Los murmullos de la anciana

Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

sábado, 26 de noviembre de 2016

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez

A mis alumnos les gusta leer cuentos, pero no les gusta escribir fichas sobre sus lecturas. ¿Escribo sobre un cuento o qué hago? Porque no puedo describir los protagonistas de todos...", me reclaman. Son adolescentes: los adolescente siempre reclaman. Yo les contesto que los aspectos concretos los contesten sobre su cuento favorito, y los generales sobre todo el libro.

Reseñar cuentos no es fácil. Yo hablaría solo sobre "La hostería", que es uno de los relatos que más me impactó. Se trata de un cuento extraño sobre lo desconocido y lo inexplicable a todos los niveles, a ver qué es más desconocido y más inexplicable, si las incoherencias del mundo no percibido (como si el mundo fuese una gran noche, viviésemos y viésemos bajo unos focos pero oyéramos ruidos más allá de la luz) o las incoherencias de la vida familiar o las incoherencias de las amistades o los afectos o las incoherencias que suceden de la piel para adentro en una adolescente. Verdaderamente bueno. Y el segundo, o sea, lectura del libro en una sentada.

Pero luego me quedo dudando de si mejor hablaría sobre "El chico sucio", el primero, y su vertiente social, quebradora de hipocresías pero siendo de nuevo un cuento sobre el desconocer.

Ansiedad por desconocer. Eso es. ¿O no?

Y no decir nada sobre "Los años intoxicados", uno de los mejores cuentos punk o uberpunk que he leído, también sería faltar a la verdad, con la explicable e inexplicable fuente del nihilismo de los adolescentes y jóvenes. Solo cuando se es joven o se recuerda cuando se fue joven (pero se recuerda sin máscaras, sin pinturas de hoja de parra) se entiende este cuento.

"La casa de Adela" me dio un poco de asco, así que no voy a comentarlo. Tal vez eso es un mérito literario, si se piensa bien.

El relato que quizá menos despertó mi intereés fue "Pablito clavó un clavito". "Tela de araña" recupera el tono, y aunque la metáfora es bastante obvia, me gustó. La verdad es que en estos cuentos me gusta mucho como el horror es la vida misma.

"Nada de carne sobre nosotras" es otro cuento sobre el fetichismo, como "Pablito..." pero más hacia un ex-ser humano (una calavera) que hacia un pseudo-ser humano. Yo lo interpreto como una mirada sobre la anorexia. Porque los cuentos de Enríquez son fantásticos, pero no son escapistas. Nos hablan sobre nosotros, no sobre el hombre del saco. Son cuentos escritos para conocernos y para cambiar el mundo, también.

"El patio del vecino" es una pasada. Simple y llanamente.

"Bajo el agua negra" es otro cuento genial, que dice todo sin decir nada. ¡Y ya he dado muchas pistas!

Con "Verde rojo anaranjado" tenemos otra mirada sobre lo inexplicable real, sobre la soledad y la retirada del mundo hacia el firmamento de Internet. Y de nuevo sobre casos que existen. Realismo interrogante, me gustaría etiquetar este libro, como hacen los grandes críticos y como juegan a hacer los héroes de Bolaño. ¿Bolaño como referencia?

Y "Las cosas que perdimos en el fuego", otro relato salvaje sobre el desviado, o loco, placer de la inmolación aplicado a la trágica desigualdad de géneros. Nótese que trato de camuflar como puedo todas las sorpresas narrativas de la autora, que son muchas. Muy sutilmente, pero se ve que a la escritora no le disgustan los grandes finales. Algo de Poe puede haber en estos cuentos. Pero en su discontinuidad, en su auscultación del mundo, también veo a Cortázar. Obviamente, son referencias muy sencillas. Quizá porque me encantan, en cuanto leo algo que me gusta mucho, o veo a Poe, o veo a Chejov o veo a Cortázar. Miopía, nada más.

Entonces no acabo haciendo reagrupamiento, ni conclusión, no abstraigo caracteres generales del libro de cuentos de Mariana Enríquez. "Predicar en el desierto", por lo que veo. O "en casa de herrero, cuchillo de palo". Alumnos mosqueados y reclamadores, siempre reclamadores. Qué le vamos a hacer, cuánta falsedad entre las autoridades de nuestra engranada sociedad humana. Cuántas cosas que no sabemos...






domingo, 20 de noviembre de 2016

La hermandad de la uva, de John Fante

La hermandad de la uva, de John Fante


Me sonaba el nombre de John Fante. Cuando uno se interesa por cualquier cosa, algunos nombres gravitan sobre las conciencias sin que se sepa mucho sobre ellos, el consabido "me suena, y no sé de qué". Pues a mí me sonaba John Fante, y no sabía de qué.

La hermandad de la uva ha sido el título elegido. Una novela. Mis lecturas se han hipertrofiado en la narrativa, es un hecho. Pierdo el hilo de la poesía, que hace unos años retuve con mucho más interés que los relatos. Y no tengo paciencia para el ensayo. Y es una lástima, porque cualquier novela, en el fondo, es un ensayo travestido, y una novela buena es la que, para mí, contiene pasajes líricos: a casi todas se los reclamo.

La hermandad de la uva está muy bien escrita. Su argumento es el desarrollo de una extraña prueba autoimpuesta por un personaje execrable (un mal marido, putero y violento, un mal padre, egoísta y sádico) a sí mismo y a su hijo, el protagonista del relato, que acaba siendo un trasunto del propio Fante. Una prueba tal que construir un ahumadero con setenta y tantos años, pico, pala y mortero, con las consecuencias para la salud que ello conlleve.

