Respeto
Respect to New York, respect to London (Tim Armstrong)
Cuando convoco un grupo de lectura, un pequeño club entre amigos, aquellos a quienes más me gustaría tener a mi lado para iluminarme con sus ideas sobre esos textos sobre los que me gustaría tanto compartir impresiones, ideas, nociones acaso, habitualmente me fallan. No quieren. Rehúsan. Se niegan. Se plantan en bastos. Que no, coño, que no.
¿Es esto a lo mejor un mea culpa después de tantos años de esnobismo? ¿Es lícito el esnobista adjetivo esnobista? Y los juicios... ¿Dónde quedan los juicios en todo esto? Y lo más importante, ¿por qué mis amigos no han querido leer ningún libro conmigo?
El tiempo ha pasado. Mirar universitarios/as es ya ver a gente de otra generación, y perteneciente a otro mundo, bellos alienígenas. Así pues, pasado el tiempo en el que también yo fui de Marte puedo pensar en cómo la cosa cambió.
En el respeto. Fundamentalmente cambió en el respeto.
Respeto a quienes leen poco tiempo, muy poco. No respeto tanto a quienes no leen absolutamente nada, o no desean leer, o no desean poder leer nada.
Respeto a quienes pasean bellos por las soleadas costas de la lectura, que no se sumergen, ni venden su casa para volverse marineros, pero reservan en su corazón un huequito para aquellas vacaciones que pasaron una vez en Macondo o junto a Holden Caulfield.
Respeto a quienes leen por primera vez algo, como a quienes aman por primera vez a alguien. Ya todo se volverá más gris, y ellos más miopes (si bien, en el mundo de las letras los colores brillan ligeramente más).
Respeto a quienes saben más de libros que yo y no han estudiado más de libros que yo. (O no han estudiado nada de libros; a esos los respeto más que a ninguno).
Respeto a quien leyó Macbeth pero no leyó todo Shakespeare. Respeto a quien leyó Shakespeare y le desbordó tanto que tuvo que decirlo a unos y a otros. Supongo que si lo hubiera hecho yo, también sería así de incontinente, si es que eso es ser incontinente y no mera justicia.
Respeto a los escritores de Facebook cuando me hacen inspirar con fuerza. No tanto si lo que escriben me parece malo o muy malo.
Respeto a quienes no tienen los mismos gustos que yo y no quieren tenerlos, pero siguen hablando conmigo sin evangelizarme. De ellos he aprendido a no evangelizarlos tampoco yo.
Respeto los juicios muy minoritarios. Ya no me parecen chaladuras. De hecho, defenderlos ya implica el rechazo de los demás. Y los respeto más si además están argumentados, no por necesidad judicial, sino por aprecio a mi capacidad intelectual.
Respeto los juicios muy mayoritarios. Ya no me parecen banalidades. De hecho, defenderlos ya implica el rechazo de los mejores. Y los respeto más si además están argumentados, no por radiación de colmena, sino por aprecio a mi capacidad de disensión.
Respeto a los que no dejan de leer. El mundo fuera de los libros vale la pena solo a ratos, solo en ciertos momentos, y solo bajo ciertas luces.
Así que ahora que cierro este mea culpa que no es tal en realidad -o sí, respetemos a los lectores hermeneutas- podría ser que a lo mejor quienes nunca quisieron leer conmigo me acepten para tomar un café y una tarta mientras hablamos de los libros que leímos.