Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

lunes, 24 de octubre de 2011

La escafandra y la mariposa, de Julian Schnabel

Por lo menos tres personas diferentes me han animado en las dos últimas semanas a que me acerque al cine a ver El árbol de la vida. Se han quedado entre intrigadas y fascinadas por un cine que no cuenta historias. ¿Es eso posible? Pues sí.

Terrence Malick es el mismo director de La delgada línea roja, una película narrativa, que contaba una historia, pero que en determinados momentos abandonaba esa necesidad de comunicar hechos para volcarse en la necesidad de comunicar ideas y sentimientos, incluso sólo estéticos. Esto ya ha sucedido en otras películas, en muchas otras. Se me viene a la cabeza una película depreciada por muchos y alabada por otros que es La fuente de la vida, que también contaba con una importante parte de su metraje de esta manera. Esto, que el viejo Eisenstein llamaba cine-poesía, en contraposición con el cine-novela, es un género (o supergénero) que fue devorado por su hermano mayor todopoderoso, el cine como relato de sucesos.

Pues bien, la película que se me ocurre comentar, o más bien sugerir, esta mañana, es un ejemplo de cine-novela con numerosos fragmentos de cine-poesía, y se llama La escafandra y la mariposa en honor a una novela que cristaliza la historia que Julian Schnabel, su director, decide contarnos. Hace unos años, al parecer, un importante periodista de una revista de modas, sufría un accidente que le dejaba absolutamente invalido (incapaz de mover todo su cuerpo) pero sin pérdida de inteligencia. Digo todo pero no es exactamente así: podía mover uno de sus ojos y parpadear. (Y es escalofriante que salvo en las retrospectivas de la película, el actor que representa al protagonista sólo mueve el ojo izquierdo). Y de ahí la idea de ese "síndrome de reclusión".



Es una película bella, íntima, preciosa, llena de reflexiones personales, de hermosos momentos, sin concesiones a los extremos. Está plagada de imágenes evocadoras, como por ejemplo las de las metáforas de la mariposa y de la escafandra, pero también de planos expresionistas y angustiados. La visión en primera persona, la cámara subjetiva que se desenfoca como la mirada pobre del protagonista, tiene un valor narrativo (pero también lírico) extraordinario, las miradas al final de las faldas que nunca podrá sino anhelar, a los paisajes que configuran una nueva vida contemplativa, los comentarios en off de un personaje al que sólo una logopeda da una pequeña esperanza de comunicación... Es de una belleza, y me reitero, extraordinaria. Y si alguien quiere empezar por el cine-poesía, podría ser una buena manera de iniciarse.




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