Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

sábado, 26 de noviembre de 2016

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez

A mis alumnos les gusta leer cuentos, pero no les gusta escribir fichas sobre sus lecturas. ¿Escribo sobre un cuento o qué hago? Porque no puedo describir los protagonistas de todos...", me reclaman. Son adolescentes: los adolescente siempre reclaman. Yo les contesto que los aspectos concretos los contesten sobre su cuento favorito, y los generales sobre todo el libro.

Reseñar cuentos no es fácil. Yo hablaría solo sobre "La hostería", que es uno de los relatos que más me impactó. Se trata de un cuento extraño sobre lo desconocido y lo inexplicable a todos los niveles, a ver qué es más desconocido y más inexplicable, si las incoherencias del mundo no percibido (como si el mundo fuese una gran noche, viviésemos y viésemos bajo unos focos pero oyéramos ruidos más allá de la luz) o las incoherencias de la vida familiar o las incoherencias de las amistades o los afectos o las incoherencias que suceden de la piel para adentro en una adolescente. Verdaderamente bueno. Y el segundo, o sea, lectura del libro en una sentada.

Pero luego me quedo dudando de si mejor hablaría sobre "El chico sucio", el primero, y su vertiente social, quebradora de hipocresías pero siendo de nuevo un cuento sobre el desconocer.

Ansiedad por desconocer. Eso es. ¿O no?

Y no decir nada sobre "Los años intoxicados", uno de los mejores cuentos punk o uberpunk que he leído, también sería faltar a la verdad, con la explicable e inexplicable fuente del nihilismo de los adolescentes y jóvenes. Solo cuando se es joven o se recuerda cuando se fue joven (pero se recuerda sin máscaras, sin pinturas de hoja de parra) se entiende este cuento.

"La casa de Adela" me dio un poco de asco, así que no voy a comentarlo. Tal vez eso es un mérito literario, si se piensa bien.

El relato que quizá menos despertó mi intereés fue "Pablito clavó un clavito". "Tela de araña" recupera el tono, y aunque la metáfora es bastante obvia, me gustó. La verdad es que en estos cuentos me gusta mucho como el horror es la vida misma.

"Nada de carne sobre nosotras" es otro cuento sobre el fetichismo, como "Pablito..." pero más hacia un ex-ser humano (una calavera) que hacia un pseudo-ser humano. Yo lo interpreto como una mirada sobre la anorexia. Porque los cuentos de Enríquez son fantásticos, pero no son escapistas. Nos hablan sobre nosotros, no sobre el hombre del saco. Son cuentos escritos para conocernos y para cambiar el mundo, también.

"El patio del vecino" es una pasada. Simple y llanamente.

"Bajo el agua negra" es otro cuento genial, que dice todo sin decir nada. ¡Y ya he dado muchas pistas!

Con "Verde rojo anaranjado" tenemos otra mirada sobre lo inexplicable real, sobre la soledad y la retirada del mundo hacia el firmamento de Internet. Y de nuevo sobre casos que existen. Realismo interrogante, me gustaría etiquetar este libro, como hacen los grandes críticos y como juegan a hacer los héroes de Bolaño. ¿Bolaño como referencia?

Y "Las cosas que perdimos en el fuego", otro relato salvaje sobre el desviado, o loco, placer de la inmolación aplicado a la trágica desigualdad de géneros. Nótese que trato de camuflar como puedo todas las sorpresas narrativas de la autora, que son muchas. Muy sutilmente, pero se ve que a la escritora no le disgustan los grandes finales. Algo de Poe puede haber en estos cuentos. Pero en su discontinuidad, en su auscultación del mundo, también veo a Cortázar. Obviamente, son referencias muy sencillas. Quizá porque me encantan, en cuanto leo algo que me gusta mucho, o veo a Poe, o veo a Chejov o veo a Cortázar. Miopía, nada más.

Entonces no acabo haciendo reagrupamiento, ni conclusión, no abstraigo caracteres generales del libro de cuentos de Mariana Enríquez. "Predicar en el desierto", por lo que veo. O "en casa de herrero, cuchillo de palo". Alumnos mosqueados y reclamadores, siempre reclamadores. Qué le vamos a hacer, cuánta falsedad entre las autoridades de nuestra engranada sociedad humana. Cuántas cosas que no sabemos...






domingo, 20 de noviembre de 2016

La hermandad de la uva, de John Fante

La hermandad de la uva, de John Fante


Me sonaba el nombre de John Fante. Cuando uno se interesa por cualquier cosa, algunos nombres gravitan sobre las conciencias sin que se sepa mucho sobre ellos, el consabido "me suena, y no sé de qué". Pues a mí me sonaba John Fante, y no sabía de qué.

La hermandad de la uva ha sido el título elegido. Una novela. Mis lecturas se han hipertrofiado en la narrativa, es un hecho. Pierdo el hilo de la poesía, que hace unos años retuve con mucho más interés que los relatos. Y no tengo paciencia para el ensayo. Y es una lástima, porque cualquier novela, en el fondo, es un ensayo travestido, y una novela buena es la que, para mí, contiene pasajes líricos: a casi todas se los reclamo.

La hermandad de la uva está muy bien escrita. Su argumento es el desarrollo de una extraña prueba autoimpuesta por un personaje execrable (un mal marido, putero y violento, un mal padre, egoísta y sádico) a sí mismo y a su hijo, el protagonista del relato, que acaba siendo un trasunto del propio Fante. Una prueba tal que construir un ahumadero con setenta y tantos años, pico, pala y mortero, con las consecuencias para la salud que ello conlleve.

Contiene algunos fragmentos de una belleza especial, en los que Fante contrapuntea la llaneza realista de un relato familiar de provincias con algunas miradas valerosas que rompen con el argumentario de lo moralmente correcto. Los ancianos amigos del anciano albañil italoamericano no atesoran sabiduría, son solo carcasas inútiles a la espera de la muerte. El protagonista, escritor entrampado e hijo del anterior, es un cínico, un mentiroso, un fraude. Sus hermanos son un bochorno, que prefieren escuchar un partido de los Giants (o el equipo de baseball que sea, vaya) antes que acudir al hospital a ver a su padre moribundo. No hay amor, solo aprovechamiento; o quizás sí lo haya, puesto que en la novela de Fante se regresa a los mismos lugares con miradas diferentes, y nada es lo que se afirma en primer término. O sí, bien pensado, sí... y tal vez solo dependa de si es par el número de veces que se regresa a la misma ridícula Ítaca. Aquí no encontramos la obsesión monolítica de Petrarca, sino una veleidad posmoderna. Lunar. Líquida, que dirían algunos.

(Mención especial a la madre del protagonista. ¡Vaya personaje!)

Antes de dispersarme, líquido también yo, mencionaba los fragmentos de divergencia. Pero hay también otros fragmentos de divergencia diferentes, que, además, son arrebatos líricos maravillosos. De esos que uno encuentra mutilados, sacados de su sitio y citados sin referencia a su autor. No sé si en otras novelas de este mismo escritor también los encontraré pero estoy seguro de que voy a buscarlos. El humor no es uno de ellos, que está presente en casi todas las páginas. Humor ocurrente y divertido, y bruto.

Algunos amigos me han recomendado otros títulos de este autor. Si leer es un duelo perdido con uno mismo y con los demás, siendo los demás concebidos como un todo único que por peso -a los puntos y al ko- siempre vencen al yo, entonces debo tener algún tipo de pulsión masoquista lectora -bastante común, por otra parte- pues me encanta que mis amigos me superen en lecturas, que me superen y que me ninguneen enseñándome sus mapas del tesoro.

Me sonaba, no sabía de qué, y a día de hoy sigo sin saberlo. Pero ya sé por qué me gusta.




sábado, 23 de julio de 2016

Por ahora

Que este blog se llevo con más o menos poco cariño no es una novedad, y puede corroborarse con el alto volumen de mentiras y promesas incumplidas. En el mes anterior, o a comienzos de este, ya no recuerdo, hice algunas en las anteriores dos entradas, después de mucho tiempo sin escribir nada. Y tuvo repercusión especial en ni más ni menos que Islas Mauricio: el mes pasado hubo muchas entradas localizadas en Islas Mauricio. Normalmente no hago ningún seguimiento de ello, pero por curiosidad esta tarde he echado un ojo. Esto de Internet nunca dejará de sorprenderme.

Actualmente estoy leyendo A la busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y Los endemoniados, de Dostoievski, a unas cincuenta páginas al día para que no se me mueran en las manos. He comenzado un club de lectura con los amigos de mi pareja (que también son mis amigos) con un título que aún está por elegir pero que no se deslizará mucho de los límites de la novela contemporánea. También leo una colección de relatos de mi amigo Pedro López que se llama Narraciones extraordinarias (y otras no tanto), autor de creeloquequieras.blogspot.com que es un blog donde sube maravillosos microrrelatos (y algún relato extenso más, pero principalmente micros y también artículos y reseñas) y La Galla Ciencia, revista poética que se redacta en Murcia pero que cada vez tiene un alcance más grande. Ayer leí dos números que me faltaban de Estela, una saga de comics de ciencia ficción que lleva muchos años publicándose. De comics voy a intentar meter mano también al arco que John Buscema dedicó a Conan y a Belit en Marvel, tres años de su vida y también de la del personaje (La reina de la costa negra).