Contiene algunos fragmentos de una belleza especial, en los que Fante contrapuntea la llaneza realista de un relato familiar de provincias con algunas miradas valerosas que rompen con el argumentario de lo moralmente correcto. Los ancianos amigos del anciano albañil italoamericano no atesoran sabiduría, son solo carcasas inútiles a la espera de la muerte. El protagonista, escritor entrampado e hijo del anterior, es un cínico, un mentiroso, un fraude. Sus hermanos son un bochorno, que prefieren escuchar un partido de los Giants (o el equipo de baseball que sea, vaya) antes que acudir al hospital a ver a su padre moribundo. No hay amor, solo aprovechamiento; o quizás sí lo haya, puesto que en la novela de Fante se regresa a los mismos lugares con miradas diferentes, y nada es lo que se afirma en primer término. O sí, bien pensado, sí... y tal vez solo dependa de si es par el número de veces que se regresa a la misma ridícula Ítaca. Aquí no encontramos la obsesión monolítica de Petrarca, sino una veleidad posmoderna. Lunar. Líquida, que dirían algunos.

(Mención especial a la madre del protagonista. ¡Vaya personaje!)

Antes de dispersarme, líquido también yo, mencionaba los fragmentos de divergencia. Pero hay también otros fragmentos de divergencia diferentes, que, además, son arrebatos líricos maravillosos. De esos que uno encuentra mutilados, sacados de su sitio y citados sin referencia a su autor. No sé si en otras novelas de este mismo escritor también los encontraré pero estoy seguro de que voy a buscarlos. El humor no es uno de ellos, que está presente en casi todas las páginas. Humor ocurrente y divertido, y bruto.

Algunos amigos me han recomendado otros títulos de este autor. Si leer es un duelo perdido con uno mismo y con los demás, siendo los demás concebidos como un todo único que por peso -a los puntos y al ko- siempre vencen al yo, entonces debo tener algún tipo de pulsión masoquista lectora -bastante común, por otra parte- pues me encanta que mis amigos me superen en lecturas, que me superen y que me ninguneen enseñándome sus mapas del tesoro.

Me sonaba, no sabía de qué, y a día de hoy sigo sin saberlo. Pero ya sé por qué me gusta.




sábado, 23 de julio de 2016

Por ahora

Que este blog se llevo con más o menos poco cariño no es una novedad, y puede corroborarse con el alto volumen de mentiras y promesas incumplidas. En el mes anterior, o a comienzos de este, ya no recuerdo, hice algunas en las anteriores dos entradas, después de mucho tiempo sin escribir nada. Y tuvo repercusión especial en ni más ni menos que Islas Mauricio: el mes pasado hubo muchas entradas localizadas en Islas Mauricio. Normalmente no hago ningún seguimiento de ello, pero por curiosidad esta tarde he echado un ojo. Esto de Internet nunca dejará de sorprenderme.

Actualmente estoy leyendo A la busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y Los endemoniados, de Dostoievski, a unas cincuenta páginas al día para que no se me mueran en las manos. He comenzado un club de lectura con los amigos de mi pareja (que también son mis amigos) con un título que aún está por elegir pero que no se deslizará mucho de los límites de la novela contemporánea. También leo una colección de relatos de mi amigo Pedro López que se llama Narraciones extraordinarias (y otras no tanto), autor de creeloquequieras.blogspot.com que es un blog donde sube maravillosos microrrelatos (y algún relato extenso más, pero principalmente micros y también artículos y reseñas) y La Galla Ciencia, revista poética que se redacta en Murcia pero que cada vez tiene un alcance más grande. Ayer leí dos números que me faltaban de Estela, una saga de comics de ciencia ficción que lleva muchos años publicándose. De comics voy a intentar meter mano también al arco que John Buscema dedicó a Conan y a Belit en Marvel, tres años de su vida y también de la del personaje (La reina de la costa negra).

Me encanta leer. No me encanta lo demás.




viernes, 10 de junio de 2016

Respeto

Respect to New York, respect to London (Tim Armstrong)

Cuando convoco un grupo de lectura, un pequeño club entre amigos, aquellos a quienes más me gustaría tener a mi lado para iluminarme con sus ideas sobre esos textos sobre los que me gustaría tanto compartir impresiones, ideas, nociones acaso, habitualmente me fallan. No quieren. Rehúsan. Se niegan. Se plantan en bastos. Que no, coño, que no.

¿Es esto a lo mejor un mea culpa después de tantos años de esnobismo? ¿Es lícito el esnobista adjetivo esnobista? Y los juicios... ¿Dónde quedan los juicios en todo esto? Y lo más importante, ¿por qué mis amigos no han querido leer ningún libro conmigo?

El tiempo ha pasado. Mirar universitarios/as es ya ver a gente de otra generación, y perteneciente a otro mundo, bellos alienígenas. Así pues, pasado el tiempo en el que también yo fui de Marte puedo pensar en cómo la cosa cambió.

En el respeto. Fundamentalmente cambió en el respeto.

Respeto a quienes leen poco tiempo, muy poco. No respeto tanto a quienes no leen absolutamente nada, o no desean leer, o no desean poder leer nada.

Respeto a quienes pasean bellos por las soleadas costas de la lectura, que no se sumergen, ni venden su casa para volverse marineros, pero reservan en su corazón un huequito para aquellas vacaciones que pasaron una vez en Macondo o junto a Holden Caulfield.

Respeto a quienes leen por primera vez algo, como a quienes aman por primera vez a alguien. Ya todo se volverá más gris, y ellos más miopes (si bien, en el mundo de las letras los colores brillan ligeramente más).

Respeto a quienes saben más de libros que yo y no han estudiado más de libros que yo. (O no han estudiado nada de libros; a esos los respeto más que a ninguno).

Respeto a quien leyó Macbeth pero no leyó todo Shakespeare. Respeto a quien leyó Shakespeare y le desbordó tanto que tuvo que decirlo a unos y a otros. Supongo que si lo hubiera hecho yo, también sería así de incontinente, si es que eso es ser incontinente y no mera justicia.

Respeto a los escritores de Facebook cuando me hacen inspirar con fuerza. No tanto si lo que escriben me parece malo o muy malo.

Respeto a quienes no tienen los mismos gustos que yo y no quieren tenerlos, pero siguen hablando conmigo sin evangelizarme. De ellos he aprendido a no evangelizarlos tampoco yo.

Respeto los juicios muy minoritarios. Ya no me parecen chaladuras. De hecho, defenderlos ya implica el rechazo de los demás. Y los respeto más si además están argumentados, no por necesidad judicial, sino por aprecio a mi capacidad intelectual.

Respeto los juicios muy mayoritarios. Ya no me parecen banalidades. De hecho, defenderlos ya implica el rechazo de los mejores. Y los respeto más si además están argumentados, no por radiación de colmena, sino por aprecio a mi capacidad de disensión.

Respeto a los que no dejan de leer. El mundo fuera de los libros vale la pena solo a ratos, solo en ciertos momentos, y solo bajo ciertas luces.

Así que ahora que cierro este mea culpa que no es tal en realidad -o sí, respetemos a los lectores hermeneutas- podría ser que a lo mejor quienes nunca quisieron leer conmigo me acepten para tomar un café y una tarta mientras hablamos de los libros que leímos.




lunes, 6 de junio de 2016

Palabras sin tiempo, pero bastante temporales

¿Y si vuelvo a escribir algo, ahora que precisamente menos tiempo tengo para ello? ¿No sería otra necia paradoja del palabrerío? ¿Por qué nos apetece más hablar cuando menos podemos hacerlo, y mejor cuanto más romos tenemos el filo?

Qué cosas, ¿no?

Pues puedo empezar por algunas lecturas, es siempre una manera como otra de poner en marcha la maquinaria de la vieja fábrica. He escrito para tratar de publicar pero también he leído.

He leído unos cuantos libros.

La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides.
Poesía completa, de Carlos Barral.
Pureza, de Jonathan Franzen.
Impaciencia del corazón, de Stefan Zweig.
Número cero, de Umberto Eco.
Habla con Medusas, de José Daniel Espejo.
Mirando al suelo, de Francisco Béjar.
La rubia de ojos negros, de Benjamina Black.
La encantadora de Florencia, de Salman Rushdie.

Menos que otros años. Creo incluso que olvido algún libro. Voy a dar un vistazo a la biblioteca, a ver si recuerdo algún título más. Y en cuanto sea posible trataré de decir alguna cosa de cada uno, impresiones y nada más. Ya será volver a hablar, qué menos.



sábado, 18 de abril de 2015

Pantalla

Pantalla

Desde la ventana se oía el ruido de la pelea. Gritos y latigazos de carne en carne, o hueso en hueso, porque las otras combinaciones eran sordas. Sonaban a adolescentes por sus voces aún no redondas. Con suerte, no llegarían muy lejos. Pero con los chicos nunca se sabía. Cuando acabaron, quince minutos después, cogió la correa del perro y el perro, la basura, el tabaco y una rebeca. Salió a la calle, las pantuflas en los pies.



martes, 3 de febrero de 2015

Metamorfo

Metamorfo

 A Juan de Pablos


La noche era fría, y la faringitis era insistente. La velada iba a ser rala, y los diálogos previsibles. Las bebidas eran excitantes, y la compañía rutinaria.

El locutor dijo que la canción era suntuosa.

La noche se hizo suntuosa, y el viaje de vuelta suntuoso. La ciudad solitaria se hizo suntuosa, y la noche suntuosa. Y la vida también, cuatro o cinco minutos, se hizo suntuosa.



miércoles, 3 de diciembre de 2014

A la rutina indiscernible

Un poemario siempre a medias


5. A la rutina indiscernible

Siempre odiada, siempre culpada,
origen de todos los males del hombre moderno,
alienante perversora de las conciencias,
dando cuna a las ansiedades y a la fuga de la felicidad,
y también bálsamo de los terrores al mañana
de los hombres que no saben lo que quieren, ahí tú, la rutina.

Siempre odiada, siempre culpada,
origen de todos los males del hombre moderno,
alienante perversora de las conciencias,
dando cuna a las ansiedades y a la fuga de la felicidad,
y también bálsamo de los terrores al mañana
de los hombres que no saben lo que quieren, ahí tú, la rutina.

Siempre odiada, siempre culpada,
origen de todos los males del hombre moderno,
alienante perversora de las conciencias,
dando cuna a las ansiedades y a la fu




viernes, 11 de julio de 2014

La noche feroz, de Ricardo Menéndez Salmón

A mitad de la lectura de Moby Dick, para descansar de los capítulos documentales sobre los balleneros de Nantucket, empecé una novela de Menéndez Salmón que se llama La noche feroz.

Ricardo Menéndez Salmón es un autor que me resulta especialmente grato. Si no equivoco las cuentas este es el quinto libro que leo de él, después de la trilogía del mal (La ofensa, Derrumbe, El corrector) y de La luz es más antigua que el amor, novela que descubrió a este autor para mí y que llegó de manos de mi amigo Juan Antonio López Ribera, que me ha descubierto tantos y tan buenos escritores españoles contemporáneos. Con la cantidad de libros pertenecientes a distintos autores que a a los lectores ansiosos y picaflores, como yo, nos gusta leer, este es un dato que hay que tener en cuenta, no por nuestra (mi) calidad como dichos lectores, puesto que la expreiencia de cada uno, solo a cada uno vale, sino por el hecho, extraño en sí, objetivamente hablando.

La novela trata sobre una búsqueda de presuntos culpables de un crimen hacia una niña, centrado en la perspectiva de un maestro (aunque no sólo seamos testigos de esta, sino que llegaremos a las visiones del mundo de otros personajes también. Se desarrolla en Asturias, en la España de la guerra civil y tiene algunos otros personajes también muy interesantes (el maestro, los fugitivos, el padre Aguirre,...), más por lo que son que por lo que hacen en el relato, o en todo caso, caracterizados por unas pocas -poquísimas- acciones puntuales, o incluso singulares líneas de diálogo.

