Trouble! Trouble! It was all she was looking for!
Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más
viernes, 13 de julio de 2012
Love, love, love, de The Queers
Otra de música, otro bombazo, o al menos eso creo. Que os guste.
Trouble! Trouble! It was all she was looking for!
Trouble! Trouble! It was all she was looking for!
martes, 10 de julio de 2012
Todo es silencio, de Manuel Rivas
Escribir sobre libros ya presupone que la materia sobre la que decir algunas palabrillas tiene una variedad tal que resulta casi infinita. (Pese a todo, Borges decía que ser inmortal no merecía la pena porque un hombre inmortal escribiría dos veces la Odisea.) Hoy me apetece a mí hacerlo sobre una novela gallega de un autor gallego: Todo es silencio, novela escrita por Manuel Rivas.
(Imagen de alfaguara.com)
Además, escribir sin pretensiones de lectores, como simple entretenimiento que me permite hilvanar dos y a veces tres ideas concernientes a la misma obra literaria, es algo que te facilita hablar si quieres sobre el Gobierno, sobre la Iglesia, sobre el todo y sobre la nada. A mí a veces me apetece compartir impresiones sobre el hecho de leer libros. Hoy va una de esas impresiones, dado que sobre Todo es silencio no voy a comentar mucho. ¿Cuál? La incompatibilidad.
Las novelas de Manuel Rivas son centelleantes. No son muy extensas, no son grandilocuentes sino que suelen referirse a vidas anónimas de personajes menores o secundarios; son un poquito intrahistóricas (sólo un poquito) a pesar de que todos sus personajes sean un poco especiales, o lo que es lo mismo, que ninguno sea sólo ejemplo -porque los ejemplos a veces se tornan ejemplarizantes, y no suele ser esa la intención de Rivas en sus novelas- sino, más bien, que todos ellos configuren una visión del mundo por la cual nadie (hecho de ficción al menos) es absolutamente carente de interés. Si me equivoco, que venga Rivas y diga unas palabras.
Yo he leído El lápiz del carpintero y ahora Todo es silencio. En un futuro no muy lejano leeré Qué me quieres, amor, que creo recordar era la base del guión de La lengua de las mariposas, aquella preciosa película. Tenía muchas esperanzas cuando empecé Todo es silencio, sobre todo porque venía de un novelón genial como Los enamoramientos, y creí que continuaría por ese camino. Pero en ocasiones las cosas no resultan exactamente como nosotros nos habíamos propuesto; nada más lejos entre las oraciones de Marías, de media página, y las de Rivas, de seis palabras -no todas.
¿Estoy diciendo que Todo es silencio es una novela mediocre, poco aprovechable? No, en absoluto. La bipartición en dos libros, relacionada con los periodos vitales de los protagonistas, ya es un éxito y nos dice mucho sobre la idea de la vida de Rivas. A día de hoy no sé si Todo es silencio es una traducción o auto-traducción o bien si está escrita directamente en castellano. Como quiera que sea, su estilo, en muchas ocasiones, no es simplemente bueno sino que es completamente poético. Algunos finales de sección o incluso de capítulo son casi shakespearianos. Es muy chocante una novela sobre el narcotráfico en las rías gallegas escrita con un estilo tan metafórico; al lector le exige un poco, más seguramente que en El lápiz del carpintero. Lo que sí es cierto es que la verbalización del texto es una auténtica maravilla, que si la novela tiene un buen esqueleto estructural (la bipartición del libro, la terna de personajes, el triángulo amoroso, los secundarios, las uñas de los pies de Mara Doval y las de Guadalupe, los símbolos geniales como la escuela de los indianos, el esqueleto descarnado y la maniquí, los desechos del mar, los guantes del capo local, etc.), su plasmación en palabras y frases es enorme.
Manuel Rivas, José Luis Cuerda (su director) y los actores que representarán a Fins Malpica, Nove Lúas "Leda" y Víctor Rumbo "Brinco" en su versión cinematográfica. Imagen tomada de la web http://es.outletvictims.com/
Pero a mí no me ha llegado. Yo me he quedado fuera. No sé si es que no me enloquecen las historias policiales o cuál es la razón, pero me habría encantado quedarme sin aliento al leer el fin de la novela y no me sucedió. Qué putada, joder. Así que paro de escribir sobre esta buena novela, empiezo a darle vueltas a la cabeza para justificarlo y justificarme, y lo que sigue de la entrada es lo que se me ocurre.
A mi parecer, ningún gran lector es capaz de disfrutar el cien por cien de las grandes obras literarias, y esta incompatibilidad resulta por varias razones. Voy a ir enumerándolas para que no se me esfumen en el aire:
- Qué es artístico y qué no lo es resulta argumentable y variable con el tiempo, como ya dijo Baudelarie hace tiempo.
- Cada lector tiene sus horizontes de expectativas, sobre todo aplicados a las lecturas inminentes. Si acabo de leer algo, ese algo recién leído influirá en lo que empiezo a leer acto seguido estableciendo términos de comparación, por ejemplo.
- Se puede ser consciente de que se está desperdiciando un buen libro leyéndolo mal, sin ganas, sin esfuerzo, sin aprovechamiento, y no querer o poder hacer nada para cambiarlo, una lectura cínica.
- Cada lectura, incluso cada sesión de lectura, es un acto concreto y contextualizado. El mejor Petrarca no se puede gozar a 42ºC con el aire acondicionado roto -y también un pie roto.
- Por mucho que se diga, a veces los temas resultan más cercanos, o más lejanos o simplemente más o menos interesantes; igual sucede con los argumentos y las tramas, y con los motivos, con los mitos, etc.
- A veces, los lectores, sencillamente fallamos.
lunes, 9 de julio de 2012
Mientras vivimos, de Maruja Torres
Qué bonito es leer unos libros que te hablan sobre otros libros, escritos con hasta diez años de diferencia. La entrada anterior de este blog era una reseña de la novela Los enamoramientos, de Javier Marías. En ella, una idea interesante, creo reordar que la apunté, tenía que ver con la capacidad que tienen las novelas para evocar situaciones, conflictos y dilemas, que podían llegar a ser universales al margen de la anécodta concreta de esa obra literaria, y cuya resolución podía -o no- quedarse en el margen de lo coyuntural mientras que la problemática de origen, la premisa, seguiría en el imaginario de las personas.
(Imagen tomada de la web www.planetadelibros.com)
Cuando uno está en una casa de vacaciones y ha acabado sus lecturas, y resulta que no puede moverse por cierta mala fortuna que concluyó en la fractura de una de sus extremidades, hace cierto aquello de que a caballo regalado no se le mira el diente. En esa casa había una colección de Premios Planeta. ¿Y qué son en verdad los Premios Planeta? A mi parecer, aunque otro día podría escribir sobre eso, los premios son básicamente de dos tipos: políticos o autopromocionales. El Planeta, con su vanidoso premio y sus en numerosas ocasiones mediocres ganadores -libros y autores- pertenece al segundo tipo. Pero esto no desmerece para que nos podamos acercar a él como me sucedió a mí, tanto para vislumbrar cuál era la literatura superventas de esos años como para analizar sociológicamente el perfil y gustos de sus lectores. Un análisis que no sostiene rigor ninguno, está claro.
Pues sucede que leí Mientras vivimos, de Maruja Torres, conocida periodista de El País. La relación de los periodistas con la Literatura es siempre llamativa: algunos han garabateado bodrios ridículos mientras que otros han parido las más bellas obras de arte. Así pues, gustándome más algunos párrafos que otros de los artículos de Maruja Torres, y también más algunos artículos que otros, abrí el libro.
¿Más el conjunto, menos, partes? Una novela es en parte como una película, y un cuento como un corto. Un buen director es quien sabe mantener la coherencia en el largo todo; un buen cortometrajista es quien pega un fogonazo efímero que nos deja cegados con su momentánea belleza de tres minutos. Recién acabada, pienso que -para mí- la novela de Maruja Torres es discontinua. Algunos párrafos son, estilísticamente, más bellos que otros, aunque en general la novela se mueve en un grado medio, apta para un consumo no demasiado exigente. Quizá me emocionó más el capítulo dedicado a Teresa y sus cartas, donde vi un inicio de un debate ideológico además de un emotivo canto a la vida ética. Otro sí se lo dedico a Regina, y otro no a Judit, personaje que queda en el aire, con muchos personajes secundarios adscritos y lugares aludidos y descritos para nada. ¿Quizá esta novela necesitaba cien páginas más, algún regreso? El final no me ha gustado, sinceramente. No lo comentaré pero me parece una concesión fácil. Y el epílogo es aún peor.
Esta es una novela sobre ambición, integridad, creación literaria y mujer. El feminismo es uno de los temas más interesantes que hay en la actualidad. Incumbe a muchos miles de millones de seres humanos (la mujer no es una minoría). Y además es un problema falto de solución, y un debate intelectual de primer orden. Por citas y alusiones, Maruja Torres parece que tenga una conocimiento amplio, pero sus conclusiones no son sino superficiales y fragmentarias (autocrítica, resumiría), y en ningún momento desarrolladas. Claro que, cuando uno escribe estas cosas, parece que en su reseña lo que anota son los datos para la novela que él habría -pero no ha- escrito. Por ello siempre aprovecho para reivindicar la humildad de la crítica.
Y para acabar, regreso al principio. ¿Cuál es ese germen maravilloso que sugiere la novela Premio Planeta de Maruja Torres? La escritura parásita. Los escritores en simbiosis aprovechada de los escritores, que ya no son necrófagos sino algo aún peor: depredadores. Una idea magnífica, eso sí.
martes, 3 de julio de 2012
Los enamoramientos, de Javier Marías
Hace algo más de un año decidí dejar de poner títulos dobles a las entradas. La verdad es que, aunque de un gusto un tanto anticuado, confieso que me gustaba hacer como las novelas de los siglos dieciocho y dieciniueve, que eran del tipo X o Y. Por ejemplo, Frankenstein o el moderno Prometeo. Me habría gustado retitular esta entrada como Los enamoramientos o hablar para pensar.
(Imagen de Alfaguara.com)
Sócrates paseaba con sus casi contertulios (al fin y al cabo, él era el maestro, maestro preguntador pero maestro al fin y al cabo), y Montaigne se inventa un género -el ensayo- en el que, para llegar al destino marcado, el tema sobre el que se propone descubrir algo, no hay que dirigirse en línea recta y decisión sino divagar, dar vueltas, circundar, volver..., para entonces darse cuenta de que el tema mismo, fuera el que fuera, acaba siendo el propio paseo mental. Los enamoramientos, la novela que acabo de leer, es así.
¿Ensayística? Bueno... Cuando se dice de una novela que es ensayística caben dos posibilidades, siendo la primera que toda la obra de ficción no sea más que un triste argumento que da un leve peso a una tesis previa y fuerte. Es lo que se llama una novela de ideas, o de tesis. Cabe una segunda posibilidad, que es la de que en el texto nos encontremos con pequeñas digresiones, como pueden ser reflexiones del narrador al hilo de ciertos asuntos o temas que se deriven de manera más o menos directa de la acción de los protagonistas.
La novela de Javier Marías, sin embargo, es completamente ensayística por otros motivos. Su ficción, sus invenciones y aventuras, sus personajes tienen peso y valor en sí, con lo cual ese primer tipo de novela-ensayo que solo sirve para dar por válido un apriorismo se descarta. Y en realidad, de esa segunda especie de novela ensayística tampoco podemos hablar por la razón de que no hay algunas páginas dedicadas a algunos temas, más o menos desgajadas de la acción principal de los protagonistas de ficción... ¡Toda la obra es elucubración y pensamiento! En Los enamoramientos, los duelos no son a espada, ni a pistola; a veces ni siquiera de palabra, sino duelos mentales. Es una novela muy chejoviana, muy de acción interior. (Por ahí, en el blog, hay algo escrito sobre Chejov.)
Como acabo de decir, los acontecimientos que se esperan en toda novela, en Los enamoramientos no son muy cuantiosos, pero sí muy jugosos. En términos claros: pasan pocas cosas, pero las que suceden son muy ricas en interpretación. De hecho, esta es una novela que trata sobre interpretar, sobre leer. Su protagonista, María Dolz, es una maravillosa analista-intérprete de la vida. De hecho, trabaja como -creo recordar- traductora en una editorial, de donde ya su oficio justifica esa capacidad de inmersión. María proporciona sentido -un sentido personal- a todo aquello que vive y también a todo aquello a lo que asiste como espectadora, que en su caso es un poco decir lo mismo.
Y puesto que la novela trata sobre leer, Marías ha hecho del mundo de la lectura y de la escrituras otro espacio subsidiario al de las meditaciones de María (¿no hay un pequeño seudobiografismo en esto, habiendo sido Marías también traductor y siendo en la actualidad escritor?). En esta novela hay editores lavayos, escritores miserables y asociales, universitarios, jóvenes blogueros que crean su oportunidad por la adulación y la aquiescencia sin sentido crítico, etc. Uno de los personajes secundarios resulta realmente sorprendente para los que, como yo, hemos estudiado filologías y estudios humanísticos.
