¿Alguien tiene el fetiche de los libros que se comienzan dos veces?
Yo lo tengo. Me pasó con La montaña mágica y con Anatomía de un instante, me pasará con Los detectives salvajes, con Margarita y el maestro, con Los versos satánicos y con el Retrato de un artista adolescente, libros que se perdieron y que volverán como el rey Arturo cuando se les necesite.
Me sucede que cada obra que empiezo a leer y que, por desgana, porque otro libro me seduzca poderosamente y abandone infiel al primero o porque viaje y lo olvide, o porque lo preste sin haberlo acabado o por cualquier otra de un millón de razones, digo, me sucede que si empiezo a leer un libro y no lo acabo, cuando lo cojo por segunda vez -y religiosamente lo recomienzo desde la página uno- y abro una segunda era de mi lectura, suelo tener una conexión intimísima con ese libro, y lo suelo leer con enorme placer. A lo mejor se trata de que ya conozco el estilo, o puede ser que los personajes ya no necesiten explicarse o ser explicados para ser; podría darse el caso de que conozco y recuerdo algunas oraciones o algunas acciones, si es novela, o algunos versos si se trata de un poemario. Quizá la razón sea un poco más sibilina, y radique en que tiene el encanto de una segunda lectura y a su vez el de la primera, lo ingenuo y lo sabio, lo tierno y lo maduro. Un híbrido extraño, como hacerle el amor a Mrs. Robinson y a su hija a la vez.
A lo mejor es eso.
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