Es curioso que, considerándome un lector decente, con una cantidad de lecturas a mis espaldas considerable, con una cultura mínima (nótese cómo no hable de ser un gran lector, contar con una amplia nómina de lecturas ni gobernar una cultura suficiente, de donde todo cae en mi desdoro), pueda decir que hasta la fecha no había leído un libro de la tendencia literaria del Nouveau roman. Todo se debe probar en la vida, salvo lo irreversible, que nos haría perder el deseo de su consecución, en muchas ocasiones más denso que la consecución misma.
Pues en este insoportable libro, puro ejercicio de estilo y nada más, adelgazable hasta las veinte páginas, conque probéis un poquito os bastará. Muy bien a ese simbolismo de parvulitos para las ciudades que marcan el eje de la novela (se trata de un viaje en tren de París a Roma): nos imaginamos París de un color grisáceo-funcionario y Roma radiante de belleza, dioses paganos y sol. Muy bien a ese estribillo obsesivo: "el piso de hierro recalentado" reaparece en torno a las cincuenta ocasiones en las primeras cincuenta páginas. Muy bien a la erudición del escritor, que se conoce a la perfección todas las galerías de arte, calles y museos de Roma... Pero el libro se cae de las manos. Al que escribe esta reseña le resulta insufrible. Chispazos de ingenio verdaderamente buenos perdidos en un cenagal de estilo. Ya lo decía el bueno de Sábato.
Pues eso, que si estabais pensando en leer esta obra, no os pongáis demasiado cómodos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario