Le debía mucho a Rafael Chirbes, aunque él no lo sepa, o no se acuerde, o nunca haya significado nada para él. Quizá no recuerde que una vez vino a Mérida y que allí estuvo hablando a unos chicos de bachillerato, más de literatura que de lengua, y más de lengua que de matemáticas. Y quizá tampoco recuerde que tras la charla en el IES Albarregas dos profesores de ese instituto de secundaria lo invitaron a comer, con dinero del instituto, o de la Consejería, o de la Junta, o del ministerio. No mucho, porque tampoco comimos de lujo; no logro recordar si incluso lo hicimos de menú, pero para no volver el recuerdo demasiado pintoresco diré que no, que hasta pedimos de la carta. Pero seguramente cada comensal no le costó a quien quiera que pagase mucho más de doce o quince euros. Como escribí unas líneas arriba, los comensales éramos tres: una profesora encantadora y nada explosiva, ni en su manera de expresarse ni en su manera de pensar, pero con seguridad mucho mejor que cualquier rotunda estrella; un profesor atontado y joven, capaz de renunciar a una baja anual porque le había cogido cariño a los alumnos de su grupo; y un enorme escritor que no vendía demasiado.
Rafael Chirbes era el escritor; el nombre de la jefa del departamento lo callo porque no tengo su permiso (ni la negación de éste, se entiende) para hacerlo; el joven tonto soy yo. Aunque ya no soy joven. Pero un poco tonto sigo siendo. Rafael Chirbes era el escritor que había hablado de ética y del valor del hombre ante un montón (más bien una montonera) de jóvenes hormonados que sin embargo callaron para oírlo bien, porque lo que decía era bueno y se intuía importante. Y quien le escuchaba, también era yo. Y quien en la comida preguntaba si al otro le gustaba escribir era Rafael Chirbes. Y quien contestaba era yo. El mundo al revés.
Debía mucho a Chirbes, porque ese fue un día mágico, de esos que no se olvidan.
(Imagen del blog soloplumas.blogspot.com)
Y para pagárselo me hice con una novela suya, La buena letra. Y la leí.
La buena letra es una novela de susurros. No sé si bebe del Pedro Páramo en ese aspecto, pero es impresionante la lectura de una novela corta en microcapítulos de una página. En cada página sucede algo, algo cambia para siempre, cambios que parecen lampedusianos pero que no lo son, sino que suturan mal una herida que la vida ha dejado en los protagonistas.
Los protagonistas de la novela son supervivientes de la guerra civil. No es una novela que transcurra durante esta, sino que se centra en la supervivencia de los años de la posguerra, los cuarenta y los cincuenta, años que mis familiares me han contado una y otra vez pero que sólo puedo vislumbrar con una cierta claridad en novelas como la que acabo de leer. Quiero leer la novela de Muñoz Molina sobre la guerra, y saber qué tal. Me entran ganas de saber si en extensión logra lo que ésta en intensión; si lo hace, será mucho.
En la novela no hay una gran historia, en absoluto. Está la historia de una vida muy vulgar, pero narrada de una manera muy personal, que nos hace pensar en la gran generosidad del novelista que puede considerar cada vida como algo único. Decía Hemingway que antes de empezar a escribir una novela que trasncurría en un pueblo (refiero de memoria), escribía una ficha o relato sobre cada uno de los habitantes de ese pueblo (y que muchos, claro está, nunca serían llevados a la novela final). Chirbes parece sentir ese mismo amor sincero por la humildad.
Los personajes son un yo y un tú, de los cuales sólo circunstancialmente se conoce su nombre. Es una novela-discurso de la soledad que un yo dirige a un tú que difícilmente lo leerá, con un narrador bien definido y un narratario que también al final de la novela será esbozado. Algunos de ellos (por ejemplo la "mis") son memorables; cómo la narradora entiende por una dialéctica hegeliana que nunca podrá ser su amiga es un capítulo precioso, realmente bello.
La novela trata de ser ordenada, no habiendo por tanto grandes saltos temporales en el discurso; sin ella delante, no estaría seguro de decir que sea totalmente lineal, pero la verdad es que así es como la recuerdo. Lógicamente, narrada empezando desde el final y saltando al principio, momento desde el cual se progresa linealmente hacia el final-principio.
El tono es absolutamente sobrio. Hasta las metáforas, pocas pero dolorosas, son sobrias. Los sentimientos sí se pueden comunicar, o al menos Chirbes sí sabe cómo hacerlo. Tal vez algunos poetas necesiten cientos de versos, pero Rafael Chirbes resuleve ese problema en escasas cien páginas. Sentimientos, que hay que decir, no se alejan de los márgenes de una desesperanza existencial y una alegría temerosa. Pero, ¿para qué más? La concisión es impresionante en esta novela.
La buena letra es una novela magnífica. A mí me ha impactado bastante. Ojalá la hubiera leído en aquel entonces, pero como dije, antes era joven y tonto. Y ahora, ya sólo...
1 comentario:
Suena bien, viejo.
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