Las novelas de Menéndez Salmón que he leído suelen ser breves, y sus capítulos son efímeros fogonazos, imágenes congeladas de momentos puntuales de la historia. Si el autor llega a leer -que no creo- esta mini-reseña, espero que no se enfade si a sus criaturas literarias las comparo con un juego de niños de “une los puntos”. Con la peculiaridad de que sus puntos son destellos puros, fogonazos, soles, estrellas... Y por tanto, cuando unes la línea, tienes tanto blanco en los ojos que caminas ciego hacia el siguiente punto. Cada capítulo de La noche feroz ciega con metáforas aterradoras, aterradoras porque son un espejo que no acaramela la realidad. No es una prosa costumbrista ni un naturalismo farragoso, sino que es una escritura donde un solo detalle, por ejemplo, en las descripciones, crea todo un ambiente. (Lo físico, de cualquier modo, suele ser apoyo de lo metafísico o al menos de lo reflexivo). Su adjetivación es sorprendente. Es una prosa realmente cuidada. Quién sabe si los originales de estas novelas no son de trescientas páginas antes de pasarles el tamiz que las convierte en algo tan concentrado.

Muy lejano de la cosmovisión cómica, para mí Menéndez Salmón es un trágico, un creyente en el fatum más triste de todos, que es la oscuridad del ser humano.

Muy interesante. Muy buena novela.

lunes, 30 de junio de 2014

Lecturas 2013-14

Como no quería dejar pasar el año sin hacer una breve reseña de los libros que he leído -más que nada por ejercitar un poco la memoria y traerme al presente los buenos momentos que me dieron- he decidido reunirlas todas en una misma entrada en lugar de subir quince entradas de golpe, cosa que no tiene mucho sentido en un blog. Estas reseñitas no tienen un gran trabajo de estilo: por si no gusta mucho su expresión, pido disculpas de antemano.

(1. Tu rostro mañana, de Javier Marías)
Una de las lecturas más interesantes que hice a principios de este año fue la seudotrilogía Tu rostro mañana. Y digo seudotrilogía porque realmente no lo es. Es una sola -muy extensa- novela, publicada en tres fragmentos por equivocadas razones editoriales. De ahí que si alguien empezó con la primera parte y esperó una pequeña conclusión según se iba acercando el final de sus páginas (bueno, en mi caso porcentaje de lectura del ebook), se llevó un chasco. Y si alguien se compró la segunda parte sin la primera, se le debió quedar cara de tonto al no entender nada debido a que las claves de lo leído ya estaban escritas en otro lugar.

Tu rostro mañana es una maravillosa novela escrita con el característico tempo ultralento de Marías, donde el argumento es realmente lo de menos y lo de más, la serie de reflexiones e ideas que van surgiendo al hilo de ese mínimo argumento (un exprofesor universitario que al separarse de su mujer se marcha a Inglaterra y allí es reclutado por un servicio secreto). Dichas ideas pueden expresarse como monólogos mentales o como diálogos entre personajes, aunque cada intervención de cada personaje pueda durar varias páginas.

La novela entera es un cántico a la hermenéutica, a la interpretación, a la mirada que puede errar o a la que no se le permite ser errada, una elegía por una verdad que ya no existe más que como algo bronco e impuesto. Es un tema, barroco, que me gusta mucho. Otros temas que a mí también me han gustado han sido los juegos de la traducción -que es todo un ámbito de la interpretación, claro está, la atribución de sentido-. Las frases más contundentes, propias y de otros, se retoman y se varían y se miran desde todos los ángulos. Al final volver a leer una frase aparecida trescientas páginas atrás acaba siendo tan emocionante como si uno se volviera a encontrar con Edmundo Dantés.



(2. Eclipse, Imposturas, Antigua luz, de John Banville)
La trilogía de John Banville me llegó de rebote. Me regalaron Los infinitos, de John Banville, y al menos cuatro personas la disfrutamos. (Me gusta tanto dejar libros -para luego poder hablar sobre ellos- que lo sigo haciendo aunque algunos ya no hayan regresado). Regalé a mi madre un libro llamado Antigua luz. La portada y el título, y sobre todo el autor, ya valían la pena, incluso sin saber nada más de él. Y con el tiempo lo pedí prestado. Y resultó ser la tercera parte de una trilogía. Me ha pasado en más casos de lo normal, pero es lo que sucede cuando te niegas a leer contraportadas o sinopsis. Encontrar los otros dos libros me resultó bastante complicado, sobre todo Eclipse: un libro que tiene unos diez años y era imposible comprarlo en ninguna parte. Al final, por préstamo interbibliotecario lo conseguí reenviado de Guadalajara a la Biblioteca Nacional de Madrid.

Eclipse es extraño, no augura nada bueno. Es un libro que causa inquietud, aunque no sabes exactamente por qué. Hay una Rebeca de Hitchcock (para los que no lo sepan, Rebeca es un personaje de la película Rebeca del que se habla constantemente y creo recordar que no aparece en la película) que es la hija del protagonista, que tiene un problema mental que desestabiliza mucho al lector. Y a la luz rota de una casa familiar semiabandonada, el protagonista, un gran actor de teatro recién retirado con un ego del tamaño del universo, a punto de separarse de su mujer... (No sigo). El argumento es bueno, la novela engancha aunque no tiene intriga. No es la falta de conocimiento de los hechos lo que motiva a seguir leyendo, sino las dudas sobre los tumbos que darán los personajes lo que hace seguirlos en esa casa materna semiabandonada.

