Blog literario idiota de Andrés Nortes Martínez-Artero. Literatura y rock en vena. Y alguna cosa más

lunes, 29 de agosto de 2011

Delicado

Delicado

Sosteniendo un vilano entre los dedos, se preguntaba con osadía cuánto tiempo podría contener la respiración la existencia, cuánto el universo retener su furia bárbara, su movimiento sin fin, su big bang y su contracción gravitatoria eternas, veloces como los latidos del corazón de una musaraña antes de que algo tan estúpido como un soplo de viento arrasara con algo tan necesario como una pequeña semilla con voluntad de ave. En ese lugar, sin que ninguna otra circunstancia física denotara el cambio, el levante estaba detenido. Totalmente. Las cartas climáticas negaban este hecho.

Estaba sentada sobre una piedra. El solar semiderruido llevaba más de quince años sin desescombrar, y podría decirse que, para casi todo el mundo –excepto, quizá, para la consciencia narrativa-, siempre había sido así. La misma Ana así lo creía. De vez en cuando alguna pequeña lagartija asomaba por entre los rodales de tierra y malas hierbas o se mantenía estática y fugaz sobre las calvas de baldosa que aún no alcanzaba a recuperar la naturaleza de las garras de los hombres. Los hombres y las mujeres. Miraba el vilano con una expresión difícilmente interpretable. ¿Tal vez miedo, tal vez nostalgia? Desgraciadamente para el lector, el rostro de Ana no era demasiado expresivo, y hasta que no se tome una decisión al respecto, no se sabrá si esa mirada a través del fútil diente de león correspondía a un acceso de nostalgia, a una pulsión de ira o a un lapso de incertidumbre y silencia mental. De niña sus amigas y ella pensaban que el ideal de belleza -y el canon ontológico- era el de las fotomodelos de las revistas, con la triste falta de perspicacia de todas ellas de no caer en ningún momento en la pluralidad de retos diarios dentro y fuera del trabajo a que se debía enfrentar una maniquí. Razón por la cual durante años habían estado todas ellas recibiendo suspensos, afrontando hemorroides y aguantando relegaciones sin descomponer en lo más mínimo su segura sonrisa. Como un vilano ante el viento. (Sobraba el auxilio quizás, pero en este primer ejercicio retórico-narrativo no se escatimará ayuda al lector en forma de metáforas-baliza.)

Hoy Ana no sonreía. Mediaban muchos años entre aquellos estúpidos y revalorizados momentos y el presente. Ana era una mujer adulta de cincuenta y dos años. Trabajaba en una tienda –mejor dicho, poseía una tienda- de zapatos en los aledaños del centro de Valencia. Allí, desde la entrada de los primeros clientes y sobre todo clientas hasta los instantes inmediatamente posteriores al cruce de la puerta de salida con timbre automatizado por células fotoeléctricas, recuperaba su ancestral mueca. Pero ni un minuto más. Se consideraba ecuánime (si, “ecuánime”: un día de noviembre leyó esta palabra en una revista, la buscó en un diccionario, le sorprendió la belleza de su cadencia, tuvo un goce estético imposible de comunicar nunca a nadie al reparar en la ecuanimidad de la letra e al comienzo y al final de la palabra que ganaba por varios cuerpos al placer procurado por muchas comidas y algunos orgasmos) y no vejaba a nadie por la misma razón por la que no se sentía impelida a sonreír a nadie. Así habían transcurrido muchos años de su vida en el ciclo de vender sandalias, vender zapatos, vender botas, vender zapatos, vender sandalias, vender zapatos, vender botas, vender zapatos (y así ad lib., lector: el ciclo había comenzado un jueves doce de noviembre de mil novecientos ochenta y uno, luego vendiendo botas, y entendiendo que el cuento se redacta a domingo veintiocho de agosto de dos mil once, faltaría solamente una estación para cumplir las veinte primaveras, veinte veranos, veinte otoños y veinte inviernos, es decir, treinta y nueve vender zapatos, veinte vender sandalias y veinte vender botas). Tal vez por eso, viendo entrar y salir a personas anónimas que buscaban en su tienda lo sublime para pisarlo, dejó de sonreír.

