Mi amigo
Tengo un viejo amigo que siente un imperioso placer por esas palabras que se sacuden en los estertores de sus sonidos y sus formas. Es una persona que cuando ve a alguien rabiar por la conspicuidad de sus vocablos, por ejemplo a mí, se ahorra de manera sistemática bromear sobre el volumen crítico de las venas de su interlocutor o la tumefacción de su cuello y faz. En su lugar no se priva del placer de aludir, como de pasada y como sin quererlo, a la palabra esternocleidomastoideo, mientras una incipiente sonrisa se muestra en sus labios.
Mi amigo, en ocasiones, me ha comentado -en alegoría pelágica- que las palabras le suponen el vaivén en que se realiza su humanidad. Las palabras son las olas que acosan al mundo, a los otros, a sí mismo, las olas que asedian el mar, que rompen lenta e inexorablemente los acantilados de lo prohibido por mandato o por ignorancia. El pensamiento es el retraerse del mar líquido de su mente, la resaca de las palabras que las alimenta en su siguiente asalto.
Sin embargo, resulta muy difícil frecuentar a alguien como él. No sé si plantear nuestra relación como la de un elegido o la de un iluminado con un chorlitejo, un heliotropo o una mariposa. Si es un elegido, se convertirá por derecho natural en el amo de los pequeñuelos que vaguemos en torno a sus faldas. Si es un iluminado, será el derecho divino el que dicte quién tiene el saber y quién no: quién guía el destino y quién lo acata o desconoce, tanto da. Aunque una venganza lenta y sopesada, si los chorlitejos somos capaces de ello, ya me hacen capaza de manipular una de sus armas: no el saber, sino un saber.
He intentado alguna vez, debido a razones que aquí no ha lugar recoger, si bien con escaso éxito, debo confesar, forzar a mi amigo a la chocarrería, a lo chabacano, a la falta de exquisitez. Habría podido relajarme hasta el extremo de caer dormido allí en medio, con la mayor expresión de bienaventuranza y sosiego, si una, y sólo una vez lo hubiera oído susurrar la palabra puta. Pero no lo logré. En lugar de eso, una apacible retahíla de otras lexías como geisha, hetaira, cortesana u odalisca empezó a enhebrarse en la conversación. Sin distinguir que la primera era japonesa, la segunda griega, la tercera europea y la cuarta musulmana. Eso no importaba en exceso, tal vez no era la circunstancia del enunciado la que le importase al orador, sino meramente la de la enunciación.
No en el esternocleidomastoideo pero sí en la pierna, en determinada ocasión una vez se introdujo no un ciempiés, mas un centípedo. Antes, durante y después de la visita al centro médico, todo su odio cupo en el sencillo trisílabo maldito. Fue un mal y merecido final para una noche en contacto con la siempre literaria naturaleza…Ninguno de mis lectores podrá dejar de anticipar cuánto le gustara a mi amigo la zoología, como tampoco podrá imaginarse cuán superior para él sería a ésta la botánica. Entre ellas dos, la proparoxítona por siempre jamás estaría en un escaño más elevado: tantos ranúnculos, caléndulas, mandrágoras, sépalos, pedúnculos e incluso los vulgares pétalos siempre serían algo distinto que patos, perros y gatos. Aunque la lengua (¡ah, la lengua!) siempre dejaba lugar a la redención, la de las ánades, la del cánidos y los félidos.
Aunque regrese siempre a la batalla por la evidencia, mi amigo, pese a todo, parece en ocasiones muy cansado. La lucha es por cada instante, y cada día es un retroceso, minúsculo pero visible. Yo mismo a veces me reprendo por haber herido a mi amigo. Mi amigo, esa persona lamentable, no obstante las vueltas y las revueltas del lenguaje, no deja de ser una inane serpiente medieval que no se levanta más de unas centímetros sobre el tobillo de un estricto San Jorge armado. Esa persona sucumbe ante el pronombre más simple y puro. Esa persona: yo.
(c) El cuentacuentos
Tengo un viejo amigo que siente un imperioso placer por esas palabras que se sacuden en los estertores de sus sonidos y sus formas. Es una persona que cuando ve a alguien rabiar por la conspicuidad de sus vocablos, por ejemplo a mí, se ahorra de manera sistemática bromear sobre el volumen crítico de las venas de su interlocutor o la tumefacción de su cuello y faz. En su lugar no se priva del placer de aludir, como de pasada y como sin quererlo, a la palabra esternocleidomastoideo, mientras una incipiente sonrisa se muestra en sus labios.
Mi amigo, en ocasiones, me ha comentado -en alegoría pelágica- que las palabras le suponen el vaivén en que se realiza su humanidad. Las palabras son las olas que acosan al mundo, a los otros, a sí mismo, las olas que asedian el mar, que rompen lenta e inexorablemente los acantilados de lo prohibido por mandato o por ignorancia. El pensamiento es el retraerse del mar líquido de su mente, la resaca de las palabras que las alimenta en su siguiente asalto.
Sin embargo, resulta muy difícil frecuentar a alguien como él. No sé si plantear nuestra relación como la de un elegido o la de un iluminado con un chorlitejo, un heliotropo o una mariposa. Si es un elegido, se convertirá por derecho natural en el amo de los pequeñuelos que vaguemos en torno a sus faldas. Si es un iluminado, será el derecho divino el que dicte quién tiene el saber y quién no: quién guía el destino y quién lo acata o desconoce, tanto da. Aunque una venganza lenta y sopesada, si los chorlitejos somos capaces de ello, ya me hacen capaza de manipular una de sus armas: no el saber, sino un saber.
He intentado alguna vez, debido a razones que aquí no ha lugar recoger, si bien con escaso éxito, debo confesar, forzar a mi amigo a la chocarrería, a lo chabacano, a la falta de exquisitez. Habría podido relajarme hasta el extremo de caer dormido allí en medio, con la mayor expresión de bienaventuranza y sosiego, si una, y sólo una vez lo hubiera oído susurrar la palabra puta. Pero no lo logré. En lugar de eso, una apacible retahíla de otras lexías como geisha, hetaira, cortesana u odalisca empezó a enhebrarse en la conversación. Sin distinguir que la primera era japonesa, la segunda griega, la tercera europea y la cuarta musulmana. Eso no importaba en exceso, tal vez no era la circunstancia del enunciado la que le importase al orador, sino meramente la de la enunciación.
No en el esternocleidomastoideo pero sí en la pierna, en determinada ocasión una vez se introdujo no un ciempiés, mas un centípedo. Antes, durante y después de la visita al centro médico, todo su odio cupo en el sencillo trisílabo maldito. Fue un mal y merecido final para una noche en contacto con la siempre literaria naturaleza…Ninguno de mis lectores podrá dejar de anticipar cuánto le gustara a mi amigo la zoología, como tampoco podrá imaginarse cuán superior para él sería a ésta la botánica. Entre ellas dos, la proparoxítona por siempre jamás estaría en un escaño más elevado: tantos ranúnculos, caléndulas, mandrágoras, sépalos, pedúnculos e incluso los vulgares pétalos siempre serían algo distinto que patos, perros y gatos. Aunque la lengua (¡ah, la lengua!) siempre dejaba lugar a la redención, la de las ánades, la del cánidos y los félidos.
Aunque regrese siempre a la batalla por la evidencia, mi amigo, pese a todo, parece en ocasiones muy cansado. La lucha es por cada instante, y cada día es un retroceso, minúsculo pero visible. Yo mismo a veces me reprendo por haber herido a mi amigo. Mi amigo, esa persona lamentable, no obstante las vueltas y las revueltas del lenguaje, no deja de ser una inane serpiente medieval que no se levanta más de unas centímetros sobre el tobillo de un estricto San Jorge armado. Esa persona sucumbe ante el pronombre más simple y puro. Esa persona: yo.
(c) El cuentacuentos
2 comentarios:
Que nooo, que no eres una persona lamentaaable, jeje...
Buen cuento, buenos aspamientos y retorcimientos para subrayar las palabras.
Me ha gustado, vaya.
Je, je... ¡Yo no soy el protagonista del cuento!
Es un cuento de dos personalidades escindidas, la ética y la estética, que se odian y se necesitan como buenos amigos.
Y el palabreo, pues sólo era la pista que le faltaba al cuento, supongo que se ve venir algún tipo de contaminación entre personajes desde los primeros párrafos. Si no, no tendría sentido el final.
¡Y por cierto, lamentable lo será...! Jajaja, bueno, ambos sabemos quién.
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