Como no quería dejar pasar el año sin
hacer una breve reseña de los libros que he leído -más que nada
por ejercitar un poco la memoria y traerme al presente los buenos
momentos que me dieron- he decidido reunirlas todas en una misma
entrada en lugar de subir quince entradas de golpe, cosa que no tiene
mucho sentido en un blog. Estas reseñitas no tienen un gran trabajo de estilo: por si no gusta mucho su expresión, pido disculpas de antemano.
(1. Tu rostro mañana, de Javier
Marías)
Una de las lecturas más interesantes
que hice a principios de este año fue la seudotrilogía Tu rostro
mañana. Y digo seudotrilogía porque realmente no lo es. Es una sola
-muy extensa- novela, publicada en tres fragmentos por equivocadas
razones editoriales. De ahí que si alguien empezó con la primera
parte y esperó una pequeña conclusión según se iba acercando el
final de sus páginas (bueno, en mi caso porcentaje de lectura del
ebook), se llevó un chasco. Y si alguien se compró la segunda parte
sin la primera, se le debió quedar cara de tonto al no entender nada
debido a que las claves de lo leído ya estaban escritas en otro
lugar.
Tu rostro mañana es una maravillosa
novela escrita con el característico tempo ultralento de Marías,
donde el argumento es realmente lo de menos y lo de más, la serie de
reflexiones e ideas que van surgiendo al hilo de ese mínimo
argumento (un exprofesor universitario que al separarse de su mujer
se marcha a Inglaterra y allí es reclutado por un servicio secreto).
Dichas ideas pueden expresarse como monólogos mentales o como
diálogos entre personajes, aunque cada intervención de cada
personaje pueda durar varias páginas.
La novela entera es un cántico a la
hermenéutica, a la interpretación, a la mirada que puede errar o a
la que no se le permite ser errada, una elegía por una verdad que ya
no existe más que como algo bronco e impuesto. Es un tema, barroco,
que me gusta mucho. Otros temas que a mí también me han gustado han
sido los juegos de la traducción -que es todo un ámbito de la
interpretación, claro está, la atribución de sentido-. Las frases
más contundentes, propias y de otros, se retoman y se varían y se
miran desde todos los ángulos. Al final volver a leer una frase
aparecida trescientas páginas atrás acaba siendo tan emocionante
como si uno se volviera a encontrar con Edmundo Dantés.
(2. Eclipse, Imposturas, Antigua luz,
de John Banville)
La trilogía de John Banville me llegó
de rebote. Me regalaron Los infinitos, de John Banville, y al menos
cuatro personas la disfrutamos. (Me gusta tanto dejar libros -para
luego poder hablar sobre ellos- que lo sigo haciendo aunque algunos
ya no hayan regresado). Regalé a mi madre un libro llamado Antigua
luz. La portada y el título, y sobre todo el autor, ya valían la
pena, incluso sin saber nada más de él. Y con el tiempo lo pedí
prestado. Y resultó ser la tercera parte de una trilogía. Me ha
pasado en más casos de lo normal, pero es lo que sucede cuando te
niegas a leer contraportadas o sinopsis. Encontrar los otros dos
libros me resultó bastante complicado, sobre todo Eclipse: un libro
que tiene unos diez años y era imposible comprarlo en ninguna parte.
Al final, por préstamo interbibliotecario lo conseguí reenviado de
Guadalajara a la Biblioteca Nacional de Madrid.
Eclipse es extraño, no augura nada
bueno. Es un libro que causa inquietud, aunque no sabes exactamente
por qué. Hay una Rebeca de Hitchcock (para los que no lo sepan,
Rebeca es un personaje de la película Rebeca del que se habla
constantemente y creo recordar que no aparece en la película) que es
la hija del protagonista, que tiene un problema mental que
desestabiliza mucho al lector. Y a la luz rota de una casa familiar
semiabandonada, el protagonista, un gran actor de teatro recién
retirado con un ego del tamaño del universo, a punto de separarse de
su mujer... (No sigo). El argumento es bueno, la novela engancha
aunque no tiene intriga. No es la falta de conocimiento de los hechos
lo que motiva a seguir leyendo, sino las dudas sobre los tumbos que
darán los personajes lo que hace seguirlos en esa casa materna
semiabandonada.