Pisó la lagartija con el pesado tacón de su zapato, y ésta perdió su rabo. Como pagada de su acción, la cual no juzgaremos como ejercicio de contención política, sonrió fugazmente, tanto que apenas el sol, que todo lo sabe, de media tarde tuvo noticia de ella. Alguien voceó desde la carretera cercana. Pronto, su rostro recuperó la expresión incalificable.

Y en ese preciso momento, sopló el viento, y se llevó consigo los centenares de pelos plumosos del vilano. (Igual que el universo las vidas, igual que los hombre las alegrías.)

No pensó Ana que podía haberse acercado al mirador (¿había un mirador? ¿En qué momento se ha descrito? ¿Es la cercanía de una caída, o del mar, lo que motiva los vientos?); no lo pensó, pero podría haberse narrado que sí, porque, en efecto, tras una breve contracción de los músculos de su espalda y una tensión vertical de toda ella tal un arco recién disparado, hiperbólicamente como un pintoresco suricato, sin aviso previo tensa y destensa, se levantó de su asiento para moverse y marcharse. Mañana había que trabajar.

Epílogo y Actividades. Si se ha entendido la metáfora de la lagartija, aváncese a Lección#3.12. En caso contrario, repítase el ejercicio.




Saludos

Bienvenido al blog, No Mundo e Nos Livros. Espero que te guste, como a mí me gusta saludar a los lectores, a los declarados y también a los anónimos.

Regreso

En unos pocos días que me lleve acabar algunas tareas administrativas estoy de nuevo por aquí.

Edito: Copio un cuento redactado a finales de mes. No tiene revisión, pero de algún modo parece negarme la potestad de filtrarlo.

viernes, 5 de agosto de 2011

Un momento de descanso, de Antonio Orejudo

Cuando estaba a punto de sobrevenir la catástrofe bloguera, o sea, la muy mala ideade ponerme a reseñar el Lector in fabula de Eco o la Semiótica de Julia Kristeva (venga, alegría, que estamos en agosto), mi amigo Juan Antonio me salvó la vida y me regaló un libro. Y como hay que ser agradecido y encima me ilusionó, pues decidí leerlo. Y como me lo acabé en tres (cortas) sentadas, pues la cuarta ha sido una modesta reseña. En general, si queréis saber más de Orejudo y de sus libros, buscad sus trabajos (que enlazaré por aquí antes o despues), porque él sí que sabe de Orejudo, no yo que soy un lector más.

Pues sí, Orejudo. Es la segunda obra que le reseñamos. En este caso se trata de Un momento de descanso, publicado en Tusquets en una buena edición, agradable de leer, que se puede anotar, con la letra grande... Un placer. El libro tiene unas doscientas cuarenta páginas, y me debato entre decir si sale caro o barato: caro porque te lo acabas en menos de dos días, matemático; barato porque te entran ganas de dejárselo a mucha gente.


(Imagen tomada de http://www.que-leer.com)

El libro tiene tres partes, cada una de las cuales tiene una cierta autonomía, aunque participen las tres en el conjunto de la novela (si me pusiera pedante diría que son una tesis, una antítesis y una síntesis hegelianas, pero mejor no lo hago). El argumento no lo voy a desvelar aquí, está claro, y menos tratándose de un libro tan reciente. No sería justo ni con los lectores ni con el escritor. En otros casos no me da pena, pero me parece que aquí no es pertinente. En general, basta saber que trata de las vueltas que da la vida a dos amigos que han sufrido una gran decepción en su relación con la corrupta Universidad como institución, tanto la española como la estadounidense y de su ética ante esa degeneración. Por extensión, los problemas no sólo se quedarán en el trabajo sino que impregnarán también los asuntos familiares.

