Los caminos de la Literatura son inescrutables, o la Literatura (se) escribe con renglones torcidos, o el Autor propone y la Literatura dispone. No se me ocurren más que modismos y expresiones hechas de sumisión irracional al Supremo (que no al dictador de Roa Bastos) para empezar a reseñar Bariloche, la novela de Andrés Neuman. Y esto es por variadas razones.
La primera es íntima y es irracional también. Nada tiene que ver con una mística autor-lector, sino con una sanísima envidia. Andrés Neuman se llama Andrés como yo y tiene la misma edad que yo. Pero claro, no todos los Andreses detreinta y cuatro años escriben tanto y tan bien como Neuman. Se me ocurre, para abismar aún un poco más nuestra diferencia, decir de él que es una bestia de las letras, título que cualquiera que lea esto y que haya siquiera hojeado un poema suyo, recibirá con un cierto reparo; ¡ya dije que yo no soy Neuman! Sus textos son bellísimos y variados, porque escribe de todo, y de todo escribe bien. Me explico: redacta y publica novelas, cuentos, ensayos y poemas. Ahí es nada.
Una segunda razón para mentar lo divino al comienzo de la reseña de un libro tan humano como Bariloche es explicar la extraña manera de haber llegado a él. Un magnífico poeta como José Oscar López, a quien tengo la suerte de haber conocido en algún momento de mi vida que no viene al caso, me dijo un día que echara un ojo a su blog personal. En ese pariente antediluviano (y bastante más ingenuo) de las redes sociales que son las listas de blogs que uno sigue, me llamó pronto la atención una caricatura que no era otra que el icono que dirigía al perfil y al blog de Neuman. Así, del supuesto medio secundario (un blog) pasé al gran medio (el libro, y encima de Anagrama, genial editora, por añadidura). De manera parecida, el argentino-granadino Andrés Neuman pasa en Bariloche del cuento a la novela, y del poema al cuento. ¿Qué es mayor y qué es menor? ¿Cuál es el criterio, el número de páginas? (No quiero recordar cierto sketch de Muchachada Nui sobre Arturo Pérez-Reverte...) Bariloche no llega a las doscientas páginas, y sus capítulos (esto no es un reproche, sino un mero gusto personal) raramente pasan de las dos páginas, cosa que algunos lectores no entendemos o no disfrutamos especialmente pero que en la novela funciona de maravilla. El puzzle hace de gran símbolo de la novela, y cada uno de los capítulos actúa como una pieza dispersa en una vida demasiado fragmentada para poder ser vivida, como para que su dueño logre recomponer el todo (o incluso que éste supere su miedo a hacerlo).
Bariloche es, además, (tercera y última razón), el paraíso perdido de su protagonista, basurero en Buenos Aires -si he entendido bien.- En esta novela, el espacio es importantísimo, y sus pinturas, generosas por lo variado, pero no por que cada una sea demasiado minuciosa, destacan fuertemente. Es una novela con la que los lectores de consumo (aquellos que sólo quieren acción-acción-acción) pueden aprender a disfrutar de una bella descripción. Los espacios son escasos, forzando una cierta claustrofobia inevitable: la casa de Demetrio, el protagonista, el autobús, el depósito de basuras y un corto etcétera. Los espacios del pasado se recuperan con la formación de un puezzle que es a su vez la reconstrucción de la memoria: una imagen simple pero bellísima.
¿Y el tiempo? Pues como el espacio, está quebrado. La mirada existencial de un hombre quebrado, cansado y empequeñecido, salta adelante y atrás en el tiempo, e incluso necesita de varios narradores con varias lenguas (español castellano, español argentino) para poder contar la historia.
Así es que cuando acabé de leerla, dije: ¡milagro! Un pequeño y bello milagro. Una muy buena lectura.
2 comentarios:
Me llama la atención.
Pues este verano te lo dejo. Un libro cojXXXXo, vaya.
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