Imposturas es una novela par en una
trilogía, y lo demuestra. El protagonista ahora es el hombre que ha
acompañado -o inconscientemente motivado- la huida de la hija de
Alexander Cleave, el actor. Es genial, realmente enorme, la elección
del personaje: un teórico literario de los años setenta sobre la
teoría de la deconstrucción (no se menciona explícitamente pero
parece que podría ser), tipo Derrida, Kristeva, etc. Quién mejor
que alguien así para protagonizar la novela. Pero es que su propia
vida es el robo de la vida de un amigo muerto en la guerra. Trata
sobre la falsedad, el engaño, la imposibilidad de conocer la
verdad porque la verdad no existe, es todo construcción.
Es una novela emocionante y muy
dolorosa. Se pasa mal, cuidado.
Antigua Luz es el regreso a Alex
Cleave, concretamente a su infancia, a su enamoramiento y sus semanas
de amor con la madre de su mejor amigo. ¿Qué pinta un escarceo tipo
El Graduado en todo esto? Pues que no estoy hablando de qué hay
detrás de toda esta serie de novelas... Si lo hiciera entonces le
veríais sentido, y mucho.
Fueron tres lecturas inolvidables.
(4. Ángeles del infierno y Bélver
Yin, de Jesús Ferrero)
Ángeles del infierno fue un libro que
saqué de la biblioteca junto con Imposturas. Devolví uno de Rodrigo
Fresán sin leer por leer este y lo lamento. No me dijo nada: estaba
lleno de tópicos y de estilizaciones vacías -para mí vacías- que
no entablaron diálogo conmigo y con mi visión del mundo en ningún
momento. Me hacía ilusión leer algo del autor de Bélver Yin y por
eso lo cogí. Meses después -y una feria del libro después- cogí
el libro por el que debía haber empezado y me dijo lo mismo: nada.
Pero al menos me gustó más su escritura, más vacía, más
humeante, más sugerida. Hay un exceso de sugerencia y una carencia
de realidad en esta novela, pero es que hay que entender que Bélver
Yin se publica en 1981. La sociedad ha cambiado, y hoy como novela
ese exotismo sin nada más es un valor a la baja.
(5. El villorrio, de William Faulkner)
Una novela difícil. Vaya que si lo es. El señor Faulkner es un
poeta metido a -gran- novelista. Sus frases son preciosas. A todo el
mundo le he comentado mi epifanía lectora del capítulo central de
la novela, que se trata de un viaje épico, gigantesco, de un
deficiente mental para poder beneficiarse a gusto a la vaca de su
vecino. (Para los morbosos: esto sólo se sabe por un comentario que
le hace un personaje a otro como cuarenta páginas después; y que
nadie me venga con lo de excusatio non petita...) Es una novela llena
de personajes hieráticos maravillosamente planos que no se pueden
olvidar, como Eula, los Snopes, el maestro, Jody, … La disfruté y
bien.
(6. En legítima defensa, poetas en
tiempos de crisis, de VVAA)
En legítima defensa es una antología
publicada por Bartleby y subtitulada “poetas en tiempos de crisis”.
Junto con un poemario de un escritor mexicano que ahora no recuerdo,
los compré un día que tenía hambre de poesía, que marché sin ideas preconcebidas a Diego Marín y estuve charlando con A. Paniagua sobre las
traducciones de unas décimas (¿o eran sextinas?) en el fondo de
Expo libro. Es un gran compendio de poetas, más jóvenes, más
veteranos, cada uno de los cuales contribuye con un poema. Los hay
con un estilo llano, casi prosaico o directamente prosaico y los hay
simbólicos o herméticos. Con la lectura de este libro y con la de
la revista La galla ciencia he ido perfilando cuál es el tipo de
poesía que más placer me proporciona, y es aquella que no es
prosaica pero que no expresa sentimientos ni ideas complejos. Me
gusta que la idea sea rotunda y que la palabra sea susurro.