Imposturas es una novela par en una trilogía, y lo demuestra. El protagonista ahora es el hombre que ha acompañado -o inconscientemente motivado- la huida de la hija de Alexander Cleave, el actor. Es genial, realmente enorme, la elección del personaje: un teórico literario de los años setenta sobre la teoría de la deconstrucción (no se menciona explícitamente pero parece que podría ser), tipo Derrida, Kristeva, etc. Quién mejor que alguien así para protagonizar la novela. Pero es que su propia vida es el robo de la vida de un amigo muerto en la guerra. Trata sobre la falsedad, el engaño, la imposibilidad de conocer la verdad porque la verdad no existe, es todo construcción.
Es una novela emocionante y muy dolorosa. Se pasa mal, cuidado.

Antigua Luz es el regreso a Alex Cleave, concretamente a su infancia, a su enamoramiento y sus semanas de amor con la madre de su mejor amigo. ¿Qué pinta un escarceo tipo El Graduado en todo esto? Pues que no estoy hablando de qué hay detrás de toda esta serie de novelas... Si lo hiciera entonces le veríais sentido, y mucho.

Fueron tres lecturas inolvidables.

(4. Ángeles del infierno y Bélver Yin, de Jesús Ferrero)
Ángeles del infierno fue un libro que saqué de la biblioteca junto con Imposturas. Devolví uno de Rodrigo Fresán sin leer por leer este y lo lamento. No me dijo nada: estaba lleno de tópicos y de estilizaciones vacías -para mí vacías- que no entablaron diálogo conmigo y con mi visión del mundo en ningún momento. Me hacía ilusión leer algo del autor de Bélver Yin y por eso lo cogí. Meses después -y una feria del libro después- cogí el libro por el que debía haber empezado y me dijo lo mismo: nada. Pero al menos me gustó más su escritura, más vacía, más humeante, más sugerida. Hay un exceso de sugerencia y una carencia de realidad en esta novela, pero es que hay que entender que Bélver Yin se publica en 1981. La sociedad ha cambiado, y hoy como novela ese exotismo sin nada más es un valor a la baja.






(5. El villorrio, de William Faulkner)
Una novela difícil. Vaya que si lo es. El señor Faulkner es un poeta metido a -gran- novelista. Sus frases son preciosas. A todo el mundo le he comentado mi epifanía lectora del capítulo central de la novela, que se trata de un viaje épico, gigantesco, de un deficiente mental para poder beneficiarse a gusto a la vaca de su vecino. (Para los morbosos: esto sólo se sabe por un comentario que le hace un personaje a otro como cuarenta páginas después; y que nadie me venga con lo de excusatio non petita...) Es una novela llena de personajes hieráticos maravillosamente planos que no se pueden olvidar, como Eula, los Snopes, el maestro, Jody, … La disfruté y bien.





(6. En legítima defensa, poetas en tiempos de crisis, de VVAA)
En legítima defensa es una antología publicada por Bartleby y subtitulada “poetas en tiempos de crisis”. Junto con un poemario de un escritor mexicano que ahora no recuerdo, los compré un día que tenía hambre de poesía, que marché sin ideas preconcebidas a Diego Marín y estuve charlando con A. Paniagua sobre las traducciones de unas décimas (¿o eran sextinas?) en el fondo de Expo libro. Es un gran compendio de poetas, más jóvenes, más veteranos, cada uno de los cuales contribuye con un poema. Los hay con un estilo llano, casi prosaico o directamente prosaico y los hay simbólicos o herméticos. Con la lectura de este libro y con la de la revista La galla ciencia he ido perfilando cuál es el tipo de poesía que más placer me proporciona, y es aquella que no es prosaica pero que no expresa sentimientos ni ideas complejos. Me gusta que la idea sea rotunda y que la palabra sea susurro.





(7. El arrabal de Cannery y Dulce jueves, de John Steinbeck)
Frente a El villorrio de Faulkner, surgió la lectura de John Steinbeck y sus dos novelas: El arrabal de Cannery y Dulce jueves. (Conste que de nuevo empecé por el segundo libro). Son novelas amables, cervantinas, parece estar uno junto a Rinconete y Cortadillo escuchando historias de historias. Con no ser lo mejor de Steinbeck, se leen con gran placer porque sus personajes son interesantes, pero sus espacios lo son aún más, o al menos están a la misma altura. Es imposible no imaginárselas como cine norteamericano, parece uno estar viendo, qué se yo, al John Wayne de las comedias. La genialidad del escritor hace que, de cuando en cuando, hablando de Mack el cuchillos (Bertolt Brecht), se descuelgue comentando a François Villon, por poner un ejemplo. Otras dos que recomiendo a cualquiera que necesite una sonrisa.








(8. De vuelta del mar, de Robert Louis Stevenson)
Los poemas de R. L. Stevenson, en selección y traducción de Javier Marías, me decepcionaron un poco, la verdad. Tiene algunos buenos versos, muy buenos, pero no termina de cerrar poemas. Veo que siempre, a mi gusto, les sobran versos, o retórica, o alguna imagen demasiado formal. Esperaba más, o esperaba otra cosa. Pero no ha sido una mala lectura, en absoluto. La traducción sin embargo, en edición bilingüe confrontada, da gusto, es enorme.







(9. El jardín de cemento, de Ian McEwan)
El jardín de cemento es una de las primeras novelas de Ian McEwan, un escritor al que yo conocía por Sábado. A un amigo le regalé Chesil Beach y a otro Solar; un día volverán a mí para que pueda leerlas (¿soy el único que regala libros sin haberlos leído?). El señor McEwan es un agudo traficante de ideas. No es tan brillante con las palabras como otros escritores cercanos a él en edad y formación (Banville, por ejemplo; Martin Amis es aún deuda literaria) pero sí lo suficiente como para dejarnos anonadados. Esta, que es una de sus primeras novelas, es realmente sórdida, a pesar de lo cual se lee sin parar hasta el final. A veces te das cuenta de que te estás deleitando poco en bellos pasajes, ¡pero es que quieres más! En El jardín de cemento, el espíritu adolescente e infantil es el tema que absorbe al escritor para darnos sus cuatro personajes (la novela no llega a tener veinte, y acaso diez importantes, y lo mismo habría dado para una obra de teatro del tipo La señorita Julia, posiblemente el nombre de ella sea un homenaje al texto de Strindberg) con todas sus miserias y sus bellezas. Ando buscando la película que filmaron porque Charlotte Gainsbourgh como Julie es un auténtico éxito de casting.





