Tras escribir sobre Calvo y su Jardín Colgante, llega el turno de la segunda lectura que elegimos para el club de lectura. Que se trata de una autora a la que tenía ganas después de haber visto pululando por mi ambiente otra novela de su misma autora, Clara Sánchez, en este caso Lo que esconde tu nombre.
Pero la que elegimos para el club fue Un millón de luces. En parte, porque en el club nos nutrimos de los libros que la maravillosa Biblioteca Regional de Murcia (yo sólo he tenido buenas relaciones con ellos, ya pasados los años vago-rebeldes en que me buscaba unas penalizaciones de diez meses por tardanza en la devolución), y en el catálogo de la BRMU la que tenían era Un millón... De modo que alguien la pidió, alguien la recogió en una maletita y al día siguiente se empezó.
No me ha gustado Un millón de luces. Pero bueno, me voy convenciendo ya de que la palabra de admiración es tan natural como la de desagrado. Esto se aprende casi más en un club de lectura que en cualquier otro lugar. De cada uno de los aspectos que allí hablamos, en la reunión sobre el libro de Javier Calvo, siempre hubo alguien a quien le había gustado y alguien a quien no. De donde, en un medio tan democrático como un pequeño blog literario de reseñas, no me parece que esté haciendo real esa aseveración de Bacon ("El conocimiento es poder") puesto que, aunque tenga una acreditada formación filológica, no me encuentro en situación de hacer crítica analítica, científica, sino entretenida crítica impresionista. Por eso digo que (mi) conocimiento no llega a ser poder.
No me ha gustado por varias razones. No me gusta el tema. No creo que dé ya demasiado de sí, después de Shakespeare y de los otros grandes. La búsqueda del poder y la controversia sobre los medios para alcanzarlo pienso que sólo llegan a ser un tema potente en un entorno trágico y/o en un tono diferente, tal vez mágico, tal vez intimista.
Pero antes de que siga adelante, diré de qué trata la novela: una narradora en primera persona, novelista en ciernes (ufff, las parabiografías, qué horror, el quiero y no puedo cobarde) con una relación sentimental recién cerrada entra a trabajar en una gran empresa recomendada por esta expareja como recepcionista. Pronto ascenderá dentro de la empresa e irá conociendo a muchos personajes de la misma o relacionados con la misma cuyas vidas conocerá y contará, anteriores o simultáneas a su paso por la empresa.
El tono de esta novela es bastante superficial. La idea de narrar en presente, con verbos en presente, es interesante y se adapta muy bien a la idea propia de la obra, lo cual me permite formularme la siguiente pregunta: si esta es una novela banal que trata sobre un mundo -el de los negocios- banal también, ¿No es incluso posible que la autora lo haya planeado así? La respuesta es, como advertí al comienzo, simplemente opinatoria. No sé si lo ha querido hacer así o no; sencillamente, no me gusta lo que resulta.
En esta novela hay algunos tópicos y algunas ideas interesantes; desde un punto de vista sociológico, el personaje del ejecutivo está bastante bien caracterizado en el contraste entre las anteriores generaciones y las modernas (la comparación entre los amoyores como Emilio Ríos y los jóvenes como los hermanos Alexandro y Jano o Conrado Trena, el hijo de Sebastián Trena y lo que es más importantepeliagudo: lo que pese a todo tienen en común). Los tópicos, sin embargo -la relación de la mujer del jefe con el chófer apuesto, las charlas en los servicios- están bastante manidos. Los personajes masculinos son más interesantes o al menos más dignos, pero los femeninos, salvo por momentos, resultan más caricaturescos. Y en cuestión sexual, siempre me gusta más la escritura feminista que la que no es feminista o la que es antifeminista o machista.
Un millón de luces resulta así desde su título un panóptico de historias de seres humanos entrampados en una fraudulenta y alienante vía hacia la felicidad, que es la gran empresa. Pero cuando yo pienso en bonitos panópticos humanos se me vienen a la cabeza las películas Smoke o Noche en la tierra; espero que no se me aparezca nunca esta novela en el imaginario. Un panóptico cae en lo inaprehensible si las historias observadas no mantienen relación semántica ninguna. De haberla, yo no la he visto. Veinte páginas contando la vida de un personaje que no va a reaparecer ni a tener importancia ninguna en la trama principal (de la cual aún tengo dudas sobre su estatuto de trama principal) resultan muy caras en la atención del lector, o al menos en la mía.
Sin embargo, leer Un millón de luces no es tampoco triturar el tiempo como sería ver Casi 300 u oír a Alejandro Sanz desgañitarse creyéndose flamenco. En esta novela hay algo de cervantismo, como por ejemplo el placer voyeurista de las miradas a las historias ajenas, el amor a la narración o la duda sobre la veracidad del narrador. Además de que -no en todas- en algunas páginas la prosa llega a ser notablemente bella, con algunas frases a modo de conclusión que a uno lo dejan quitándose el sombrero. Porque, a ver, prevenidos estamos, la protagonista es o quiere ser novelista. ¿No hay un sinónimo más grande de mentiroso? Pues no nos mienta con novelas como esta, doña Clara, y escriba la gran novela de la que da muestras de lo que usted sería capaz.
1 comentario:
Andrés, has dado en el clavo. Completamente de acuerdo con tus apreciaciones.
Una cosa más: me irrita profundamente la figura de la narradora en esta novela. Precisamente por presentarse como aspirante a novelista, su mirada debería ser más mordaz, más cáustica, más en un mundo como el que quiere retratar. En cambio, me encuentro con una chica que no para de repetir "pobre fulanito", "pobre menganito": demasiado comprensiva, demasiado empática, demasiado complejo de mamá... Aaggh.
En pocas palabras: esta novela funcionaría mucho mejor si tuviera más mala hostia. He dicho.
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