Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

miércoles, 28 de marzo de 2012

Hilos de sangre, de Gonzalo Torné

No sé qué decir de esta novela. Tengo la lengua cargada de palabras, y en los dedos me laten otras tantas que estrellarse en las teclas del ordenador desde el que escribo estas reseñitas. No sé qué decir sobre esta obra, no sé qué impresión tengo. ¿Es buena, es mala?

Hilos de sangre es una novela que me ha costado muchísimo leer. Es una larga novela -esto no es un lastre, pero al fin y al cabo, en términos burdos pero más frecuentes de lo que a los artistas les gustaría pensarse, sí es un condicionante-, con lo que Gonzalo Torné se la juega. Si resulta una novela admirable, todo el mundo recordará su salto triple mortal sin red. Si sale mal, batacazo.

Por las críticas leo que sale bien. No para mí, pero también es cierto que yo no he escrito nada ni publicado nada, ni en ámbito literaruio creativo ni en ámbito académico crítico. Puede decirse que yo, como tantos otros blogueros, soy un aprovechado de la gratuidad del medio. Aclarado lo cual, quien quiera que siga con la lectura de la reseña y quien no, que se vaya a la página de Babelia o que se dedique a mejores tareas, como decía Gasset antes de los intermedios de Días de Cine.

¿Qué es Hilos de sangre? Es un novelón de unas quinientas páginas a una letra un poco más escueta de lo deseable. Tiene varias partes que en algún lugar ofrecen ayuda a la lectura, divisiones parciales, y en otras no. Estas partes tienen que ver también con el narrador parcial frente al supernarrador-compilador, que en ocasiones también baja al plano del relato.





La novela cuenta la vida de una familia catalana en el siglo XX, pasando, claro, por la Guerra Civíl. Así, hay historias en un presente contemporáneo que por a los poquísimos años de haberla escrito ya se empieza a quedar desfasada (al presente no lo atrapa usted haciendo referencias al Twitter, don Gonzalo: ¿cuánto durara?). Hay historias urbanas e historias rurales. La historia de Clara y Joan-Marc, con sinceridad y expresando sólo mi opinión, me parece aburridísima, y el recurso epistolar de los correos electrónicos, pues qué decir, me gusta más cómo lo usa Andrés Neuman. Joan-Marc, como la abuela de Clara, como el mismo Gabriel, resultan como un viejo amigo mío que de tan rebelde que era acababa elevando al cuadrado su rebeldía y terminaba por ser reaccionario (rebelde ante lo rebelde). Ese filo ironiquísimo tienen los personajes (un filo que al final los vuelve obtusos, la verdad, casi como lo que le sucedía al héroe del drama romántico, que era plano en su infalible mutabilidad); no me casa bien que lo que parece una intención estética realista en la novela se mezcle con esos personajes escasamente creíbles. Algo parecido sucede con sus voces en los diálogos: parecen hablar todos igual (de bien) que el narrador. Y por alusiones, del narrador se puede decir que en ocasiones algunas de sus piruetas verbales y sobre todo adjetivales son verdaderamente magníficas -sin ironía-, es decir: Gonzalo Torné es un buen prosista.



Uno de los relatos más extensos, el de la brigada anarquista y la llegada de Franco, además de resultarme tedioso y ser incapaz yo de hacerme una idea de qué me estaban contando -darle color y forma y sentido-, me ha desagradado en su planteamiento político. No creo que los movimientos de izquierda fueran solamente esa horda de matones, niños pijos y asesinos que nos muestra Torné en su novela. Que son personajes sueltos, que la ficción es soberana y lúdica y que el narrador es un personaje de ficción que cuenta las historias que le sale de las narices; lo sé, una vieja excusa del escritor para evitar las repercusiones personales. Que la literatura y el arte tienen valor ejemplar; lo saben los escritores, y lo usan.

Los hilos de sangre a que hace referencia la novela son los vínculos familiares, quizá en juego de palabras con "lazos de sangre". La familia aquí esta parece estar debilitada.


Lógicamente, en una novela tan arriesgada -porque otra cosa quizá no, pero riesgos ha tomado el autor- hay cosas muy interesantes. Algunos pensamientos son verdaderamente profundos, y algunas afirmaciones sobre el ser humano están a la altura de Milan Kundera. Otras no.


Así pues, dudando me quedo. ¿Me gustó, no me gustó? No lo sé. Pero habiendo tantos libros en deuda, por el momento no creo que la relea.

viernes, 23 de marzo de 2012

Esta noche van dos

You can go your own way, de Fleetwood Mac


Otras canciones de Fleetwood Mac no me gustan mucho, pero la verdad es que esta es estupenda. Los pantalones del músico del fondo son impagables, igual que la batería con purpurina y la cara del baterista, por no decir el dramatismo de Lindsey o los ojos llorosos de Stevie. Pero ojo, no me río por reír tan sólo. En parte me río por envidia, porque a lo mejor a mí me habría gustado ser música en una época en la que se creía en algo, aunque fuera mera estética.






Jet airliner, de Paul Pena

Estuve tentado por poner la versión de ese pícaro llamado Steve Miller, pero es que la de Pena es alucinante, es un pequeño Hendrix, es una maravilla, es un pedazo de músico caído en la ignorancia. No me pondré medallas puesto que la encontré por suerte, pero eso, ¿a qué posmoderno internauta -empezando por mí- le importa?



Hale, disfrutadlas, que las de hoy son buenas. Y a quien no le gusten, que se saque la cera de los oídos, habrá que joderse...



martes, 13 de marzo de 2012

La sima de Igúzquiza, de Alejandro Sawa

Estaría bien que todo matemático hubiera atendido a cada una de las posibles ecuaciones e inecuaciones imaginables. Los biólogos deberían conocer las intimidades de cada uno de los animales, vivos y extintos que alguna vez han pisado el planeta Tierra. Un filósofo, ¿por qué no ha anticipado todo pensamiento posible y toda consecuencia de todo pensamiento posible en su pequeña cabeza?

En las pequeñas cabezas no hay simurgh alguno (ver el cuento "El simurgh y el águila" de Borges de Nueve ensayos dantescos; es un pájaro formado de pájaros que viajan conformando la figura de un solo pájaro). Hace bastantes siglos que el pensamiento ya no cabía en la mente de un sabio, y que el sabio se convertía en el microsabio o en el parasabio. Y yo veo que a mí me sucede eso. Quizá Menéndez Pelayo lo había leído todo con 26 años, y quizá Dietrich Schwanitz se acueste cada noche sin una enorme jaqueca de orden divino, vindicativa de haberle puesto a su libraco el nombre con el que tuvo a bien parirlo (el sabio alemán escribió un texto que se llama La cultura. Lo que hay que saber); por mi parte yo puedo decir que me dedico a la enseñanza de las letras, que le dedico bastantes horas de mi ocio a las letras y que, pese a todo, tengo grandes y múltiples deudas literarias, libros que me gustaría haber leído y que no han pasado por mis manos.

En la carrera leía noticias legendarias de un individuo con un extraño apellido, auténtico capitán de la bohemia madrileña. No como esos falsos y burgueses de los Pérez Galdós, Clarín, Pardo Bazán y Pereda. No; esos eran unos vendidos, y su literatura apestaba a muerto, pero Alejandro Sawa... Eso era harina de otro costal. Sólo un rédito franquista había impedido que el bohemio del peculiar apellido se hubiera hecho con el pedestal que la literatura le daba pero que la historia de la literatura le escamoteaba.

Esta noche he leído una novela corta de Sawa.

Posiblemente a muy poca gente le interese esta entrada. La estética de La sima de Igúzquiza, novela con la que Valdemar pierde dinero pero gana prestigio (maniobra que tan hábilmente realizan editoriales como Cátedra), está absolutamente desfasada. Es un texto parcialmente clásico, por ejemplo en el tópico literario de comenzar los capítulos con un canto a la naturaleza, al sol, al amanecer; y, además, de amontonar accidentes en un plural masivo que no da idea exacta de lo descrito. También es clásico en la intromisión del autor en la obra, intromisión muy notoria -hasta el grado de desear la muerte a según qué personajes de su novela corta. No es tan clásico el comienzo de la misma, documental, que fuerza la ficción con la realidad al copiar parte de un auto judicial.


(Imagen tomada de http://www.trazegnies.arrakis.es)





La postura de Sawa es proverbial en lo anticlerical. Luego, sin embargo, hay expresiones que parecen religiosas o que al menos yo no he sabido o podido darles el matiz irónico. De donde me digo que a lo mejor a Sawa la fuerza se la iba por la boca. Cosa que no estaría mal si la boca aquí se refiriese por metáfora a la pluma. Pero no, la boca es la boca y la pluma es la escritura. El texto de Sawa es panfletario, y deja ver poco pensamiento por detrás. Un poco de ideología simple y nada más. Los personajes, por tanto, son planos y maniqueístas: principios del bien y del mal: jóvenes que venden su virginidad a patadas y mordiscos, curas sádicos, borrachos y rijosos, etc.

Total, yo tampoco tengo a los curas en alta estima, como Sawa, palabras más palabras menos, pero a fin de cuentas, si se me ocurriera escribir una novela, preferiría tratar de darles la dignidad artística del Fermín de Pas de Clarín. Cierto que el género novela corta no se presta mucho, pero La sima de Igúzquiza parece que se pase un par de pueblos, como dicen los parroquianos. Supongo que para hacerlo todo bien hay que ser buen escritor; comprometido con el arte, sí, y también fabricante de éste.

De las pocas cosas interesantes, para mí, de esta novela, son las conspiraciones iniciales, las descripciones bestiales de los brutos carlistas y en cierto caso, las vehemencias en execrar a los rivales políticos, que en ocasiones se vuelven auténticamente apasionadas. Si llega a lo cómico, supongo que será una cuestión personal.

Pues esto es lo que sucede cuando se regresa a mirar la Ítaca juvenil: que a veces lo que se encuentra uno no era lo que creía que habría en verdad. O más bien, que, el mundo, al ser mirado con los ojos un metro menos cerca del suelo, cobra otra perspectiva.


viernes, 9 de marzo de 2012

Neonomicon, de Alan Moore y Jacen Burrows

Aviso: vamos a jugar a los trabalenguas.

He leído discontinuamente los cuentos y relatos de H. P. Lovecraft a lo largo de mi vida desde que mis amigos Pedro (y J y G) me lo presentaron. A cuento de juegos de rol y fuera de ellos. He sabido de esos relatos también en medios diferentes, como la canción de Metallica Call of Ktulu, del disco del 84 (que yo oí mucho después). Algunos me han gustado más y otros menos. La idea de los libros enloquecedores me gustaba: era una ficción que rompía los marcos de la ficción y jugaba con la posibilidad de que yo, lector, fuera de la obra, me estuviera volviendo loco al leer a Lovecraft. Un poco como Cortázar en "Continuidad de los parques".

Ayer leí Neonomicon, un cómic de Alan Moore. Para quien no lo sepa, Alan Moore es al cómic como Gabriel García Márquez a la novela: un genio irrepetible. Ha parido numerosas maravillas de las que he leído algunas; unas me han gustado más y otras menos, pero son en general su capacidad de investigación, lo afilado de sus diálogos, su perspectivismo y la tensión que imprime a sus páginas lo que hacen de él un escritor maravilloso.





Neonomicon es un cómic estupendo. Jugando con el libro ficticio que aparece en los cuentos de Lovecraft llamado Necronomicon, da una vuelta de tuerca a la altura de la de Lovecraft al problema de la ficción y la realidad, del acto de la lectura y de la comodidad de la vida espectadora frente a la turbulencia del relato. Esto crea un pequeño galimatías que se puede explicar:

Lovecraft crea su mundo de ficción. En él los narradores (de ficción) cuentan historias terribles (de ficción) en las que personajes lectores (de ficción) son arrastrados por libros (de ficción) como el Necronomicon que abren a esos personajes alucinados al conocimiento de mundos (de ficción) de percepción nueva, dominados por seres casi omnipotentes conocidos como los Antiguos o más concretamente como los Primigenios . Los lectores (reales) son arrastrados por un acto metafórico (o metonímico, más bien) a la identificación con la ficción, porque ellos mismos (reales), están leyendo libros y relatos (reales) sospechosos o dudosos que lo mismo llevan a su locura.

¿Qué hace Moore? En su cómic hay una ficción llevada al segundo grado: los personajes (de ficción) hablan sobre la influencia de Lovecraft (real) en el mundo (real); de cómo aparece en los comics, en la música, en las camisetas, en los juegos de rol (reales). Los personajes (de ficción) comentan los aspectos literarios (reales) de los textos literarios (reales) de Lovecraft (real). Aún hay más: se especula con que Lovecraft no fuera el inventor-creador de los mitos de sus relatos, sino un mero descubridor-transcriptor-profeta y que por tanto sus relatos no sean de ficción. La torsión es impresionante, y el cómic una maravilla.

Pues eso es todo, y, como se dice por acá, ahí es nada. Disfrutadlo, que merece la pena. Aunque aviso, escenas fuertes tiene, y muchas. Pero claro, donde se metan los sectarios de Cthulhu, las máscaras de Nyarlathotep y los retoños oscuros de Shub-Nigurath, no va a haber nada bueno...

miércoles, 7 de marzo de 2012

La droga lectora y las drogas de la lectura

A las tres y cuarto de la tarde, y sin haber comido, en pie desde las siete de la mañana, es raro que a alguien le apetezca ponerse siquiera a hojear, lo mismo un buen libro de poemas que un ensayo o hasta una novela. Yo suscribiría algo así. Pero debo matizar: si a ese verbo en infinitivo se le cambia un poco la forma y se deja en gerundio (comiendo), confieso que a ese caballo sí puedo apostar. Desde hace varios meses descreí de la realidad y dejé de comer viendo el telediario. Cuando incluso la comida de mamá empezaba a resultar en digestiones problemáticas, empecé a inducir de un estrecho espectro de factores qué podía estar agriando mi momento de descanso: ¿el detergente nuevo, la radiación del móvil, las preocupaciones de un trabajo no más tenso que otros, que tradicionalmente había sabido confinar en su espacio y tiempo originales? No: debía ser algo más melifluo que todo eso, ya que se me estaba evadiendo de manera tan clamorosa. Era el telediario. Desastres naturales y naturalezas desastrosas; machismo, violaciones caseras diarias; Merkel, Sarkozy y gordos con puro salidos de un Audi A8; Mariano Rajoy con mayoría absoluta, Rouco Varela legitimando las entrepiernas españolas; el mundo era calamitoso y la comida me sentaba mal.

Me fui lejos de la televisión, tanto como las viviendas de la construcción pre-crisis consienten: al cuarto de al lado. Y me llevé un libro, y a mi perra Raspa y su cojín.

Y fue así como empecé a leer comiendo. Una copa de vino, que no tiene por qué ser el mejor y que conforme voy redactando estas líneas pienso que no es imprescindible siquiera que sea vino: cerveza, agua vale. Refrescos no, que son una porquería dulzona. Una rebanada de pan, que a veces se me ha olvidado comprar. Unos cubiertos que alguna vez hay que fregar ante de usar. Unos entremeses que casi siempre regresan como salieron al frigorífico hasta que llega la franja de alarma, dos días antes de cumplido el plazo de su caducidad. Y un libro delante. Se recomienda comida semisólida de cuchara. Las sopas son un poco molestas. Los filetes deben cortarse en taquitos previamente a la comida, como se hace con los niños pequeños y Nati Mistral nunca aprobaría; si no se hiciera, se corre el peligro de leer mal o de comer frío, errores de protocolo ambos que llevarán de nuevo a los problemas anímico-estomacales. 

 ¿Es la lectura una adicción? No soy Borges (la anciana dice que el ciego está apareciendo más de lo debido en este blog), no dedico todas las horas del día a leer literatura, pero sí es cierto que si se toma el libro adecuado y el momento adecuado, uno empieza a sentir cierta necesidad que al no ser cubierta causa cierta desazón. Hasta ahí la definición de un adicto queda bastante vecina. No necesito un Marqués de Cáceres, pero sí una buena novela y una tranquila hora entera para comer y leer. Esa es mi adicción lectora.