(7. El arrabal de Cannery y Dulce
jueves, de John Steinbeck)
Frente a El villorrio de Faulkner, surgió la
lectura de John Steinbeck y sus dos novelas: El arrabal de Cannery y
Dulce jueves. (Conste que de nuevo empecé por el segundo libro). Son
novelas amables, cervantinas, parece estar uno junto a Rinconete y
Cortadillo escuchando historias de historias. Con no ser lo mejor de
Steinbeck, se leen con gran placer porque sus personajes son
interesantes, pero sus espacios lo son aún más, o al menos están a
la misma altura. Es imposible no imaginárselas como cine
norteamericano, parece uno estar viendo, qué se yo, al John Wayne de
las comedias. La genialidad del escritor hace que, de
cuando en cuando, hablando de Mack el cuchillos (Bertolt Brecht), se
descuelgue comentando a François Villon, por poner un ejemplo. Otras dos que recomiendo a cualquiera que necesite una sonrisa.
(8. De vuelta del mar, de Robert Louis
Stevenson)
Los poemas de R. L. Stevenson, en
selección y traducción de Javier Marías, me decepcionaron un poco,
la verdad. Tiene algunos buenos versos, muy buenos, pero no termina
de cerrar poemas. Veo que siempre, a mi gusto, les sobran versos, o
retórica, o alguna imagen demasiado formal. Esperaba más, o
esperaba otra cosa. Pero no ha sido una mala lectura, en absoluto. La
traducción sin embargo, en edición bilingüe confrontada, da gusto, es enorme.
(9. El jardín de cemento, de Ian
McEwan)
El jardín de cemento es una de las
primeras novelas de Ian McEwan, un escritor al que yo conocía por
Sábado. A un amigo le regalé Chesil Beach y a otro Solar; un día
volverán a mí para que pueda leerlas (¿soy el único que regala
libros sin haberlos leído?). El señor McEwan es un agudo traficante
de ideas. No es tan brillante con las palabras como otros escritores
cercanos a él en edad y formación (Banville, por ejemplo; Martin
Amis es aún deuda literaria) pero sí lo suficiente como para
dejarnos anonadados. Esta, que es una de sus primeras novelas, es
realmente sórdida, a pesar de lo cual se lee sin parar hasta el
final. A veces te das cuenta de que te estás deleitando poco en
bellos pasajes, ¡pero es que quieres más! En El jardín de cemento,
el espíritu adolescente e infantil es el tema que absorbe al
escritor para darnos sus cuatro personajes (la novela no llega a
tener veinte, y acaso diez importantes, y lo mismo habría dado para
una obra de teatro del tipo La señorita Julia, posiblemente el
nombre de ella sea un homenaje al texto de Strindberg) con todas sus
miserias y sus bellezas. Ando buscando la película que filmaron
porque Charlotte Gainsbourgh como Julie es un auténtico éxito de
casting.
(10. Hablar solos, de Andrés Neuman)
Neuman es uno de mis escritores
favoritos. Me gusta mucho cómo narra, cómo se identifica menos con
los personajes de sus novelas que con las personas que han pensado,
hecho o sentido lo que sienten, hacen o piensan los personajes de sus
novelas -quizá lectores, quizá él mismo, quizá terceros-. La suya
es una inteligencia empática. Por eso cuando uno lee Hablar solos,
novela donde tres monólogos se entrecruzan (de una madre, un padre y
un hijo, en mitad de unas circunstancias dolorosas), no se puede
casar con ninguno de ellos aunque estos mantengan diferencias
profundas. Es una novela preciosa, posiblemente la que más se me
haya clavado, porque contra lo que algunos piensan, los que
estudiamos y enseñamos profesionalmente la literatura no nos
mantenemos siempre en la torre vigía, distanciados, interesados por
el libro sólo como texto y como objeto o como algo formal, sino que
muchas veces también ponemos nuestro mundo y reímos y lloramos con
los seres que desfilan y bailan por delante de nuestros ojos.
(11. Secretos a voces, de Alice Munro)
La premio Nobel Alice Munro me dejó
frío. Sí: es una escritora de interiores; sí: es chejoviana y
cervantina; sí, domina la técnica narrativa. Pero su libertad
escritora rompe tanto con las convenciones que al final no puedes
quitarte la protección de dejar pasar el tiempo y a ver qué sucede
en el libro. Te expulsa, te impide que entres al diálogo con ella,
es “demasiado libre”. Secretos a voces tiene páginas muy buenas
en medio de un laberinto de narraciones del que no sabes salir y que
por tanto no te deja admirar desde un poco ed perspectiva. O eso me
sucedió a mí. Será que estoy viejo.
(12. Solaris, de Stanislav Lem)
Leí Solaris, el libro que no existe,
para pagar una deuda con un cliente de El corte inglés al que dije,
mientras me hacía fastidiosamente buscar su libro en la base de
datos y mientras mis compañeros se llevaban todas las jugosas
comisiones de ventas de esas navidades en que triunfaba El señor de
los anillos por la película de Peter Jackson, que ese autor no
existía.
- ¿No existe? ¿Cómo que no?
-Pues no. Le habrán dado mal el
nombre. Lo siento. Adiós.
El karma cósmico tiende a aplanarse,
y por eso, una vez en un instituto de Extremadura, cuando pedí que
mis alumnos trajeran a clase como libro de lectura obligatoria La
isla del tesoro, en lugar de hacer el pedido a la editorial, el librero les contestó lo mismo que yo dije un día sobre
el libro de Lem.
¿Y de qué trata? Pues de un
océano-planeta que es un colosal ser vivo y que es mucho más
inteligente que un ser humano. Con el problema de la incomunicación
y las elucubraciones. Algunas páginas son muy farragosas, pero en
general no es una mala novela, y llega a tener en vilo al lector.
Algunos personajes son -en el mal sentido de la palabra- algo
dostoievskianos, y los monólogos interiores son bastante
cuestionables, pero no es una mala lectura, para nada.
(13. Onithsa, de J. M. G. Le Clezio)
Onitsha, de J. M. G. Le clezio, no me
gustó. Me aburrí bastante leyéndola. No sabía qué leía, si una
novela poscolonialista, o una novela de aventras, o de iniciación, o
new age o qué carajo era eso. Las páginas del niño y de su madre
Mahu, muy bien. Las de la búsqueda del grial (el lugar donde
aposentar a su pueblo) de la reina nubia fueron mediocres. Muchos
personajes quedan a medio dibujar. No me gustó mucho, y no tengo
clara la actitud de este autor con respecto al problema del
postcolonialismo, cada vez más creo que es pintoresquista, que no
tiene una aproximación sincera al fenómeno africano.
(14. La noche de los tiempos, de
Antonio Muñoz Molina)
Esta novela del escritor Antonio
Muñoz Molina fue un fenómeno de lectura importante. Al adquirirla,
resultó que me llevé a casa una cosa inmanejable, con letra pequeña
y muchas páginas. Fue uno de los motivos para comprar un ebook.
Además, y este es el segundo fenómeno que ahora comentaré, se dio
hasta niveles muy elevados, el fenómeno del robo literario. Un libro
te roba tu atención que estaba depositada en otro libro, y así
dejas un libro a medias para coger otro. Lo hago mucho. Con La noche
de los tiempos me pasó hasta páginas avanzadas, al menos la mitad
del libro. Es decir, que a mitad de lectura empecé otras lecturas a
mitad de las cuales empecé otras lecturas. Es criminal.
El caso es que el libro está muy bien
escrito, con la habitual técnica narrativa de Muñoz Molina, que es
amplia, y seudo-novela la vida de Pedro Salinas y su historia de amor
con “la americana”. Pone cara a muchos personajes que son (solo)
leyendas de los libros de historia e historia literaria y sirve para
ajustar cuentas a otros como Alberti que no salen muy bien parados. Y
sirve para mostrar claramente el republicanismo democrático de Muñoz
Molina. Bien, muy bien, muy recomendable.
(15. El catolicismo explicado a las
ovejas, de Juan Eslava Galán)
Se trata de un ensayo humorístico
contra las religiones en general y contra el catolicismo en
particular. No está nada mal, y lo mismo sirve para despertar una
sonrisa que una reflexión, pero en ocasiones se vuelve pesado de tan
prolijo y porque en otras repite las mimas ideas y así pierden
frescura cómica.
(16. Todos los hermosos caballos y En
la frontera, de Cormac McCarthy)
La trilogía de la frontera, de Cormac
McCarthy está a mitad. He leído el primer libro, simplemente
maravilloso, y estoy a mitad del segundo. Lo he dejado a medias,
sinceramente me costaba bastante leerlo: con un léxico abrumador y
no estando en la mejor de las situaciones me fui a lecturas más
satisfactorias e inmediatas.
(17.Poesía. Ártico, de Juan de Dios
García)
Y allí estaba la poesía. Si algo ha
tenido de especial este año de lecturas ha sido la conquista de la
poesía. Anteriormente respetaba ese archigénero, ese tercio de la
división tripartita que, en palabras de mis alumnos, contiene “obras
que no acaban los renglones”. Aparte de su primera impresión (yo
les intentaba seguir el razonamiento para que le encontraran sentido
al hecho poético, y al final alguno pudo comprender el concepto de
ritmo, no voy a quitarme medallas innecesarias), yo compartía con
ellos un cierto respeto y un cierto miedo. Había leído bastantes
poemarios pero la experiencia al final acababa siendo un tour de
force en el que algunos largos ratos se justificaban solo por
pequeños momentos. Y sin embargo, llegaron Juan de Dios García,
José Oscar López, La Galla Ciencia, Poetas en tiempos de crisis -la
antología de Bartleby) y En resumidas cuentas, de José Emilio
Pacheco. Y con ellos llegó mi lápiz.
A día de hoy creo que leer poesía
-para mí- es otra cosa si se hace con un lápiz. Esto es, tomando
notas, escribiendo impresiones, recuerdos, glosando, acabando,
criticando, elogiando. Es otra cosa absolutamente diferente. No se
puede ser un lector pasivo de poesía. Es mi opinión de lector
novato de versos. Que a mis treinta y siete años ya me vale.
Los poemas de Ártico, de Juan de Dios
García, fueron escuchados en el museo Ramón Gaya de la boca de su
escritor, y después de nuevo ante mis alumnos de Literatura
universal en el instituto. Estos se quedaron cuando la última hora
ya había acabado para hablar con su escritor. Eso es algo que yo no
he visto en años. Pero es que Juan de Dios se expresa fenomenalmente
bien, y con menos palabras, dice más cosas. Su poesía es igual.
Glosa con pocas palabras e imágenes (aunque bien escogidas, ni
afectadas ni vulgares) sentimientos muy complicados. A ambos, a mis
alumnos y a mí, nos encantó oír el poema de la “Academia general
del aire” una vez más. Las referencias a Malcolm McLaren a ellos
se les quedan en el aire. A mí, no. Mi favoritos son “Traicionado”,
“Decadencia” y “Carteles”, pero los disfruto igual casi
todos, con esos endecasílabos imposibles y elegantes.
(18. Los monos insomnes, de José Oscar
López)
He oído varias veces a José Oscar
López, recitar, porque lo conozco y aunque lo frecuente poco lo
puedo llamar amigo. Este año nos sorprendió con Los monos
insomnes, un libro de cuentos. Durante un tiempo seguí su blog como
ejemplo de qué me gustaría escribir si hiciera un maravilloso blog
poseyendo varios talentos (filosófico, literario, musical,
plástico). Yo milito en las filas de “un blog de andar por casa”,
así que mi blog, este blog, no se parece en nada al de José Oscar (aunque ya me
gustaría a mí, ya). Y una de las cosas que más me gustaba, junto
con los poemas y los dibujos (que son una pasada que debería ir a un
libro) eran los microrrelatos, porque sabía captar el momento. De
ahí, pasar a relatos de treinta páginas podía ser arriesgado:
conservar la tensión y prolongarla no es nada fácil. Pero José
Oscar lo consigue. Su primer cuento sobre John Holmes es grandioso
como... bueno, si interesa que se busque en el propio cuento, y el
segundo, “El universo es un jardín a nuestro paso”, aún mejor.
