La segunda novelita con la que traicioné mi lectura de El viajero del siglo fue El museo de la inocencia, un libro de Orhan Pamuk de unas seiscientas páginas apretadas de letra pequeña que volvía a uno fanfarrón con la lectura con algunos capítulos -que no todos- breves y fácilmente asequibles. ¿Antes de comer un minuto suelto? Capítulo al buche. ¿Dos minutos con el coche en un atasco? Capítulo al buche. Y así sucesivamente, hasta que uno se da de bruces con capítulos de setenta páginas que le hacen recordar que la lietratura no es un camino de rosas y que como todo arte es en realidad de una exigencia feroz, un lobo disfrazado de caperucita, droga de la que no sube, sólo evita el decaimiento.
El museo de la inocencia es una gran novela que se merecería una mejor reseña que estos diez minutos que esta mañana le puedo dedicar. Y se merecería sin lugar a dudas un mejor reseñador. Se trata de una bella y extensa novela radicada en el Estambul de los años setenta, ochenta y noventa. La ciudad tiene un peso extraordinario, no diré que es el segundo personaje sino que es el tercero del trío amoroso. Los otros dos, Kemal y Füsun mantienen con ella una relación apasionada y duradera hasta el final del relato. De la ciudad se nos describen a lo largo de todo el libro -no solo en los capítulos iniciales, como un decorado cualquiera- sus calles, sus barrios, sus edificios, sus chiquillos, sus personas, su manera de vestir, de pensar, de comportarse con respecto a otros turcos, su acercamiento y alejamiento con Europa en debate permanente, su opinión crítica con respecto a la virginidad de las mujeres, etc.
El libro -es el segundo que leo de Pamuk, e intuyo que va a ser una constante- bebe de Borges y de Pascal en su inmovilismo. Los libros de Pamuk gozan en encontrar una situación metafísica, detenida aunque artificialmente, y demorarse allí todo lo que sea posible. El lector tiene que poder disfrutar de lo que le dan. La novela de Pamuk a veces parece un poco En busca del tiempo perdido o lo que yo he leído de la obra de Proust (el primner tomo, y me gustó, aunque nunca encuentro el tiempo para seguir con los demás): no avanza, se demora con placer en las comidas en casa de Füsun durante páginas y páginas.
Los personajes son grandiosos, son una maravilla, y el cariño con el que el narrador -el mismo Pamuk- no los juzga sino que deja que ellos se expresen y el lector pueda juzgarlos libremente si así desea hacerlo merece una mención particular. Yo creo que algunos estaban equivocados. Pero todos ellos tienen sus motivos y su personalidad peculiar que los lleva a hacer lo que hacen. ¡Qué difícil es hablar en clave, incluso si la novela -esta novela- no es una novela de intriga!
Como comentario especial, dejaré esta web
Y lo explico: resulta que el título de esta obra es -y no desvelo nada- viene del hecho de que el protagonista, Kemal Bey, ha abierto un museo en el que guarda objetos que hayan tenido relación con su vida con Füsun en Estambul (el trío, no se desdeñe nunca la ciudad) y el autor ha aprovechado y ha hecho lo mismo en la realidad con objetos que hayan tenido que ver con la ciudad en estas décadas. Debe ser una maravilla. Otra razón más para viajar a esa seductora ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario