El verdugo no había descansado demasiado, y sin embargo, el soplo fresco de la noche que había bajado las temperaturas le había sentado muy bien. Cambió su desayuno. Cambió su rutina. Se aseó mejor que de costumbre. Iba a matar como siempre, pero el día era mejor. Él mismo era mejor, una mejor persona.
Se dirigió a su lugar de matanzas. Los de fuera le saludaron sin pasión, como siempre. Los de dentro entendieron que algo cambiaba. Hasta alguno -pensó él- pareció sonreírle. Así es que esa mañana, detrás de los muros, no murió nadie. O no se oyó que nadie gritara mucho.
(c) El cuentacuentos
Se dirigió a su lugar de matanzas. Los de fuera le saludaron sin pasión, como siempre. Los de dentro entendieron que algo cambiaba. Hasta alguno -pensó él- pareció sonreírle. Así es que esa mañana, detrás de los muros, no murió nadie. O no se oyó que nadie gritara mucho.
(c) El cuentacuentos
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