“El armiño telépata” es otro de mis favoritos. No voy a mentir
diciendo que me vuelven loco todos y cada uno de los cuentos del
libro, pero sí puedo decir que tres o cuatro de ellos son
fenomenales, fuera de lo común, y brillan a una altura digna de esos
autores que publican para Alfaguara y les hacen tiradas de decenas de
miles de libros.
(19. La galla ciencia, VVAA)
Una revista preciosa que se llama La
galla ciencia también me ayudó a aprender a disfrutar de verdad la
poesía. Las revistas incluyen muchos poemas unidos por vínculos que
pueden ser muy evidentes -bio-bibliográficos, temáticos- o más
sutiles -estilísticos, retóricos-. Los poemas de La galla ciencia
eran una sorpresa: páginas y páginas -88- de autores para mí
desconocidos que hablaban mi lengua y la usaban para explicar mi
mundo. Fue un descubrimiento. Ahora que estamos de vacaciones buscaré
más revistas poéticas y animaré a la publicación del segundo
número de La galla (sabéis todos los que leéis esto del juego de
palabras del nombre, ¿no?). Y también estuvieron los poemas que
antes he comentado, de Stevenson, los de la antología temática de
poetas contra la crisis y una larga y hermosa antología de
Constantinos Cavafis.
(20. Obras completas, Constantinos
Cavafis)
El poeta griego, si se lee por encima,
parece un frívolo empedernido, siempre hablando de amores y de
cuerpos y de placeres, pero es cierto que en su poesía late un pulso
de elegía que no se puede esconder, y que cada uno de los verbos que
escribe en tiempos de pretérito es más nostálgico que el anterior.
Ítaca lo conoce todo el mundo. El resto de sus poemas, supuesta
prosa cargada de reminiscencias helenísticas y a la vez atemporales,
está a la altura de la gran reputación de su autor.
(21. Moby Dick, de Herman Melville)
Moby Dick es la novela que estoy
leyendo ahora. Mi amigo Juan Antonio propuso un juego-club de lectura
al que llamó “el clásico gordo del verano”. Este año, para
inaugurar una buena tradición, vamos a hacerlo no con un libro sino
con dos, y los que caerán serán Tristram Shandy y Moby Dick. El año
que viene leeremos otras literaturas que no sean anglosajonas. Por el
momento, lo que más me llama la atención, además de la mirada del
narrador testigo, es la idea del viaje como metáfora de la muerte
voluntaria. Una atracción suicida por el vacío.
(22. Nada que perder, de Alfredo Félix-Díaz)
Es un extraño libro, extraño para mí, pero es que mi referente real soy yo y por ello me tengo que dar alguna importancia. Cualquiera que lea esto puede opinar de modo distinto. Los poemas de Félix-Díaz o me emocionan o me resultan estúpidos. No me deja término medio. Pero claro, si unos pocos poemas ya valen, el libro ya vale. Así que considero que saltando páginas o deshojando el libro fue una gran experiencia, nacida también de la tarde de hambre poética en que compre la antología de Bartleby.
(23. Cuentos, de R. M. Rilke)
En una web de descargas encontré los
cuentos de Rilke. No conociéndolo mucho (sólo había leído los Sonetos a Orfeo, con una dificultad que llega a la altura de su
belleza), me resultó tan interesante el hecho, a lo mejor el viejo
mito filológico de leer algo que casi todos desconocen, el Henry
Jones que llevamos todos los filólogos dentro, que decidí empezar a
leer. No es por el “total, es gratis” que me puse, porque el
tiempo nunca es gratis, y cada lectura que se hace o no se hace es
una elección sartreana desde el momento en que somos conscientes de
que no lo podremos leer todo. Pero me dije que sería interesante y
empecé.