(10. Hablar solos, de Andrés Neuman)
Neuman es uno de mis escritores favoritos. Me gusta mucho cómo narra, cómo se identifica menos con los personajes de sus novelas que con las personas que han pensado, hecho o sentido lo que sienten, hacen o piensan los personajes de sus novelas -quizá lectores, quizá él mismo, quizá terceros-. La suya es una inteligencia empática. Por eso cuando uno lee Hablar solos, novela donde tres monólogos se entrecruzan (de una madre, un padre y un hijo, en mitad de unas circunstancias dolorosas), no se puede casar con ninguno de ellos aunque estos mantengan diferencias profundas. Es una novela preciosa, posiblemente la que más se me haya clavado, porque contra lo que algunos piensan, los que estudiamos y enseñamos profesionalmente la literatura no nos mantenemos siempre en la torre vigía, distanciados, interesados por el libro sólo como texto y como objeto o como algo formal, sino que muchas veces también ponemos nuestro mundo y reímos y lloramos con los seres que desfilan y bailan por delante de nuestros ojos.



(11. Secretos a voces, de Alice Munro)
La premio Nobel Alice Munro me dejó frío. Sí: es una escritora de interiores; sí: es chejoviana y cervantina; sí, domina la técnica narrativa. Pero su libertad escritora rompe tanto con las convenciones que al final no puedes quitarte la protección de dejar pasar el tiempo y a ver qué sucede en el libro. Te expulsa, te impide que entres al diálogo con ella, es “demasiado libre”. Secretos a voces tiene páginas muy buenas en medio de un laberinto de narraciones del que no sabes salir y que por tanto no te deja admirar desde un poco ed perspectiva. O eso me sucedió a mí. Será que estoy viejo.



(12. Solaris, de Stanislav Lem)
Leí Solaris, el libro que no existe, para pagar una deuda con un cliente de El corte inglés al que dije, mientras me hacía fastidiosamente buscar su libro en la base de datos y mientras mis compañeros se llevaban todas las jugosas comisiones de ventas de esas navidades en que triunfaba El señor de los anillos por la película de Peter Jackson, que ese autor no existía.
- ¿No existe? ¿Cómo que no?
-Pues no. Le habrán dado mal el nombre. Lo siento. Adiós.
El karma cósmico tiende a aplanarse, y por eso, una vez en un instituto de Extremadura, cuando pedí que mis alumnos trajeran a clase como libro de lectura obligatoria La isla del tesoro, en lugar de hacer el pedido a la editorial, el librero les contestó lo mismo que yo dije un día sobre el libro de Lem.
¿Y de qué trata? Pues de un océano-planeta que es un colosal ser vivo y que es mucho más inteligente que un ser humano. Con el problema de la incomunicación y las elucubraciones. Algunas páginas son muy farragosas, pero en general no es una mala novela, y llega a tener en vilo al lector. Algunos personajes son -en el mal sentido de la palabra- algo dostoievskianos, y los monólogos interiores son bastante cuestionables, pero no es una mala lectura, para nada.






(13. Onithsa, de J. M. G. Le Clezio)
Onitsha, de J. M. G. Le clezio, no me gustó. Me aburrí bastante leyéndola. No sabía qué leía, si una novela poscolonialista, o una novela de aventras, o de iniciación, o new age o qué carajo era eso. Las páginas del niño y de su madre Mahu, muy bien. Las de la búsqueda del grial (el lugar donde aposentar a su pueblo) de la reina nubia fueron mediocres. Muchos personajes quedan a medio dibujar. No me gustó mucho, y no tengo clara la actitud de este autor con respecto al problema del postcolonialismo, cada vez más creo que es pintoresquista, que no tiene una aproximación sincera al fenómeno africano.



(14. La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina)
Esta novela del escritor Antonio Muñoz Molina fue un fenómeno de lectura importante. Al adquirirla, resultó que me llevé a casa una cosa inmanejable, con letra pequeña y muchas páginas. Fue uno de los motivos para comprar un ebook. Además, y este es el segundo fenómeno que ahora comentaré, se dio hasta niveles muy elevados, el fenómeno del robo literario. Un libro te roba tu atención que estaba depositada en otro libro, y así dejas un libro a medias para coger otro. Lo hago mucho. Con La noche de los tiempos me pasó hasta páginas avanzadas, al menos la mitad del libro. Es decir, que a mitad de lectura empecé otras lecturas a mitad de las cuales empecé otras lecturas. Es criminal.

El caso es que el libro está muy bien escrito, con la habitual técnica narrativa de Muñoz Molina, que es amplia, y seudo-novela la vida de Pedro Salinas y su historia de amor con “la americana”. Pone cara a muchos personajes que son (solo) leyendas de los libros de historia e historia literaria y sirve para ajustar cuentas a otros como Alberti que no salen muy bien parados. Y sirve para mostrar claramente el republicanismo democrático de Muñoz Molina. Bien, muy bien, muy recomendable.



(15. El catolicismo explicado a las ovejas, de Juan Eslava Galán)
Se trata de un ensayo humorístico contra las religiones en general y contra el catolicismo en particular. No está nada mal, y lo mismo sirve para despertar una sonrisa que una reflexión, pero en ocasiones se vuelve pesado de tan prolijo y porque en otras repite las mimas ideas y así pierden frescura cómica.






(16. Todos los hermosos caballos y En la frontera, de Cormac McCarthy)
La trilogía de la frontera, de Cormac McCarthy está a mitad. He leído el primer libro, simplemente maravilloso, y estoy a mitad del segundo. Lo he dejado a medias, sinceramente me costaba bastante leerlo: con un léxico abrumador y no estando en la mejor de las situaciones me fui a lecturas más satisfactorias e inmediatas.

(17.Poesía. Ártico, de Juan de Dios García)
Y allí estaba la poesía. Si algo ha tenido de especial este año de lecturas ha sido la conquista de la poesía. Anteriormente respetaba ese archigénero, ese tercio de la división tripartita que, en palabras de mis alumnos, contiene “obras que no acaban los renglones”. Aparte de su primera impresión (yo les intentaba seguir el razonamiento para que le encontraran sentido al hecho poético, y al final alguno pudo comprender el concepto de ritmo, no voy a quitarme medallas innecesarias), yo compartía con ellos un cierto respeto y un cierto miedo. Había leído bastantes poemarios pero la experiencia al final acababa siendo un tour de force en el que algunos largos ratos se justificaban solo por pequeños momentos. Y sin embargo, llegaron Juan de Dios García, José Oscar López, La Galla Ciencia, Poetas en tiempos de crisis -la antología de Bartleby) y En resumidas cuentas, de José Emilio Pacheco. Y con ellos llegó mi lápiz.

A día de hoy creo que leer poesía -para mí- es otra cosa si se hace con un lápiz. Esto es, tomando notas, escribiendo impresiones, recuerdos, glosando, acabando, criticando, elogiando. Es otra cosa absolutamente diferente. No se puede ser un lector pasivo de poesía. Es mi opinión de lector novato de versos. Que a mis treinta y siete años ya me vale.

Los poemas de Ártico, de Juan de Dios García, fueron escuchados en el museo Ramón Gaya de la boca de su escritor, y después de nuevo ante mis alumnos de Literatura universal en el instituto. Estos se quedaron cuando la última hora ya había acabado para hablar con su escritor. Eso es algo que yo no he visto en años. Pero es que Juan de Dios se expresa fenomenalmente bien, y con menos palabras, dice más cosas. Su poesía es igual. Glosa con pocas palabras e imágenes (aunque bien escogidas, ni afectadas ni vulgares) sentimientos muy complicados. A ambos, a mis alumnos y a mí, nos encantó oír el poema de la “Academia general del aire” una vez más. Las referencias a Malcolm McLaren a ellos se les quedan en el aire. A mí, no. Mi favoritos son “Traicionado”, “Decadencia” y “Carteles”, pero los disfruto igual casi todos, con esos endecasílabos imposibles y elegantes.





(18. Los monos insomnes, de José Oscar López)

He oído varias veces a José Oscar López, recitar, porque lo conozco y aunque lo frecuente poco lo puedo llamar amigo. Este año nos sorprendió con Los monos insomnes, un libro de cuentos. Durante un tiempo seguí su blog como ejemplo de qué me gustaría escribir si hiciera un maravilloso blog poseyendo varios talentos (filosófico, literario, musical, plástico). Yo milito en las filas de “un blog de andar por casa”, así que mi blog, este blog, no se parece en nada al de José Oscar (aunque ya me gustaría a mí, ya). Y una de las cosas que más me gustaba, junto con los poemas y los dibujos (que son una pasada que debería ir a un libro) eran los microrrelatos, porque sabía captar el momento. De ahí, pasar a relatos de treinta páginas podía ser arriesgado: conservar la tensión y prolongarla no es nada fácil. Pero José Oscar lo consigue. Su primer cuento sobre John Holmes es grandioso como... bueno, si interesa que se busque en el propio cuento, y el segundo, “El universo es un jardín a nuestro paso”, aún mejor. “El armiño telépata” es otro de mis favoritos. No voy a mentir diciendo que me vuelven loco todos y cada uno de los cuentos del libro, pero sí puedo decir que tres o cuatro de ellos son fenomenales, fuera de lo común, y brillan a una altura digna de esos autores que publican para Alfaguara y les hacen tiradas de decenas de miles de libros.








(19. La galla ciencia, VVAA)

Una revista preciosa que se llama La galla ciencia también me ayudó a aprender a disfrutar de verdad la poesía. Las revistas incluyen muchos poemas unidos por vínculos que pueden ser muy evidentes -bio-bibliográficos, temáticos- o más sutiles -estilísticos, retóricos-. Los poemas de La galla ciencia eran una sorpresa: páginas y páginas -88- de autores para mí desconocidos que hablaban mi lengua y la usaban para explicar mi mundo. Fue un descubrimiento. Ahora que estamos de vacaciones buscaré más revistas poéticas y animaré a la publicación del segundo número de La galla (sabéis todos los que leéis esto del juego de palabras del nombre, ¿no?). Y también estuvieron los poemas que antes he comentado, de Stevenson, los de la antología temática de poetas contra la crisis y una larga y hermosa antología de Constantinos Cavafis.







(20. Obras completas, Constantinos Cavafis)
El poeta griego, si se lee por encima, parece un frívolo empedernido, siempre hablando de amores y de cuerpos y de placeres, pero es cierto que en su poesía late un pulso de elegía que no se puede esconder, y que cada uno de los verbos que escribe en tiempos de pretérito es más nostálgico que el anterior. Ítaca lo conoce todo el mundo. El resto de sus poemas, supuesta prosa cargada de reminiscencias helenísticas y a la vez atemporales, está a la altura de la gran reputación de su autor.






