En estos días en los que otras tantas cosas que hacer, muchas de las cuales no son poesía en estado bruto, ni siquiera prosa, ni siquiera lenguaje, o pensamiento, en estos días, decía, en que no he escrito nada, al menos voy a usufructuar las palabras de otros. Y es que, si no puedes escribir, al menos debes leer. (Aunque para Borges, al parecer, sería al contrario: si no puedes leer, entonces habrá que escribir.)
Vengo leyendo teatro estos días. Leí la Ópera de cuatro cuartos y ahora estoy a mitad de El círculo de tiza. Hoy en el trabajo no dejaba de buscar espacios solitarios para poder seguir con mi libro. Es de una belleza tal, con la sencillez de su lengua, la pureza de sus personajes -moral, lingüística- de sus personajes falibles y humanos, que apabulla. Hacía mucho tiempo que no me veía a mí mismo en medio de una obra de teatro. ¿Y esto cómo sería? ¿Y esto cómo lo representaría yo? ¿Y qué cara tendría este personaje? ¿Y en el cine cómo se podría hacer esto? Y en eso se me pasaban las horas huidas. Si Bertolt Brecht lo supiera, se habría reído. El primer Bertolt Brecht me lo hubiera explicado. El último, no. Qué maravilla. Gracias, Bertolt.
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