedad seudoitaliana de la novela, su espacio y su tiempo, son una clamorosa -pero inargumentable- copia de la Italia de los años setenta. La complicidad debería significar que dos personas están de acuerdo en algo, y que por tanto, a la hora de referirse a ese algo pueden reconocer ambos que lo están haciendo, ya sea directamente o, más a menudo, bajo una clave. Pues eso es lo que sucede. A Leonardo Sciascia le basta saber que el lector de sus novelas es culto, que está al día en cuestiones filosóficas, artísticas, históricas y políticas. Leonardo sabe que yo lo sé, pero además sabe que yo sé que él lo sabe. El reflejo es como el de una cámara que filma a un televisor...

La complicidad de la novela de Sciascia sirve para que un humor irónico salga a flote en toda la novela. Así, Sciascia puede hacer una aguda y divertida crítica a toda la sociedad italiana, a los sistema de pensamiento vigentes en la Italia de los años setenta, a la Revolución, a la Contrarrevolución, a la novela negra, etc.

Igualmente roto-o-descosido (útiles) en una crítica literaria es la palabra "parodia". Veamos ahora qué significa en Sciascia... Sciascia homenajea la novela negra haciendo una divertida novela negra. Saca a la luz los entresijos de la novela negra (es un poco deconstructiva, a mi juicio) para que sus lectores leamos una novela negra a la vez que leemos el manual de instrucciones del género novela negra, todo en uno. Como me decían en clase: un aplauso y una caricatura a la vez. Los personajes tienen nombres muy débiles, y los conocemos casi únicamente por sus acciones, no por sus pensamientos, como pasaba en las novelas de Dashiell Hammett. Pero la desgracia es que sus acciones son tan erráticas y tan absurdas muchas de ellas que para poderles dar un sentido necesitamos crear un contexto.

Y he ahí el título de la novela.

Me ha gustado mucho, pero creo que sólo se puede disfrutar de verdad con unos mínimos conocimientos del pensamiento de los setenta.




El consejo de Egipto, de Leonardo Sciascia

A las cuatro de la mañana como son, no sé si esta entrada hará justicia a una novela de la calidad de la que he leído los últimos días. Juan Antonio me mortificará por usarlo, pero me reitero en el criterio de elección que sigo necesitando tras mis fatigas intelectuales por asuntos que no vienen al caso en este blog... Así es que seguí desoyendo la llamada de mis siete novelas a medias y empecé una novela llamada así, El consejo de Egipto. A su autor lo conocía, lo oí nombrar en la carrera y fuera de ella. Las perlas de la literatura italiana nos llegan con demasiada racanería. Me encantaría leer libro italiano sí y libro italiano también, pero la verdad es que no sé qué leer de la literatura del país del adriático. ¿Qué se escribe en Italia? ¿La soledad de los números primos? Vamos, no puede acabar sólo en eso. ¿Seda, el remake de la Iliada? Bien, Baricco es un gran narrador y tan loco, estrafalario y valiente como los grandes italianos; y hasta el comienzo de los Números primos es terriblemente prometedor (yo lo habría dejado en el primer capítulo, el resto de la novela le fui perdiendo el interés). Pero no conozco más. Y eso me apena, la verdad.
Tal vez por ello era el momento de dejar de saber de oídas y empezar a leer de nuevas. En el mundo de las humanidades hay demasiadas referencias y demasiada poca lectura (lo cual es un juicio-prejuicio gratuito que yo regalo con la sola base de ciertas experiencias personales). Es vomitiva la cantidad de veces que se cita sin leer. Y por eso me dije que ya era hora de dejar de saber por referencias de la obra de Sciascia. Y me puse manos a la obra.

Lo primero fue recuperar El contexto, mal regalada con anterioridad. Pero con El contexto en la mano, me dije que mejor sería comenzar por El consejo... ¿Qué es El consejo...? Pues una espléndida novela en menos de doscientas páginas, editada en Tusquets. Se trata de una breve novela situada en la Sicilia de finales de siglo XVIII (de las luces y la razón) en el que un comienzo milyunanochero lleva al protagonista a ser traductor improvisado de un diplomático norafricano. Y en el momento, como ni unos (cristianos sicilianos) ni otros (islamistas árabes) pueden desmentirle, decide hacer una traducción falsa, inventada, con el fin de mejorar su modus vivendi, en ella se inventa todo lo que le da la gana. Y así, con toda la falsedad del mundo, se arroga el derecho de crear el pasado, un pasado que justificará el presente como argumentación para unos privilegios estamentales o para una usurpación de tierras por parte de la corona. Y en ese ajedrez cobrarán especial relevancia la mentira histórica del abate Vella y la verdad republicana del abogado Di Blasi.

La novela tiene una estructura en tres partes. La primera es más ligera y tal vez más cómica que la tercera, más densa y simbólica -creo yo-, mientras que la segunda es una bisagra entre ambas. Cada capítulo no ocupa mucho más de cuatro páginas.

El estilo de la novela está tremendamente depurado. La traducción no hace aguas y se puede leer bien. En ocasiones, Sciascia juega con sus conocimientos de cultura española y de literatura castellana, y en otras hace lo propia con la latina eclesiástica, y los lectores salen ganando con un diálogo entre ellas muy valioso. El estilo de Sciascia no es muy proclive a descripciones largas, pero a mí me gustaría en algún momento, de aquí en adelante, leer alguna suya, puesto que su capacidad de percepción e imaginación de mínimos detalles culturales es muy rica.

En general me ha gustado la novela. He leído y leeré muchas otras que me gusten más. Quizá incluso suyas. (El contexto me está encantando.) No obstante, el bello perfume que la novela destila a años setenta, a problemas semióticos y a literatura de corte simbólico, que quiere hablar sobre otras realidades, me han cautivado. Creo que no es una novela para todo el mundo, pero quien supere algunos problemas iniciales puede adentrarse en caminos sembrados para el diálogo de ideas.

Parece que siempre vengo a decir lo mismo, pero esta también la voy a recomendar.




jueves, 6 de octubre de 2011

Reina de la oscuridad, de Saurom Landerh

Las cosas mejores por las peores. Es una canción emocionante, lo mismo a una mujer que a una tierra.
 
 
 
 
 
 Longeva doncella, faz desmembrada
Caliz confuso hembra sagrada
Perla, desgastada por orden del tiempo
Madre, tantas veces tus hijos te hirieron

Guardo con recelo un tesoro en mi piel
Rasgan mis pesares los amantes del ayer
Antaño princesa, miserable alguna vez
Vi crecer imperios que crecieron en mis pies







Corona empedrada, morena de cara, montaña de gemas
Cortejas dos mares, hermanos que por tus encantos pelean
Duelen, cicatrices que curan la historia
Danzan en tu velo poetas, pintores, guerreros…

La Mezquita añora tu presencia cada abril
En la Alhambra esperas entre llantos a Boabdil
Bañas tus cabellos niveos a orillas del mar
Mientras te perfumas con esencia de olivar

Reina, reina del mundo puedo sentir tu tristeza olor a jazmin
Linda, linda doncella, cuidada de mi que yo siempre lo hare de ti

De etnia gitana, hispana, romana o tal vez fenicia
Fiel madre mora, morita de sangre verdosa y mestiza
Tierno, cascabel que Hipnotiza a los hombres
Legas, ocho hijas hermosas pasiones desde entonces

Los diversos dioses por ti siempre velaran
Engendras culturas y criaste a muchas mas
Bécquer, Lorca, Alberti te recitan con pudor
Versos desde el cielo, que camuflan tu prision…
 
 
 


Edito. Olvidé decir, vergüenza mía, que esta canción me la dio a conocer (junto con otros veinte discos, de una tacada) un estupendo alumno de hace un par de cursos.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Barrabás y los libros prestados, de Arturo Uslar Pietri, mi padre y mis amigos

Hoy en disertaciones a sordas hablaremos sobre el tema "Libros regalados".



(Jeje... ¡Este es Uslar Pietri en su despacho, no soy yo!)



Me gusta, cuando empiezo a escribir estas palabras en internet, hacer una pequeña reflexión al hilo del maravilloso acto de leer. Es tan complejo y tan variado que siempre puede suceder algo nuevo y siempre puede dar juego para charlar un poco sobre estos asuntos para-literarios que no son la literatura en sí, pero tienen que ver con ella.

Es el caso de -como imitaba al comienzo- los libros regalados y, por qué no, también los libros prestados y los regalados. Cada año, sin ir más lejos, a final de año, mi padre suele regalar a cada miembro de la familia un libro. Sus consejeros para la elección del regalo han sido muy variados: revistas de libros, internet, bibliotecas particulares donde la frecuencia indicaba el aprecio por un escritor u otro, las recomendaciones de Diego Marín, etc. (Diego Marín es el gran librero de Murcia, mi ciudad).

Estos regalos a veces gustan y a veces no, como es obvio. Nunca disgustan del todo, porque cualquier libro puede tener su momento (y/o su lector) adecuado pero en ocasiones se producen curiosas distorsiones del uno y su intimidad en el camino del otro. Por ejemplo: Umberto Eco novelista en lugar de Umberto Eco ensayista; recibir dos veces El sueño del celta y que la versión con facsímil sea la única de la que se conserva tique de compra o que al día siguiente se produzcan "cambios" en los participantes de un regalo masivo.

Unas fiestas me regalaron por mi cumpleaños unos Cuentos completos de Arturo Uslar Pietri, en la edición de Gustavo Guerrero de la editorial Páginas de espuma. Durante muchos años miré esa portada amarilla con la mirada melancólica y perdida del venezolano y creí que se trataba de la mirada interior de mi padre esperando que le comentara algo sobre ese regalo. Arturo Uslar Pietri había danzado por casa en las ediciones de RTVE y de Cátedra. Concretamente recuerdo que lo compré en Cátedra, que lo empecé, que lo olvidé en casa al marchar a la playa un fin de semana y que lo acabé en esas páginas duras y mal impresas, con tinta corrida, de los años setenta. Recuerdo cómo me aterraban las descripciones de lugares y de personas, los rasgos sobresalientes de los personajes que monopolizaban las descripciones, los destinos paralelos a veces, a veces cruzados, siempre inciertos de sus personajes. Las lanzas coloradas era una novela que a día de hoy me niego a leer porque a lo mejor aquella fantástica impresión que me causó tal vez se aplanaría con el peso de los conocimientos y de la costra experiencial que causan los años.

Estos días, entre Murcia y Antequera, he leído el primer libro que integra los Cuentos completos de Uslar Pietri, para ir pagando mis deudas con mis regaladores.Se llama Barrabás y otros relatos, y está escrito en 1928. Es una colección de 16 cuentos en unas 77 páginas. Cuentos breves, por tanto, si bien el formato de la publicación es de páginas un poco más grandes de lo habitual.

Peronalmente no he encontrado un nexo entre los cuentos salvo el estilo, del que luego hablaré, así es que voy a decir unas palabrillas sobre aquellos que más me han gustado.

"Barrabás" es un buen cuento. Lo que pasa es que recuerdo muy fuertemente el Barrabás de Pär Lagertvisk, que leí cuando era niño y que me impresionó fuertemente. Me han llamado la atención sus descripciones iniciales.


"S. S. San Juan de Dios" me ha gustado también bastante. Es un hermoso relato de personaje, que no de acción. En pocas páginas consigue captar con fuerza la personalidad del capitán del barco.

"Apólogo del buen vino" es un cuento modernista sin más. No tiene mucho interés, la verdad.

"La caja" podría haberlo escrito Poe. Bastante bien. Y también es marinero.

"El camino" es un cuento simbólico, igual que "Ahora y en la hora de la muerte", aunque tengan algunas diferencias. Los dos son cuentos interesantes. En realidad, Uslar Pietri tiene una capacidad extraordinaria de aprovechar literariamente la desgracia de los miserables. No sé hasta qué punto haya empatía y hasta qué punto sea explotación, la verdad, puesto que la retórica es bastante densa y no alcanzo a ver un discurso político en sus cuentos. "Ahora y en la hora de la muerte" tiene la virtud de tener un tema y un planteamiento siniestramente abiertos, con lo cual se convierte en un cuento muy actual (y muy desasosegante).

"El idiota" y "Miralejos" son cuentos más costumbristas, más al tipo Rómulo Gallegos o si acaso parecidos a Ricardo Güiraldes.

El estilo unifica todos los cuentos. El uso del castellano es muy poético, cambiando en ocasiones incluso los usos morfológicos de los verbos. Se podría decir que en sus cuentos Uslar Pietri está equidistante de la retórica típica del modernismo (por ejemplo, en "Zumurrud") y de la angustiada vanguardia expresionista. En ocasiones parece artificial; en otras ocasiones, un solo (y barroco) adjetivo vale por una página de descripciones.

Este primer libro de cuentos del escritor venezolano quizá no sea para todos los públicos. A alguien que no obtenga placer de las palabras por las palabras y que necesite historias chocantes puede no decirle nada. No es, desde luego, el mejor cuentista que yo haya leído, ni el mejor libro de cuentos con el que me haya topado, pero un interés sí tiene. Mi amigo Juan Antonio dice que tras largas y densas lecturas hay que regalarse con cuentos para recuperar. Le he hecho caso. Y supongo que antes o después leeré el siguiente libro de cuentos de la colección. Así seguiré devolviendo el regalo a mi padre.



PS. Otro día hablaremos de los libros prestados. Esos sí que dan para un mundo...




lunes, 29 de agosto de 2011

Delicado

Delicado

Sosteniendo un vilano entre los dedos, se preguntaba con osadía cuánto tiempo podría contener la respiración la existencia, cuánto el universo retener su furia bárbara, su movimiento sin fin, su big bang y su contracción gravitatoria eternas, veloces como los latidos del corazón de una musaraña antes de que algo tan estúpido como un soplo de viento arrasara con algo tan necesario como una pequeña semilla con voluntad de ave. En ese lugar, sin que ninguna otra circunstancia física denotara el cambio, el levante estaba detenido. Totalmente. Las cartas climáticas negaban este hecho.

Estaba sentada sobre una piedra. El solar semiderruido llevaba más de quince años sin desescombrar, y podría decirse que, para casi todo el mundo –excepto, quizá, para la consciencia narrativa-, siempre había sido así. La misma Ana así lo creía. De vez en cuando alguna pequeña lagartija asomaba por entre los rodales de tierra y malas hierbas o se mantenía estática y fugaz sobre las calvas de baldosa que aún no alcanzaba a recuperar la naturaleza de las garras de los hombres. Los hombres y las mujeres. Miraba el vilano con una expresión difícilmente interpretable. ¿Tal vez miedo, tal vez nostalgia? Desgraciadamente para el lector, el rostro de Ana no era demasiado expresivo, y hasta que no se tome una decisión al respecto, no se sabrá si esa mirada a través del fútil diente de león correspondía a un acceso de nostalgia, a una pulsión de ira o a un lapso de incertidumbre y silencia mental. De niña sus amigas y ella pensaban que el ideal de belleza -y el canon ontológico- era el de las fotomodelos de las revistas, con la triste falta de perspicacia de todas ellas de no caer en ningún momento en la pluralidad de retos diarios dentro y fuera del trabajo a que se debía enfrentar una maniquí. Razón por la cual durante años habían estado todas ellas recibiendo suspensos, afrontando hemorroides y aguantando relegaciones sin descomponer en lo más mínimo su segura sonrisa. Como un vilano ante el viento. (Sobraba el auxilio quizás, pero en este primer ejercicio retórico-narrativo no se escatimará ayuda al lector en forma de metáforas-baliza.)

Hoy Ana no sonreía. Mediaban muchos años entre aquellos estúpidos y revalorizados momentos y el presente. Ana era una mujer adulta de cincuenta y dos años. Trabajaba en una tienda –mejor dicho, poseía una tienda- de zapatos en los aledaños del centro de Valencia. Allí, desde la entrada de los primeros clientes y sobre todo clientas hasta los instantes inmediatamente posteriores al cruce de la puerta de salida con timbre automatizado por células fotoeléctricas, recuperaba su ancestral mueca. Pero ni un minuto más. Se consideraba ecuánime (si, “ecuánime”: un día de noviembre leyó esta palabra en una revista, la buscó en un diccionario, le sorprendió la belleza de su cadencia, tuvo un goce estético imposible de comunicar nunca a nadie al reparar en la ecuanimidad de la letra e al comienzo y al final de la palabra que ganaba por varios cuerpos al placer procurado por muchas comidas y algunos orgasmos) y no vejaba a nadie por la misma razón por la que no se sentía impelida a sonreír a nadie. Así habían transcurrido muchos años de su vida en el ciclo de vender sandalias, vender zapatos, vender botas, vender zapatos, vender sandalias, vender zapatos, vender botas, vender zapatos (y así ad lib., lector: el ciclo había comenzado un jueves doce de noviembre de mil novecientos ochenta y uno, luego vendiendo botas, y entendiendo que el cuento se redacta a domingo veintiocho de agosto de dos mil once, faltaría solamente una estación para cumplir las veinte primaveras, veinte veranos, veinte otoños y veinte inviernos, es decir, treinta y nueve vender zapatos, veinte vender sandalias y veinte vender botas). Tal vez por eso, viendo entrar y salir a personas anónimas que buscaban en su tienda lo sublime para pisarlo, dejó de sonreír.

Pisó la lagartija con el pesado tacón de su zapato, y ésta perdió su rabo. Como pagada de su acción, la cual no juzgaremos como ejercicio de contención política, sonrió fugazmente, tanto que apenas el sol, que todo lo sabe, de media tarde tuvo noticia de ella. Alguien voceó desde la carretera cercana. Pronto, su rostro recuperó la expresión incalificable.

Y en ese preciso momento, sopló el viento, y se llevó consigo los centenares de pelos plumosos del vilano. (Igual que el universo las vidas, igual que los hombre las alegrías.)

No pensó Ana que podía haberse acercado al mirador (¿había un mirador? ¿En qué momento se ha descrito? ¿Es la cercanía de una caída, o del mar, lo que motiva los vientos?); no lo pensó, pero podría haberse narrado que sí, porque, en efecto, tras una breve contracción de los músculos de su espalda y una tensión vertical de toda ella tal un arco recién disparado, hiperbólicamente como un pintoresco suricato, sin aviso previo tensa y destensa, se levantó de su asiento para moverse y marcharse. Mañana había que trabajar.

Epílogo y Actividades. Si se ha entendido la metáfora de la lagartija, aváncese a Lección#3.12. En caso contrario, repítase el ejercicio.




Saludos

Bienvenido al blog, No Mundo e Nos Livros. Espero que te guste, como a mí me gusta saludar a los lectores, a los declarados y también a los anónimos.

Regreso

En unos pocos días que me lleve acabar algunas tareas administrativas estoy de nuevo por aquí.

Edito: Copio un cuento redactado a finales de mes. No tiene revisión, pero de algún modo parece negarme la potestad de filtrarlo.

viernes, 5 de agosto de 2011

Un momento de descanso, de Antonio Orejudo

Cuando estaba a punto de sobrevenir la catástrofe bloguera, o sea, la muy mala ideade ponerme a reseñar el Lector in fabula de Eco o la Semiótica de Julia Kristeva (venga, alegría, que estamos en agosto), mi amigo Juan Antonio me salvó la vida y me regaló un libro. Y como hay que ser agradecido y encima me ilusionó, pues decidí leerlo. Y como me lo acabé en tres (cortas) sentadas, pues la cuarta ha sido una modesta reseña. En general, si queréis saber más de Orejudo y de sus libros, buscad sus trabajos (que enlazaré por aquí antes o despues), porque él sí que sabe de Orejudo, no yo que soy un lector más.

Pues sí, Orejudo. Es la segunda obra que le reseñamos. En este caso se trata de Un momento de descanso, publicado en Tusquets en una buena edición, agradable de leer, que se puede anotar, con la letra grande... Un placer. El libro tiene unas doscientas cuarenta páginas, y me debato entre decir si sale caro o barato: caro porque te lo acabas en menos de dos días, matemático; barato porque te entran ganas de dejárselo a mucha gente.


(Imagen tomada de http://www.que-leer.com)

El libro tiene tres partes, cada una de las cuales tiene una cierta autonomía, aunque participen las tres en el conjunto de la novela (si me pusiera pedante diría que son una tesis, una antítesis y una síntesis hegelianas, pero mejor no lo hago). El argumento no lo voy a desvelar aquí, está claro, y menos tratándose de un libro tan reciente. No sería justo ni con los lectores ni con el escritor. En otros casos no me da pena, pero me parece que aquí no es pertinente. En general, basta saber que trata de las vueltas que da la vida a dos amigos que han sufrido una gran decepción en su relación con la corrupta Universidad como institución, tanto la española como la estadounidense y de su ética ante esa degeneración. Por extensión, los problemas no sólo se quedarán en el trabajo sino que impregnarán también los asuntos familiares.

Un aspecto secundario si se quiere pero que me ha resultado muy curioso es que Un momento de descanso es una novela ilustrada. Esas imágenes resultan tremendamente chocantes, debo decir que cuando empecé el libro no estaba preparado para ellas. En esta obra hay una tensión enorme entre una impresión de realidad (por ejemplo, con esas imágenes y con muchos más recursos del gran despliegue técnico del que hace gala Orejudo) y una válvula de escape cómico-inverosímil. Y de nuevo me muerdo la lengua para no contar nada...

La técnica literaria, decía antes, es algo que el autor domina, sin duda. Los saltos en el tiempo y en el espacio, las narraciones dentro de narraciones, la verosimilitud y la inverosimilitud, los diálogos realistas y los diálogos sobre-realistas (me lo invento: me refiero a esa abundancia verbal que normalmente los escritores se ahorran porque van al grano, a lo significativo para la acción) están presentes cuando y como lo requiere la acción. Mi impresión personal es que a veces Orejudo se gusta si mismo y que, a veces, resulta un poquitín barroco, pero no es esta manipulación de las estructuras narrativas algo que impida la lectura de la novela sino todo lo contrario. Los que hemos leído a Cabrera Infante, por citar a uno, sabemos de qué hablamos; y los que no lo hayan leído, pues mira, ni falta. Eso sí era exhibicionismo y virtuosismo vano; esto es otra cosa.

Debo decir, además, que me pasa una cosa con Antonio Orejudo, y es que es uno de los poquísimos escritores cuyos deus ex machina no sólo no me resultan fastidiosos sino que me encantan, que los deseo (¡o-tro, o-tro!¡Bieeeeen!) y que cuando aparecen me lo paso muy bien y me río y disfruto como un niño; cuando los veo venir, a la primera frase ya pienso "¿Qué se le habrá ocurrido esta vez...?". Y la verdad es que no me defrauda. Quiero creer que no soy una estera o un reptil y que tengo algún sentido del humor, pero lo cierto es que soy más de mirar y sonreír que de reírme a carcajadas, y en la soledad más todavía. Pero con Orejudo no puedo, simplemente me descojono. Es así. Y el final...




