Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

viernes, 23 de noviembre de 2012

Patricia Moon

Un descubrimiento de Discópolis, el programa de José Miguel López de Radio 3. Como poco, curioso. No sé si me gusta la voz de Patricia, pero me llama poderosamente la atención verla tocar el violín y grabar pista tras pista con la pedalera


jueves, 15 de noviembre de 2012

Pick up the change, por Wilco

No es de los mejores discos de Wilco, pero sí es una pequeña sorpresa en un disco que transita de REM al country menos... menos de mi gusto, vaya.




Y, por qué no, una versión en directo.





If it's just your heart talkin', I don't mind 
If you wanna call me, darlin,' that's just fine, that's just fine 
But if it's your mind that's wanderin', it'll fall in line 
When I kiss your cheek, dear, everytime, everytime
 
We used to have a lot of things in common 

But you know now we're just the same 
You always had more than I really wanted 
Oh honey, help me Oh honey, help me pick up the change
 
If it's just your heart talkin',I'll listen every time 

Dear, you can talk my ear off, anytime, anytime 
But if my mind starts wanderin', won't be gone long 
Whenever I hear your heart talkin', it's a song, it's a song

 
We used to have a lot of things in common 

But you know now we're just the same 
You always had more than I really wanted 
Oh honey, help me Come on honey, help me pick up 
Oh honey, help me pick up the change
 

Oh honey, help me Come on honey, help me pick up Oh honey, help me pick up the change
Muy, muy hermoso.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ejercicio de escritura

Ejercicio de escritura

1. Dispóngase del suficiente tiempo para ser perdido.
2. Despliegue un individuo, mezcla de ignorante e impresentable delante de usted, en el uso de un único ordenador compartido para setenta personas.
3. Provéase de algún dolor crónico (de rodilla, de espalda, de cabeza).
4. Retenga los horizontes: usted no quiere escribir una obra (una Obra) literaria. Caso de quererlo, no puede. Simplemente no es capaz.
5. Asista con entereza al repetido clic en el botón del ratón para subir y bajar la página web del diario deportivo más popular en su país. Recuerde -¡como si pudiera no hacerlo!- que el terminal está ocupado por un individuo cuyo sexo, por más que la lengua nos traiciones, es cualquiera de los posibles.
6. Vuelva a poner la capucha a su bolígrafo. Si tiene un muelle, oprima el botón superior. Dé fin a este ejercicio.

(c) El cuentacuentos




El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk

La segunda novelita con la que traicioné mi lectura de El viajero del siglo fue El museo de la inocencia, un libro de Orhan Pamuk de unas seiscientas páginas apretadas de letra pequeña que volvía a uno fanfarrón con la lectura con algunos capítulos -que no todos- breves y fácilmente asequibles. ¿Antes de comer un minuto suelto? Capítulo al buche. ¿Dos minutos con el coche en un atasco? Capítulo al buche. Y así sucesivamente, hasta que uno se da de bruces con capítulos de setenta páginas que le hacen recordar que la lietratura no es un camino de rosas y que como todo arte es en realidad de una exigencia feroz, un lobo disfrazado de caperucita, droga de la que no sube, sólo evita el decaimiento.

El museo de la inocencia es una gran novela que se merecería una mejor reseña que estos diez minutos que esta mañana le puedo dedicar. Y se merecería sin lugar a dudas un mejor reseñador. Se trata de una bella y extensa novela radicada en el Estambul de los años setenta, ochenta y noventa. La ciudad tiene un peso extraordinario, no diré que es el segundo personaje sino que es el tercero del trío amoroso. Los otros dos, Kemal y Füsun mantienen con ella una relación apasionada y duradera hasta el final del relato. De la ciudad se nos describen a lo largo de todo el libro -no solo en los capítulos iniciales, como un decorado cualquiera- sus calles, sus barrios, sus edificios, sus chiquillos, sus personas, su manera de vestir, de pensar, de comportarse con respecto a otros turcos, su acercamiento y alejamiento con Europa en debate permanente, su opinión crítica con respecto a la virginidad de las mujeres, etc.

El libro -es el segundo que leo de Pamuk, e intuyo que va a ser una constante- bebe de Borges y de Pascal en su inmovilismo. Los libros de Pamuk gozan en encontrar una situación metafísica, detenida aunque artificialmente, y demorarse allí todo lo que sea posible. El lector tiene que poder disfrutar de lo que le dan. La novela de Pamuk a veces parece un poco En busca del tiempo perdido o lo que yo he leído de la obra de Proust (el primner tomo, y me gustó, aunque nunca encuentro el tiempo para seguir con los demás): no avanza, se demora con placer en las comidas en casa de Füsun durante páginas y páginas.

Los personajes son grandiosos, son una maravilla, y el cariño con el que el narrador -el mismo Pamuk- no los juzga sino que deja que ellos se expresen y el lector pueda juzgarlos libremente si así desea hacerlo merece una mención particular. Yo creo que algunos estaban equivocados. Pero todos ellos tienen sus motivos y su personalidad peculiar que los lleva a hacer lo que hacen. ¡Qué difícil es hablar en clave, incluso si la novela -esta novela- no es una novela de intriga!