(21. Moby Dick, de Herman Melville)
Moby Dick es la novela que estoy leyendo ahora. Mi amigo Juan Antonio propuso un juego-club de lectura al que llamó “el clásico gordo del verano”. Este año, para inaugurar una buena tradición, vamos a hacerlo no con un libro sino con dos, y los que caerán serán Tristram Shandy y Moby Dick. El año que viene leeremos otras literaturas que no sean anglosajonas. Por el momento, lo que más me llama la atención, además de la mirada del narrador testigo, es la idea del viaje como metáfora de la muerte voluntaria. Una atracción suicida por el vacío.






(22. Nada que perder, de Alfredo Félix-Díaz)
Es un extraño libro, extraño para mí, pero es que mi referente real soy yo y por ello me tengo que dar alguna importancia. Cualquiera que lea esto puede opinar de modo distinto. Los poemas de Félix-Díaz o me emocionan o me resultan estúpidos. No me deja término medio. Pero claro, si unos pocos poemas ya valen, el libro ya vale. Así que considero que saltando páginas o deshojando el libro fue una gran experiencia, nacida también de la tarde de hambre poética en que compre la antología de Bartleby. 




(23. Cuentos, de R. M. Rilke)
En una web de descargas encontré los cuentos de Rilke. No conociéndolo mucho (sólo había leído los Sonetos a Orfeo, con una dificultad que llega a la altura de su belleza), me resultó tan interesante el hecho, a lo mejor el viejo mito filológico de leer algo que casi todos desconocen, el Henry Jones que llevamos todos los filólogos dentro, que decidí empezar a leer. No es por el “total, es gratis” que me puse, porque el tiempo nunca es gratis, y cada lectura que se hace o no se hace es una elección sartreana desde el momento en que somos conscientes de que no lo podremos leer todo. Pero me dije que sería interesante y empecé.

Craso error. Los cuentos son predecibles, no están bien acabados, son muy modernistas, en resumidas cuentas, tienen un aspecto y también un fondo absolutamente anticuado, y no permiten el mínimo diálogo con el lector. En resumen, un error. Todos los tenemos. Pero me sirvió para reflexionar sobre las lecturas extraídas de internet. En general no estoy a favor de la piratería si bien yo mismo he copiado archivos de texto, de cine y de música en ocasiones. También estoy en contra del coste abusivo que tienen dichos bienes culturales que impiden su popularización. Las bibliotecas no son la solución salomónica: intenté ver, en su día, la serie Perdidos tomándola en préstamo de la Biblioteca Regional y fueron muchas las semanas que tuve que esperar para conseguir el capítulo siguiente, que luego resultaba estaba estropeado y no se podía ver. Creo que el almacenamiento, el disfrute y la posesión de los bienes culturales son conceptos que tienen que ser redefinidos o al menos todos los agentes implicados en ellos -, creadores, consumidores, productores, intermeciarios- deben sentarse a hablar sin prejuicios.



(24. Loup garou, de R. B. Russell)
Es una novela corta interesante, sorprendente desde el punto de vista formal. La ciencia ficción y los géneros no realistas tienen mucho que decir. Para mí no son subliteratura. Lo es cualquier literatura de mala calidad, poca originalidad y nulo diálogo ideológico con el lector.




(25. Isaac Asimov, Yo robot)
Con Solaris y Loup garou (American gods de Neil Gaiman está recién empezada por recomendación de mi amigo Pedro López (creeloquequieras.blogspot.com.es), y hay que darle aún unas páginas más para poder decir algo de ella) ha sido la tripleta de novelas fantásticas y de ciencia ficción que he leído este año. Es una novela de inventio y sorprendentemente de dispositio, en términos retóricos. En términos cristianos, es una novela donde las ideas son muy originales y que se exprimen hasta sus últimas consecuencias. Pongamos por caso que Isaac Asimov se inventa un par de premisas -existen los robots y están programados con tres máximas ordenadas acerca de su interacción con los seres humanos-. Pues en la novela lo que hace es ordenar una serie de relatos, contados por una vieja científica -robopsicóloga- a un periodista en los que los relatos van jugando con diferentes posibilidades basados en esas tres leyes de los robots. Es un enorme “y si...” construido muy inteligentemente. Por desgracia la lengua no siempre acompaña, pero quizá unas cosas compensen otras.









(26. Trilogía del mal: La ofensa, Derrumbe, El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón)
A mí este escritor me apasiona. Creo que aLa ofensa es una novela tan absorbente... y El corrector, de la vida propia a los aviones del 11S... Yo las recomiendo de todas todas. Es tremendo.

A día de hoy, con Neuman, es mi escritor español favorito, no entendiendo que eso sea una liga menor -criterio cuantitativo-, sino que es un escritor que comparte espacio, tiempo y cultura conmigo -criterio cualitativo. Estas tres breves novelas quitan el hipo, cortan la leche y dejan sin palabras. Sus ideas son afiladas y precisas, y van de lo sensorial a lo abstracto con pasaje de ida y vuelta: su autor es filósofo, y eso se nota. Suelen tratar sobre la dignidad humana.



(27. El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño)
Me reía con uno de los escritores (vivos) de esta lista con el que tengo la suerte de, de tanto en tanto, cruzarme un par de tweets, preguntándole qué pasaba con Bolaño, qué es lo que le pasaba. Le argumentaba que a mí los gauchos como que me importaban tanto como el polvo se que se posa en el coche de mi vecino, o sea nada. Pero que me había leído dos veces seguidas el primer largo cuento de la colección homónima. A día de hoy sigo sin saber cuál es el misterio Bolaño. No sé qué me gusta en él, pero es abrir su primera página de un libro, el que sea -bueno, sólo he leído dos... Por ahora- y ya me ha raptado. El cuento del ratón policía Pepe el tira es simplemente producto de un genio.



Y por aquí voy a cortar. Es una larga entrada y supongo que habré aburrido a quien haya llegado hasta acá. Mis disculpas, pues. Trataré en lo sucesivo de reactivar este blog con un poquito de material breve, poemas quizá y reseñas algo más cortas de las que redactaba antes.


Gracias por la lectura.