Una nueva emoción se despierta ante un nuevo reto, y comenzar un blog literario parece serlo tanto como enfrentarse a la famosa página en blanco. Uno piensa en una página vacía, en blanco… ¡Pero es una página web en blanco! La inmensa llanura de Internet nos queda entera por conquistar en este desafío enorme… Y, sin embargo, volviendo a la página sin letras, sin nada, debo confesar mi gran aturdimiento, pues lo bueno (aquello que salva al escritor por fuerza solitario) no es sino la realidad de que el folio concluye. Incluso en el procesador de textos lo hace. Cualquiera, pues, que piense aunque lejanamente en este Cuentacuentos, que tenga la certeza de que sus talismanes mágicos, sus legiones de malditos, sus lluvias de flechas bajo un ocaso rojo y sus espirituales sacerdotisas se aferran a la tabla de salvación que significan un bolígrafo que corre bien lubricado sobre el papel, una mesa a buena altura, un haz de luz natural y un fajo de al menos diez folios.
Todos los relatos son de fantasía. A quien verdaderamente saborea el placer de la palabra y el placer de las historias no le importa que le hablen de los tormentos de Prometeo, del mito de los hombres de maíz o del hombre sin atributos, de dublineses o de madrileños en sus miserias cotidianas. La descripción del carácter de Eowyn no es menos hermosa (ni lo es más) que la del de la prostituta Naná. El amor a las narraciones es la capacidad de sorpresa infinita por lo que nos hace humanos, nuestra infinita diversidad.
En mis páginas sin límite voy a intentar evitar erudiciones aburridas. Tras cada escrito, si alguna vez hago referencia a un libro que he leído, lo puedo comentar si interesa; si se me pide, daré más información al respecto, por si alguien quisiera leer éste o aquél libro.
En principio, no tengo más que comentar, aunque, en realidad -paradojas de la vida (y de las letras)- quede todo. Adentrémonos, pues, en el primer murmullo que oímos hace ya tantos y tantos años.
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