Como comentario especial, dejaré esta web



Y lo explico: resulta que el título de esta obra es -y no desvelo nada- viene del hecho de que el protagonista, Kemal Bey, ha abierto un museo en el que guarda objetos que hayan tenido relación con su vida con Füsun en Estambul (el trío, no se desdeñe nunca la ciudad) y el autor ha aprovechado y ha hecho lo mismo en la realidad con objetos que hayan tenido que ver con la ciudad en estas décadas. Debe ser una maravilla. Otra razón más para viajar a esa seductora ciudad.



lunes, 5 de noviembre de 2012

Saludos, Erixon

Espero que te guste el blog. Si no, en los comentarios a las entradas, siéntete libre.


El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán

A mediados de verano, y a mediados de El viajero del siglo, de Andrés Neuman, novela que compré con mucho gusto en Oviedo creo que fue, ocurrió un imprevisto. Para las personas que, como yo, son inconstantes pero, como a mí,  nos gusta la literatura, una novela de seiscientas páginas es una dulce tortura. Tortura porque estamos deseando empezar otros libros: hay tantos, tan bonitos, tan especiales, tan maravillosos, en todas partes, en las librerías, en la biblioteca, en las tiendas digitales, en la red, libros caros, baratos o gratuitos, legales o ilegales, que son un insoportable canto de sirena para nosotros. Dulce, segunda parte del oxímoron -un oxímoron es el efecto que resulta de juntar dos palabras que por su significado son casi incompatibles, para quien no lo sepa; lo importante no es saber su raro nombre, sino ser capaz de percibirlo y disfutralo, muerte a los pedantes-, porque si la novela es bella, cada página es un tesoro que se hace brillante y desaparece entre los dedos de nuestra atenta lectura, que muere en el momento de ser leída.




(Imagen tomada de The Continental Library)






Pues eso me pasó con El fondo del cielo. Buscaba autores jóvenes y contemporáneos para mi tesis y me llevé el libro de Fresán sólo porque su nombre me sonaba de alguna Qué Leer que me haya dejado Juan Antonio. Miento. Me llevé El fondo del cielo porque su título era acojonante, y su portada no era para menos. Es así.


(Imagen tomada de la web El placer de la lectura)



(Luego no me sirvió.)

Empecé a leerla con mucho cuidado. Leí en ella páginas con veinte párrafos que empezaban todos con las mismas palabras, narraciones en primera, segunda y tercera persona, creo recordar (la leí en agosto, esta entrada es una farsa escrita sin el libro abierto delante de mí). Al contrario que en Rayuela -a la que le debe bastante- pronto me reencontré. Leí fragmentos en los que sucedían muchas cosas, y páginas y más páginas en las que suceder no sucedía nada, pero las palabras eran escandalosamente bellas. Sus personajes son muy fuertes aunque su descripción sea puramente metafórica, e incluso aunque no tengan nombre. Quizá el libro me decepcionó un poco en su tercera y última parte de la que no desvelaré su contenido, por ser demasiado lírico cuando había muchos sucesos en el aire como para no esperar algún tipo de desenlace más concreto. La escena del mono y la tibia de 2001 Odisea en el espacio es me parece que está al principio, no al final, no sé si logro explicarme con claridad. Y sus auto-comentarios del final, con agradecimientos incluidos, como si de una película se tratara, no tienen precio. Estoy deseando tener un rato para leer Matadero 5 de Kurt Vonnegut, de la que se confiesa amante. Por la propiedad transitiva de los números, aplicada a las letras, me parece que a mí también me va a gustar.

Esta es una novela sobre ciencia ficción. No -de ningún modo- de ciencia ficción. En esta novela, la ciencia ficción no es un género, o no lo es con todas las convenciones del mismo. Es un tema. Es una novela dedicada a la ciencia ficción. Pero una ciencia ficción muy poéticamente integrada en la historia de la humanidad. Y sin embargo, en ella caben numerosísimos guiños y senhales que un amante de la ciencia ficción puede entender. Por desgracia, sociológicamente no son dos tipos que a menudo coincidan -el amante de la poesía y el amante de la ciencia ficción- por lo que se me ocurre que el "lector modelo" de esta novela es una rara avis. Yo lo soy. Yo la gocé.







Silencios blogueros

A continuación escribo la primera muestra de las reseñas breves que por motivos de tiempo tengo que hacer para quedar "en paz" conmigo mismo y con quien/es tenga/n interés en estas letrujas informáticas. Si queréis más extensión, más palabras, más ideas (bueno, en la medida que me sea posible, se hace lo que se puede y de donde no hay más no se puede sacar más, aunque vid. infra), pedidle responsabilidades a nuestros ineptos gobernantes españoles (a la mayoría de ellos) que no conocen las más elementales nociones de matemáticas y creen que más es menos. Está claro que soy funcionario, y que soy funcionario de educación, que soy profesor y que doy más clases a más alumnos por menos dinero en aulas con menos calefacción, y que según algunos esto debe conducir inevitablemente a que aprendan más y/o a que en las olimpiadas educativas europeas llamadas también Informe Pisa.

Ojalá todo fuera diferente.