Un aspecto secundario si se quiere pero que me ha resultado muy curioso es que Un momento de descanso es una novela ilustrada. Esas imágenes resultan tremendamente chocantes, debo decir que cuando empecé el libro no estaba preparado para ellas. En esta obra hay una tensión enorme entre una impresión de realidad (por ejemplo, con esas imágenes y con muchos más recursos del gran despliegue técnico del que hace gala Orejudo) y una válvula de escape cómico-inverosímil. Y de nuevo me muerdo la lengua para no contar nada...

La técnica literaria, decía antes, es algo que el autor domina, sin duda. Los saltos en el tiempo y en el espacio, las narraciones dentro de narraciones, la verosimilitud y la inverosimilitud, los diálogos realistas y los diálogos sobre-realistas (me lo invento: me refiero a esa abundancia verbal que normalmente los escritores se ahorran porque van al grano, a lo significativo para la acción) están presentes cuando y como lo requiere la acción. Mi impresión personal es que a veces Orejudo se gusta si mismo y que, a veces, resulta un poquitín barroco, pero no es esta manipulación de las estructuras narrativas algo que impida la lectura de la novela sino todo lo contrario. Los que hemos leído a Cabrera Infante, por citar a uno, sabemos de qué hablamos; y los que no lo hayan leído, pues mira, ni falta. Eso sí era exhibicionismo y virtuosismo vano; esto es otra cosa.

Debo decir, además, que me pasa una cosa con Antonio Orejudo, y es que es uno de los poquísimos escritores cuyos deus ex machina no sólo no me resultan fastidiosos sino que me encantan, que los deseo (¡o-tro, o-tro!¡Bieeeeen!) y que cuando aparecen me lo paso muy bien y me río y disfruto como un niño; cuando los veo venir, a la primera frase ya pienso "¿Qué se le habrá ocurrido esta vez...?". Y la verdad es que no me defrauda. Quiero creer que no soy una estera o un reptil y que tengo algún sentido del humor, pero lo cierto es que soy más de mirar y sonreír que de reírme a carcajadas, y en la soledad más todavía. Pero con Orejudo no puedo, simplemente me descojono. Es así. Y el final...




Pero tampoco nos llamemos a engaños: Un día de descanso es una novela muy divertida, sí, pero no es una novela cómica. (Ni siquiera Ventajas de viajar en tren lo era). O al menos llamémosla cómico-trágica. Entre chuflas y cachondeos no se puede perder de vista la revisión a la que el autor somete su propio entorno, su vida, su formación, su carrera y también el mundo en que vivimos no sólo los que hemos pasado por la universidad. No soy quizá tan pesimista como él, pero me parecen muy aceptables las conclusiones de su análisis social.

En resumen, una buena novela. Si de algo vale, yo la recomiendo.


PS. Y por supuesto no os perdáis los diálogos en inglés.



lunes, 1 de agosto de 2011

Queens of the stone age. Someone´s in the wolf

Pesadilla

Silencio bloguero, posible Babel

Consciente de que no escribo casi nada últimamente, para aquellos a los que les interese explico que estoy acabando una tesis de máster y que estoy apuntando hacia una tesis doctoral. Por ello el tiempo libresco de mi día a día está desmesuradamente arrumbado hacia el lado de las lecturas técnicas. Esta es la razón de que no escriba: sospecho que a no muchos les interesará mi lectura de la Semántica de la narración de Albaladejo o de Verdad y método (es decir, de lo que entienda de Verdad y método) de Gadamer.

A lo mejor me animo y como ejercicio de liberación pongo algo aquí de ellos. Si lo hago, tenedme paciencia que algún día volveré a la literatura desde la metaliteratura. (Conociéndome, es evidente que alguna lectura breve se va a escapar. Ya miro con ojos golosos el Mario el mago de Mann y las últimas páginas de Anatomía de un instante de Cercas.)