A lo mejor aún queda alguien en el mundo que no sepa que Benjamin Black es la personalidad literaria alternante de John Banville cuando le apetece escribir novela negra. Para ti, que aún no lo sabes, va esta nota introductoria. Para todos los demás, la entrada.
Un día leí en las páginas de Babelia sobre Benjamin Black y lo que leí daba ganas de salir corriendo disparado hacia la librería más cercana (Diego Marín en mi caso) y pedir el libro para empezar a leerlo según se regresaba a casa. O, más bien, dado que el Babelia me lo suelo llevar de casa de mi padre al día siguiente y se publica el domingo, lo que sugeriría esa maravillosa reseña sería ni más ni menos que arrodillarse ante los mostradores cerrados y plantar la tienda de campaña para ser el primero que tuviera semejante maravilla.
Los críticos exageran.
(Yo, que lo soy de medio pelo, lo hago.)
¿Banville o Black? Foto de El País tomada de www.elpais.com
El secreto de Christine (vaya título más anodino, por el amor de Dios, con lo bonito que es el original Christine Falls con su juego de palabras a partir de que Falls es apellido pero también significa homónimamente como verbo algo que tiene que ver con la trama) es una buena novela negra. Pero no es el final del mundo. Y no es Los infinitos. No he podido dejar de compararla con Los infinitos, lo siento. Son géneros diferentes, lo sé, pero es que son tan distintas y aquella me gustó tanto que ésta, sin estar en las antípodas, sin ser aborrecible ni fastidiosa ni un peñazo -repito que no es una mala novela- no es tanto como aquella.
Sobre qué trata no debería hablar mucho. A fin de cuentas una novela negra basa parte de su interés y de su mérito literario en la construcción (y reconstrucción) de la trama, con unos sucesos de los que el lector y los personajes saben más bien poco pero que a simple vista no asemejan nada bueno. Únicamente diré que tiene que ver con las investigaciones de un patólogo forense, Quirke, sobre el destino de una chica recién fallecida cuyo informe parece estar burdamente corregido. A partir de ahí, un mundo. (No he desvelado nada nada nada, lo juro.)
Benjamin Black hablando sobre Christine Falls
Una novela negra, a mi juicio, también debe contener una buena ambientación espacial. ¿Christine Falls la tiene? Dublin en los años 50 es la ciudad elegida. Echo en falta una referencia a la guerra mundial, la verdad, aunque mi inclutura histórica me impide tener un fundamento claro de si Irlanda sufrió directamente el infierno de la guerra o no, y no estoy dispuesto a bucear en la wikipedia para pescar un dato que olvide cinco minutos después de publicar esta entrada, al menos un poco de dignidad; de cualquier modo, con Irlanda bombardeada o no, el mundo entero y la historia del pensamiento habían cambiado radicalmente y no creo que la Irlanda de unos cinco a diez años después existiera en una dimensión independiente. Sólo a final de novela hay alguna mínima mención.
Los pequeños decorados también son fundamentales. Aquí hay tabernas, callejones, grandes mansiones frente a un mar amenazador, un mar de denuncia. (Moss Manor es escalofriante.); está el hospital, la luminosa obstetricia y la lúgubre morgue de los personajes que son unos dióscuros de un Zeus que es el juez. ¡Redactando estas líneas me doy cuenta de que este Banville es un enamorado de la mitología! Pero es que también se puede hablar de un Edipo, de una Amaltea, etc.
Los personajes ofrecen luces y sombras. Normalmente están definidos por muy pocos trazos característicos sobre los que el narrador hace un ostinato musical (la cojera y corpulencia de Quirke). No me ha gustado la pobreza de personajes secundarios (aunque sean estupendos hay muy pocos, como Andy y Claire, Costigan, el poeta, Brenda Ruttledge o Philomena, qué bonito el personaje de Philomena) ni tampoco la reutilización constante de personajes para todas las subtramas, que me ha dado la impresión de que los personajes acaben siendo chicos para todo, actores sobreempleados. Psicológicamente se puede decir que son muy buenos. Y muy fumadores y bebedores, jaja. Qué bien que se haya dejado memeces políticamente correctas: todos los personajes fuman -salvo un abstemio que es peligrosísimo, jaja- y beben bastante. Quirke lucha contra su alcoholismo antes que contra ningún complot ni enemigo. Rose es estupenda, Phoebe es muy real como joven contestona. Malachy es pétreo, y Andy y Claire son simplemente magistrales. (Qué maravillosa es su pequeña historia, simplemente no hay palabras para describirla.)
Tráiler subtitulado de Albert Nobbs, con guión de Banville
Banville es un amo de las palabras. Yo esta novela la he leído en traducción, así es que en realidad lo que me he metido al cuerpo ha sido una suma de ideas de Banville, de estructuras de Banville y de palabras de su traductor. (Esto en estudios literarios se llama inventio, dispositio y elocutio, por si a algún depravado le causa curiosidad). La traducción de la novela es buena, pero no brillante. Hay algunas partes donde los significados quedan muy ambiguos (no sé si es la intención de Banville, bien captada por su traductor, pero parece que no crea un efecto muy llamativo, lo que me lleva a pensar en un fallo de traducción), y otras en que se repiten palabras innecesariamente, aunque de nuevo podría ser cuestión de Banville.
Pues eso es todo; por el momento prefiero a Banville antes que a Black, pero no es un mal libro, vaya que no. Las primeras cien páginas cayeron en una tarde relajadamente en casa, y tras esto ha acabado leyendo mientras paseaba a la perra por la calle, en la sala de espera de un hospital, en la playa... Quizá necesité menos luz y más humo, frío y whiskey. El caso es que pienso que ¡con la ley antitabaco complicado va a ser!