Craso error. Los cuentos son
predecibles, no están bien acabados, son muy modernistas, en
resumidas cuentas, tienen un aspecto y también un fondo
absolutamente anticuado, y no permiten el mínimo diálogo con el
lector. En resumen, un error. Todos los tenemos. Pero me sirvió para
reflexionar sobre las lecturas extraídas de internet. En general no
estoy a favor de la piratería si bien yo mismo he copiado archivos
de texto, de cine y de música en ocasiones. También estoy en contra
del coste abusivo que tienen dichos bienes culturales que impiden su
popularización. Las bibliotecas no son la solución salomónica:
intenté ver, en su día, la serie Perdidos tomándola en préstamo
de la Biblioteca Regional y fueron muchas las semanas que tuve que
esperar para conseguir el capítulo siguiente, que luego resultaba
estaba estropeado y no se podía ver. Creo que el almacenamiento, el
disfrute y la posesión de los bienes culturales son conceptos que
tienen que ser redefinidos o al menos todos los agentes implicados en
ellos -, creadores, consumidores, productores, intermeciarios- deben
sentarse a hablar sin prejuicios.
(24. Loup garou, de R. B. Russell)
Es una novela corta interesante,
sorprendente desde el punto de vista formal. La ciencia ficción y
los géneros no realistas tienen mucho que decir. Para mí no son
subliteratura. Lo es cualquier literatura de mala calidad, poca
originalidad y nulo diálogo ideológico con el lector.
(25. Isaac Asimov, Yo robot)
Con Solaris y Loup garou (American gods
de Neil Gaiman está recién empezada por recomendación de mi amigo
Pedro López (creeloquequieras.blogspot.com.es), y hay que darle aún unas páginas más para poder
decir algo de ella) ha sido la tripleta de novelas fantásticas y de
ciencia ficción que he leído este año. Es una novela de inventio y
sorprendentemente de dispositio, en términos retóricos. En términos
cristianos, es una novela donde las ideas son muy originales y que se
exprimen hasta sus últimas consecuencias. Pongamos por caso que
Isaac Asimov se inventa un par de premisas -existen los robots y
están programados con tres máximas ordenadas acerca de su
interacción con los seres humanos-. Pues en la novela lo que hace es
ordenar una serie de relatos, contados por una vieja científica
-robopsicóloga- a un periodista en los que los relatos van jugando
con diferentes posibilidades basados en esas tres leyes de los
robots. Es un enorme “y si...” construido muy inteligentemente.
Por desgracia la lengua no siempre acompaña, pero quizá unas cosas
compensen otras.
(26. Trilogía del mal: La ofensa, Derrumbe, El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón)
A mí este escritor me apasiona. Creo
que aLa ofensa es una novela tan absorbente... y El
corrector, de la vida propia a los aviones del 11S... Yo las
recomiendo de todas todas. Es tremendo.
A día de hoy, con Neuman, es mi escritor español favorito, no
entendiendo que eso sea una liga menor -criterio cuantitativo-, sino
que es un escritor que comparte espacio, tiempo y cultura conmigo
-criterio cualitativo. Estas tres breves novelas quitan el hipo,
cortan la leche y dejan sin palabras. Sus ideas son afiladas y
precisas, y van de lo sensorial a lo abstracto con pasaje de ida y
vuelta: su autor es filósofo, y eso se nota. Suelen tratar sobre la
dignidad humana.
(27. El gaucho insufrible, de Roberto
Bolaño)
Me reía con uno de los escritores
(vivos) de esta lista con el que tengo la suerte de, de tanto en
tanto, cruzarme un par de tweets, preguntándole qué pasaba con
Bolaño, qué es lo que le pasaba. Le argumentaba que a mí los
gauchos como que me importaban tanto como el polvo se que se posa en
el coche de mi vecino, o sea nada. Pero que me había leído dos
veces seguidas el primer largo cuento de la colección homónima. A
día de hoy sigo sin saber cuál es el misterio Bolaño. No sé qué
me gusta en él, pero es abrir su primera página de un libro, el que
sea -bueno, sólo he leído dos... Por ahora- y ya me ha raptado. El
cuento del ratón policía Pepe el tira es simplemente producto de un
genio.
Y por aquí voy a cortar. Es una larga
entrada y supongo que habré aburrido a quien haya llegado hasta acá.
Mis disculpas, pues. Trataré en lo sucesivo de reactivar este blog
con un poquito de material breve, poemas quizá y reseñas algo más
cortas de las que redactaba antes.
Gracias por la lectura.