Me encanta leer. No me encanta lo demás.




viernes, 10 de junio de 2016

Respeto

Respect to New York, respect to London (Tim Armstrong)

Cuando convoco un grupo de lectura, un pequeño club entre amigos, aquellos a quienes más me gustaría tener a mi lado para iluminarme con sus ideas sobre esos textos sobre los que me gustaría tanto compartir impresiones, ideas, nociones acaso, habitualmente me fallan. No quieren. Rehúsan. Se niegan. Se plantan en bastos. Que no, coño, que no.

¿Es esto a lo mejor un mea culpa después de tantos años de esnobismo? ¿Es lícito el esnobista adjetivo esnobista? Y los juicios... ¿Dónde quedan los juicios en todo esto? Y lo más importante, ¿por qué mis amigos no han querido leer ningún libro conmigo?

El tiempo ha pasado. Mirar universitarios/as es ya ver a gente de otra generación, y perteneciente a otro mundo, bellos alienígenas. Así pues, pasado el tiempo en el que también yo fui de Marte puedo pensar en cómo la cosa cambió.

En el respeto. Fundamentalmente cambió en el respeto.

Respeto a quienes leen poco tiempo, muy poco. No respeto tanto a quienes no leen absolutamente nada, o no desean leer, o no desean poder leer nada.

Respeto a quienes pasean bellos por las soleadas costas de la lectura, que no se sumergen, ni venden su casa para volverse marineros, pero reservan en su corazón un huequito para aquellas vacaciones que pasaron una vez en Macondo o junto a Holden Caulfield.

Respeto a quienes leen por primera vez algo, como a quienes aman por primera vez a alguien. Ya todo se volverá más gris, y ellos más miopes (si bien, en el mundo de las letras los colores brillan ligeramente más).

Respeto a quienes saben más de libros que yo y no han estudiado más de libros que yo. (O no han estudiado nada de libros; a esos los respeto más que a ninguno).

Respeto a quien leyó Macbeth pero no leyó todo Shakespeare. Respeto a quien leyó Shakespeare y le desbordó tanto que tuvo que decirlo a unos y a otros. Supongo que si lo hubiera hecho yo, también sería así de incontinente, si es que eso es ser incontinente y no mera justicia.

Respeto a los escritores de Facebook cuando me hacen inspirar con fuerza. No tanto si lo que escriben me parece malo o muy malo.

Respeto a quienes no tienen los mismos gustos que yo y no quieren tenerlos, pero siguen hablando conmigo sin evangelizarme. De ellos he aprendido a no evangelizarlos tampoco yo.

Respeto los juicios muy minoritarios. Ya no me parecen chaladuras. De hecho, defenderlos ya implica el rechazo de los demás. Y los respeto más si además están argumentados, no por necesidad judicial, sino por aprecio a mi capacidad intelectual.

Respeto los juicios muy mayoritarios. Ya no me parecen banalidades. De hecho, defenderlos ya implica el rechazo de los mejores. Y los respeto más si además están argumentados, no por radiación de colmena, sino por aprecio a mi capacidad de disensión.

Respeto a los que no dejan de leer. El mundo fuera de los libros vale la pena solo a ratos, solo en ciertos momentos, y solo bajo ciertas luces.

Así que ahora que cierro este mea culpa que no es tal en realidad -o sí, respetemos a los lectores hermeneutas- podría ser que a lo mejor quienes nunca quisieron leer conmigo me acepten para tomar un café y una tarta mientras hablamos de los libros que leímos.




lunes, 6 de junio de 2016

Palabras sin tiempo, pero bastante temporales

¿Y si vuelvo a escribir algo, ahora que precisamente menos tiempo tengo para ello? ¿No sería otra necia paradoja del palabrerío? ¿Por qué nos apetece más hablar cuando menos podemos hacerlo, y mejor cuanto más romos tenemos el filo?

Qué cosas, ¿no?

Pues puedo empezar por algunas lecturas, es siempre una manera como otra de poner en marcha la maquinaria de la vieja fábrica. He escrito para tratar de publicar pero también he leído.

He leído unos cuantos libros.

La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides.
Poesía completa, de Carlos Barral.
Pureza, de Jonathan Franzen.
Impaciencia del corazón, de Stefan Zweig.
Número cero, de Umberto Eco.
Habla con Medusas, de José Daniel Espejo.
Mirando al suelo, de Francisco Béjar.
La rubia de ojos negros, de Benjamina Black.
La encantadora de Florencia, de Salman Rushdie.

Menos que otros años. Creo incluso que olvido algún libro. Voy a dar un vistazo a la biblioteca, a ver si recuerdo algún título más. Y en cuanto sea posible trataré de decir alguna cosa de cada uno, impresiones y nada más. Ya será volver a hablar, qué menos.