¿Y algunas drogas de la lectura, para concluir el propósito que me fijé en el título? Pues sólo voy a dar una nota de la última: Hilos de sangre, de Gonzalo Torné. La tomé prestada de la biblioteca y ahora mismo tengo una relación de amor-odio con ella que no me permite interponer otra lectura. El mismísimo Cavafis está, un poco humillado, esperando su turno. La radical contemporaneidad ridiculizada por el indolente paso del tiempo, las piruetas de la palabra contra la delicadeza psicológica y la demora del pensamiento en la palabra me tienen en un ay. ¿Me gusta o no me gusta? Eso no se contesta de las drogas; de ellas sólo se dice si uno se ha conseguido desenganchar o no. Pronto una reseña con la respuesta.

martes, 6 de marzo de 2012

Los seres indefensos, de Fernando Luis Chivite

El mundo de los libros es que es infinito. Y es que es, como diría el ciego más malasombra de toda Argentina, -terriblemente- infinito. Es una mala cita de "La esfera de Pascal", un cuento de esos que son tan grandes como el Duomo de Florencia y que merece más la pena que andar cotilleando blogs.

Un día compré en una Feria del libro un librito pequeño que se llamaba Los seres indefensos, de Ediciones Libertarias. Más de quince años después, lo cogí de mi viejo cuarto de la casa donde vivía con mis padres y ahí seguían indefensos los seres. Me dispuse a leerlo.

Me hicieron pensar, creo que ya lo he escrito por aquí, unas palabras que me disparó mi mujer: "¿Es que todo lo que comentas es bueno?". Esa pregunta podía leerse e interpretarse desde tantos ángulos que di un paso hacia atrás. Podía significar "¿Tan buen gusto tienes?" o "¿Tú nunca te equivocas a la hora de escoger un libro?" o "¿Tu gusto es tan amplio que todo te gusta?", o "¿Te gusta la literatura más que los libros?", o "¿De tan amplio que es tu gusto es que ya no tienes gusto?", o "¿Eres un orgulloso y no sabes decir que alguna vez la has cagado?", o "¿Es que no tienes criterio?", o "¿Si no sabes si un libro te gusta o no, sabes algo de literatura, algo has aprendido de tantos libros que has leído?"

La pregunta era vertiginosa.



(Imagen tomada del blog es.paperblog.com)



Me da mucho reparo decir que un libro no me gusta, y me pone los pelos de punta decir abiertamente "este libro es malo". La escritura de un libro (y ojo, digo un libro, no un cliché producto de consumo) entraña muchísimo esfuerzo personal, un via crucis de las ideas y las formas: cuál es la frase y el tono y la música, cómo empezar y cómo no bloquearse.

Los seres indefensos no me ha gustado. Con el tiempo, creo que los géneros son una ayuda más que una traba, un problema o una ley. Y si son una ley, merece la pena quebrantarlos a lo grande. Pero no quedarse a medio camino sólo por la pretensión de una mezcla sin más sentido que ella misma. No me ha gustado mucho porque es un libro en el que la expresión del sentimiento de un personaje -que podría ser un trasvase directo del del escritor, aunque no lo sé ni lo sabré- domina todos los demás elementos. Es una novela de expresión en la que un sentimiento general -de indefensión, de pequeñez- apabulla a los personajes -limitados, anecdóticos- y el yo hipertrofiado del narrador en primera puede con todo. El espacio es anecdótico también. Muchos de los elementos de la novela tienen su aparición y luego son olvidados. El tono creo que tampoco está demasiado conseguido. Y el exceso de ironía me resulta ya de un vacío tedioso.

Pero casi ningún libro está desprovisto de cosas buenas. Con Los seres indefensos en algunas escenas me he reído bastante. Confieso que al ser un libro más bien corto, con no muchas páginas, de capítulos muy breves bastante inconexos unos con otros, cada vez que volvía a casa del trabajo le echaba mano. En otras páginas he percibido recuerdos bastante cercanos a algunas partes de mi vida personal. Si el libro en líneas generales no me ha encantado, al menos algunas cosas buenas sí debo decir que tiene, como es su vocabulario y la precisión -un tanto esperpéntica- de su vocabulario.

Pues eso es todo. Leo sin embargo algunas poesías de Chivite en algunos blogs y me parecen muy buenas. ¿Será un libro de juventud? ¿Serán sus otros textos grandes novelas? ¿Será poeta y no prosista? Merece la pena seguir investigando, porque lo que es libros, aún hay por leer...