Pero no quiero perderme de la idea que originó esta pequeña reseña sobre esta enorme novela. (Enorme de calidad, no estoy hablando de la trilogía Tu rostro mañana, que sí es quizá también enorme de calidad -habrá que leerla- pero seguro de tamaño). Esta es una novela en la que el pensamiento se efectúa en la palabra. Los personajes mantienen largos diálogos, que se extienden por varios capítulos -si bien los capítulos no suelen exceder las diez-quince páginas- con larguísimas intervenciones, de varias páginas por turno de palabra que a veces copan un capítulo entero, intervenciones en las que se intercalan largas ideas de la narradora entre las palabras del resto de los personajes, incluso entre las de ella misma. Su extensión llama la atención, y yo no quiero hacer excesivo hincapié en ella porque sé que hoy en día, que queremos acumular lecturas, visionados de películas o escuchas de discos, esto resulta gravoso. Gente cercana a mí, con mi misma formación, apenas es capaz de dejar el Lazarillo en pie de todo el Siglo de oro; la que no por larga, por anticuada o por retórica. Pues anda a tomar por culo: como dicen en las series: "devuelva placa y pistola". Sin embargo, es en este fluir de la conciencia -monólogo interior gramatical, no caótico- por las palabras donde los pensamientos se hilvanan, se basan, se matizan, se fundamentan. El año pasado leí casi toda la obra de Robert Walser, y mi idea sobre él era parecida -si bien la mente de Walser era más huidiza- a la que me suguiere este Los enamoramientos.Afirmo además que no es una novela de tesis, como apuntaba por ahí arriba, por la razón de que los pensamientos hacen errar, resbalar, cambiar, desdecirse, avergonzarse, profundizar. Los personajes de esta novela son en su mayoría su pensamiento y uno o dos rasgos (la maravillosa prudencia de Dolz, la tristeza y los labios de Díaz-Varela, la bella serenidad de Deverne y Luisa) de carácter o físicos. Si son físicos, en algunos casos es por su valor simbólico -los labios del seductor-. En general, para poder disfrutar de la novela, uno debe poder disfrutar de dos factores: el primero es el discurrir acuático de las ideas converidas en palabras, que a veces se remansan mostrando muchos matices de un mismo asunto, a veces corren llevando de un lugar a otro y de unas conclusiones a otras alegrando al lector con pocas pero generosas sorpresas narrativas, a veces se bifurcan necesitando de la cooperación de quien lee y de la capacidad de formarse esquemas mentales o bien de pasar de reflexiones importantes a pequeñas ocurrencias pasajeras -también jugosas y agudas- y por fin, otras ideas regresan: a la misma idea se vuelve numerosas veces desde diferentes ópticas. Algo parecido al Canzoniere de Petrarca y a sus 365 poemas dedicados, a lo largo de más de veinte años de vida, al mismo fracaso amoroso.
(Presentación de Los enamoramientos en el Círculo de Bellas Artes. Subido por Aviondepapeltv)
No hay en la novela regreso más importante que el que se efectúa a la imagen del principio, que no estropearé en esta entrada de blog, salvo tal vez los que se hacen a unos pocos textos franceses e ingleses: la múltiples cazas, capturas y ejecuciones de Milady de Winter (Anne de Breuil) en Los tres mosqueteros, las citas de Macbeth con sus difíciles traducciones ("He should have died hereafter", por ejemplo) y por supuesto la novela corta El coronel Chabert, de Balzac. No puedo decir ni media palabra sobre el argumento de este librito porque estropearía la lectura de la novela que estoy reseñando, y dado lo muchísimo que me ha gustado, no le deseo en absoluto a sus lectores que pasen por eso, pero sí puedo hacer un guiño al libro diciendo que en cierto momento de la novela Díaz-Varela juzga menor el desarrollo de un relato frente a su planteamiento y que, en cambio, María Dolz rompe una lanza por los finales de las intrigas; y también quiero agradecer a la editorial Alfaguara que, al menos en la edición que yo compré -o que, más bien debería decir, me regalaron- se incluyera en edición no comercial la novelita francesa junto a la de Marías. Creo que es un acierto tremendo que los aficionados a la literatura comparada y sus estudiosos agradecerán, y también un gesto de la comunicación de culturas, incluso si estas ya son cercanas.
Suelo dejar para el final el estilo de la novela. El estilo de esta novela es la novela misma. Es la idea misma de la novela. Modular ideas también sirve para cincelar sus acabados. El uso del castellano es fantástico; en ocasiones parece un poco áulico, pero es que en esta novela la misma lengua es objeto de revisión y de interpretación. Qué demonios, esta novela es una poética de si misma. Es una maravilla. Me ha gustado un montón. Pierdo las palabras, qué le voy a hacer.
No sé si hay muchas más novelas de este tipo en el panorama narrativo español contemporáneo: no soy especialista en ello, soy solo un lector al que le gusta compartir sus impresiones o que, de manera similar -salvando las distancias gigantes- a los personajes de Marías sólo logra la compleción, el acabado de sus ideas en la enunciación de las mismas. Por eso pensé en que esta entrada, anónimo homenaje a esta novelaza, pudiera retitularse de ese modo, hablar para pensar.
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