Pero tampoco nos llamemos a engaños: Un día de descanso es una novela muy divertida, sí, pero no es una novela cómica. (Ni siquiera Ventajas de viajar en tren lo era). O al menos llamémosla cómico-trágica. Entre chuflas y cachondeos no se puede perder de vista la revisión a la que el autor somete su propio entorno, su vida, su formación, su carrera y también el mundo en que vivimos no sólo los que hemos pasado por la universidad. No soy quizá tan pesimista como él, pero me parecen muy aceptables las conclusiones de su análisis social.

En resumen, una buena novela. Si de algo vale, yo la recomiendo.


PS. Y por supuesto no os perdáis los diálogos en inglés.



lunes, 1 de agosto de 2011

Queens of the stone age. Someone´s in the wolf

Pesadilla

Silencio bloguero, posible Babel

Consciente de que no escribo casi nada últimamente, para aquellos a los que les interese explico que estoy acabando una tesis de máster y que estoy apuntando hacia una tesis doctoral. Por ello el tiempo libresco de mi día a día está desmesuradamente arrumbado hacia el lado de las lecturas técnicas. Esta es la razón de que no escriba: sospecho que a no muchos les interesará mi lectura de la Semántica de la narración de Albaladejo o de Verdad y método (es decir, de lo que entienda de Verdad y método) de Gadamer.

A lo mejor me animo y como ejercicio de liberación pongo algo aquí de ellos. Si lo hago, tenedme paciencia que algún día volveré a la literatura desde la metaliteratura. (Conociéndome, es evidente que alguna lectura breve se va a escapar. Ya miro con ojos golosos el Mario el mago de Mann y las últimas páginas de Anatomía de un instante de Cercas.)

domingo, 24 de julio de 2011

¡Coño, Neuman!

Pues sin palabras que me quedo. ¡Pero bienvenido, vaya!

lunes, 18 de julio de 2011

Bariloche, de Andrés Neuman

Los caminos de la Literatura son inescrutables, o la Literatura (se) escribe con renglones torcidos, o el Autor propone y la Literatura dispone. No se me ocurren más que modismos y expresiones hechas de sumisión irracional al Supremo (que no al dictador de Roa Bastos) para empezar a reseñar Bariloche, la novela de Andrés Neuman. Y esto es por variadas razones.

La primera es íntima y es irracional también. Nada tiene que ver con una mística autor-lector, sino con una sanísima envidia. Andrés Neuman se llama Andrés como yo y tiene la misma edad que yo. Pero claro, no todos los Andreses detreinta y cuatro años escriben tanto y tan bien como Neuman. Se me ocurre, para abismar aún un poco más nuestra diferencia, decir de él que es una bestia de las letras, título que cualquiera que lea esto y que haya siquiera hojeado un poema suyo, recibirá con un cierto reparo; ¡ya dije que yo no soy Neuman! Sus textos son bellísimos y variados, porque escribe de todo, y de todo escribe bien. Me explico: redacta y publica novelas, cuentos, ensayos y poemas. Ahí es nada.

Una segunda razón para mentar lo divino al comienzo de la reseña de un libro tan humano como Bariloche es explicar la extraña manera de haber llegado a él. Un magnífico poeta como José Oscar López, a quien tengo la suerte de haber conocido en algún momento de mi vida que no viene al caso, me dijo un día que echara un ojo a su blog personal. En ese pariente antediluviano (y bastante más ingenuo) de las redes sociales que son las listas de blogs que uno sigue, me llamó pronto la atención una caricatura que no era otra que el icono que dirigía al perfil y al blog de Neuman. Así, del supuesto medio secundario (un blog) pasé al gran medio (el libro, y encima de Anagrama, genial editora, por añadidura). De manera parecida, el argentino-granadino Andrés Neuman pasa en Bariloche del cuento a la novela, y del poema al cuento. ¿Qué es mayor y qué es menor? ¿Cuál es el criterio, el número de páginas? (No quiero recordar cierto sketch de Muchachada Nui sobre Arturo Pérez-Reverte...) Bariloche no llega a las doscientas páginas, y sus capítulos (esto no es un reproche, sino un mero gusto personal) raramente pasan de las dos páginas, cosa que algunos lectores no entendemos o no disfrutamos especialmente pero que en la novela funciona de maravilla. El puzzle hace de gran símbolo de la novela, y cada uno de los capítulos actúa como una pieza dispersa en una vida demasiado fragmentada para poder ser vivida, como para que su dueño logre recomponer el todo (o incluso que éste supere su miedo a hacerlo).

Bariloche es, además, (tercera y última razón), el paraíso perdido de su protagonista, basurero en Buenos Aires -si he entendido bien.- En esta novela, el espacio es importantísimo, y sus pinturas, generosas por lo variado, pero no por que cada una sea demasiado minuciosa, destacan fuertemente. Es una novela con la que los lectores de consumo (aquellos que sólo quieren acción-acción-acción) pueden aprender a disfrutar de una bella descripción. Los espacios son escasos, forzando una cierta claustrofobia inevitable: la casa de Demetrio, el protagonista, el autobús, el depósito de basuras y un corto etcétera. Los espacios del pasado se recuperan con la formación de un puezzle que es a su vez la reconstrucción de la memoria: una imagen simple pero bellísima.
Nahuel Huapí, un espacio importante en la novela. Foto tomada de http://www.guiafe.com.ar

¿Y el tiempo? Pues como el espacio, está quebrado. La mirada existencial de un hombre quebrado, cansado y empequeñecido, salta adelante y atrás en el tiempo, e incluso necesita de varios narradores con varias lenguas (español castellano, español argentino) para poder contar la historia.

Así es que cuando acabé de leerla, dije: ¡milagro! Un pequeño y bello milagro. Una muy buena lectura.




jueves, 23 de junio de 2011

La historia del silencio, de Pedro Zarraluki

Otro de esos libros que se pescan sin haber sido la propia voluntad la causante de su existencia en la biblioteca personal. Es un hecho que me viene sucediendo en tanto que no paso demasiados ratos en la librería (para mí la librería es un sinónimo de Diego Marín, o quizá más bien un hipónimo) el leer discontinuamente, sin muchas referencias y sin ninguna dirección. Así, la siguiente lectura podría ser el Enrique V de Shakespeare o más bien un Rabos de lagartija de Juan Marsé que me dejó amablemente una compañera del trabajo. No he dejado de comprarme novelas: la última fue La muerte de Virgilio, pero debo confesar que su tamaño me asusta; a poco que sea metáfora de su complejidad, apañados vamos. Pero es lo de siempre: el mucho miedo se transforma en mucho amor o en su defecto en mucha guasa o mucho desprecio.




(foto tomada de www.anarodriguezfischer.blogspot.com)



Por este motivo, a veces a las lecturas ocasionales no les damos el valor que tienen. ¿Qué pasa con esta novela de Zarraluki? A falta de unas pocas hojas para acabarla, debo destacar varios de sus puntos fuertes.

El primero es su dibujo preciosista de los personajes. Y digo dibujo porque para mí son más dibujo florentino que pintura veneciana. Sus definiciones y matizaciones generales son muy hermosas. De ellos se hacen descripciones enormes, de una gran calidad literaria. Tal vez menos interesante resulte su devenir novelístico; curiosamente, me ha gustado más qué son que qué hacen.

El segundo es la obsesión de su leitmotiv: el silencio. ¿Puede decirse que La historia del silencio es una novela obsesiva, o hay que concluir que de lo que se trata es de un ensayo novelado, o la novela sobre la redacción de un ensayo? El tercer punto es posiblemente el acertado.

El tercero es la profundización en las ideas. La investigación que altera las vidas de los protagonistas, sobre el silencio mismo, aunque no parezca muy verosímil en principio, acaba siendo mucho más interesante que el propio acontecer de los personajes, que como ya he dicho, aunque interesantes, quedan eclipsados por la sutil y profunda investigación sobre el silencio, que es -pero no sólo- metáfora de la soledad existencial.

La novela está escrita con el suficiente dominio de los mecanismos lingüísticos como para decir abiertamente que tiene un estilo artístico, nada de best-seller. Sin embargo, no se hace farragosa en ningún momento, a pesar de que la impresión de quietud es constante. Pero es una quietud lúcida, y eso se agradece. El buen hacer literario de Zarraaluki permite, como comentaba antes, una democratización de lo reflexivo y de lo especulativo.

Así es que si la encontráis en la bilbioteca de un familiar o un amigo, lleváosla en préstamo -como hice yo-. Y si no, qué narices, es una buena novela con la que vais a tener momentos de introspección muy hermosos.



Verano

Verano

21 de junio de 2006

Hoy es cuando lo tengo anotado: que buscaré a otra, da igual quién, y le devolveré todo el odio que me ha hecho nacer dentro de mí con un único golpe certero, un disparo de francotirador, una respuesta refrenada y morosa en una clase que desconoce cómo contestar la pregunta del profesor iracundo que ha perdido la compostura, un diamante de pocos quilates y muchos cortes que se regala mirando hacia otro lado, hacia el gin tonic que espera en la barra del bar, una presión de fisioterapeuta que hace tronzarse un hueso y después llega el aluvión de endorfinas, o de vuelta al tirador, un artista marcial que en el celuloide no se quita las gafas de sol para, con un único gesto, desarmar, vencer y exterminar sin odio ni piedad al rival.

22 de junio de 2006

Sigo meditando el pequeño detalle de Manuel, en el que no había reparado: quizá no sea justo. Voy a esperar un poco y a tomar una decisión, pero no mucho.


(c) El cuentacuentos




miércoles, 22 de junio de 2011

In the sign of the octopus. The Hellacopters

¡No me puedo resistir!


In the sign of the octopus. The robots

Rock and roll puro y sincero. Eso es todo. ¡Hostias, eso es todo!




You are hereby programmed
by programmed
by programmed

jueves, 16 de junio de 2011

Juan José Millás. La viuda incompetente y otros cuentos

Es totalmente arbitrario esto que a continuación voy a escribir, pero la idea que me dan las novelas -y, por lo que veo, también los cuentos- de Juan José Millás es la de un café, un cigarrillo encendido, unas gafas mitad de pasta y mitad de metal, como las que usaba mi abuelo y las que usaban los intelectuales de los años cuarenta. Los mismos que escribían después de Hiroshima y Nagasaki y Mathausen.





(Imagen de www.elpais.com). Edito: no ando demasiado desencaminado, por lo que veo...


Me imagino a Juan José Millás escribiendo en una libreta. No sé si esto es tonto: seguramente lo haga en casa en su ordenador, con un buen procesador de textos que le permita hacer [CTRL-X] [CTRL-V] y reubicar todo. Más, teniendo en cuenta sus muchísimos compromisos profesionales para con el periódico y con su editora, Alfaguara si no recuerdo mal. Me lo imagino en el café-bar con su cigarro encendido (tampoco sé si D. Juan José fuma), su tacita vacía ya con la mancha seca, de estar casi una hora delante de él ya vacía, con el Moleskine abierto y doblado lleno de tachones, y su mente llena de pájaros, pájaros magníficos y miserables como lo somos las personas. Pájaros urbanos, casi siempre: la ciudad es un microuniverso suficiente: el mundo son las personas, y en la ciudad hay más variedad de la que se puede llegar siquiera a conocer. (Bendita y maldita Madrid.) Me lo imagino escribiendo en una suerte de tedio sabio como el de los maestros, pues Millás conoce el cómo, y regenera sin trauma el qué. (Sin embargo, de esto no estoy seguro: mientras redacto esta entrada, pienso que podrían trocarse estos dos parámetros, y que tal vez Millás conozca profundamente el qué y de vez en cuando, como delicado amante cambie el cómo.)

Al leer este pequeño librito en letra desmesuradamente grande, salido de no sé qué rincón de la biblioteca de mi padre, pienso que a este escritor hay que leerlo. Ninguno de los libros de Millás me ha defraudado. Todos me han hecho pensar. Como con los y las buenos/as amantes, con Millás te ríes al contacto con lo patético y más que con lo patético con lo pequeño. Es un inventor de una enorme imaginación, cosa que hoy día no es muy habitual: le encantan los supuestos-premisas a partir de los que empezar a fabular. Atentos a la jugada:

El adúltero compró para su mujer un secador de pelo y para su amante una liga roja, pero debido a una confusión inexplicable, puso en el árbol de Navidad de cada una el regalo de la otra. La esposa, que hacía footing y jugaba al tenis creyó que la liga era una de esas cintas que usan los deportistas para recoger el sudor de la frente, y la estrenó ese mismo día por la tarde, para salir a correr. La amante...

Así empieza "El secador y la liga", el segundo cuento del volumen. Es un comienzo tremendo.

Los cuentos de Millás, como sus novelas, huelen a realidad, a tristeza de la existencia, a vacío, a sinsentido (y podemos preguntar: "¿Por qué sigues escribiendo, Juan José, si esto no vale dos pimientos?"), a búsqueda inevitable y a consuelo raquítico (y podemos responder por él, a lo mejor acertando: "¡Aaaah, es que es lo que hay, lo único que hay!"). No son lo que más me ha gustado de cuanto he leído de él. Creo que construye las novelas con una cadencia magnífica, y que la concentración de significados que necesita un cuento no le es tan innata como la morosidad que usa en sus novelas, aunque tanto en estos relatitos como en las estampas comentadas que redacta en El País en los dominicales -si bien en ocasiones fuertemente políticas, porque a nadie escapa que Millás es fuertemente político- en cien palabras escribe toda una filosofía, pero tal vez no un mundo de ficción.

Una buena lectura, para quien pueda encontrarlo. Y, qué narices, para quien no lo consiga, que busque El orden alfabético, que es aún mejor.